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ABC MADRID 12-12-1969 página 19
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ABC MADRID 12-12-1969 página 19

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página19
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LA PLAZA U NA plaza es, a la vez, punto de confluencia y de radiación de calles. Tal vía de trayecto moderno, determinada rúa, un callejón, llegan hasta la plaza: un poco a la carrera, en sus últimos tramos, oprimidos y con ansia de ganar el espacio abierto. Se reposan y, ya con apariencia más serena, se alejan de nuevo. Un poco con la pereza del ocio pasajero a la espalda, infiltrándoseles por los adoquines, dando pátina pausada al asfalto. Tal vez la calzada oxigenada por el respiro. Lo que llegó siendo camino se aleja convertido en paseo. Variación de matiz, de estilo. Causa tal vez de que la calle, después de cruzar la plaza, no siga en linea recta, sino sesgada, en oblicuo, y un poco más ancha y posiblemente en rampa de distinto plano. Una plaza es todo eso, pero es también algo más. Una plaza es un corral de desahogo ante un grupo de casas, organizadas en cuadrados, rectángulos, hexágonos o en figuras geométricas irregulares, conformadas por el tiempo con voluntad sabia o simplemente por vencimiento y abandono, en un estoico dejar hacer Cierta plaza mezcla las lineas rectas y las curvas, óvalo, elipse o semicírculo. Y las hay pensadas con tiralíneas. A Ja plaza la cierran en corro, costado contra costado, fachadas asténicas y otaras rechonchas, revocos de paramentos de piedra de sillería, enlucidos de argamasa bermeja, pinturas añil y verde p vede nn es d grafiados... Filas de ventanas, buhardillas y balcones, como ojos desordenados, a veces con el parche de la persiana que entuerta su mirada. Una plaza es todo eso, abrazo confuso; pero es también algo más. A la plaza no se sale para ir a ningún sitio. Más bien para orientarse, dejar que la brújula se adueñe del pensamiento y encauce libremente la acción. La plaza se ha hecho para dejar madurar al tiempo. EEL la plaza uno, cuando sale del portal, no sigue al vecino- -o la vecina- -o topa con él, o le cruza en paralelo, sino que le encuentra. Y no a dos, sino en pluralidad. Siempre ofrece un vértice para el diálogo de todos. Una plaza es eso, sin duda, y además algo más. En la plaza se recrea el sol. Hay acacias de bola. Las acacias de bola tienen muchas afinidades con un hombre robusto al que acaban de rapar- -al cero o con flequillo- -en una peluquería de pueblo. En la tierra de las plazas- -que las pisadas convierten en polvo con un algo humano- -los gorriones picotean una vierta de pan humedecida. Y los niños tejen guirnaldas de risas y gritos- -brezos y flores- -en el goteo reducido de la misma acacia podada. La plaza es a propósito para que el hombre viejo sobe la curva del bastón de sarga, de bambú, con empuñadura de hueso, de marfil o de plata cincelada. Y en las plazas tienen marco apropiado los fuegos artificiales, la verbena, el charlatán de baratijas, la fiesta de toros y a veces el mitin político, concebido como pasatiempo. Ciertamente, la plaza es todo eso. Cualquier plaza es capaz de llenar tales cometidos, con variaciones. En las plazas ciudadanas de los tiempos de inercia del Imperio, áureos, barrocos, ya horizontales, casi empachosos- -plazas Mayores de Madrid y Salamanca- se desarrolla a su gusto la conversación peripatética, la enseñanza jerarquizada y magistral, búsqueda, con final feliz asegurado, de verdades indeformables. Transpiran armonía. Son quizá- excesivamente formales. Otras plazas ya no son producto de una decisión oficial, sino iniciativa de tal sector social o de una sola voluntad individual: hechura de la Iglesia o capricho de un conquistador. Asi 3 a plaza Extramuros de Avila o la de Arévalo (la de arriba, entre dos iglesias románicas, con una fuente entre ellas también románica) o la de Ttujmo. Suenan ya un poco a monólogo, aunque ameno. Le historia de los monjes de Cluny, impulsores del románico, o la del duque de la Conquista, oída de sus labios, tienen mucho de narración al gusto de la fantasía de la masa. Hay otras plazas más hechas de retazos, sin paternidad conocida y, casi seguro por ello, más humanas. Son las comunes de cualquier ciudad provinciana, de cualquier pueblo. Son plazas fundadas sobre la biografía de hombres sin biografía. Se tes conoce en el semblante: su época, indefinida. Su estilo, la falta de uno determinado. Y sin embargo, ¡qué aroma de lo ordinario, qué sublimación de lo vulgar! Tiendas de comerciantes: el colmado de Fabián o la hojalatería de López. Fachadas anodinas. Niños que son sólo eso y se comportan como eso, y no obedientes a una filiación que les prejuzga como una gola a la postura del cuello. Flota en el aire el residuo de mil conversaciones en corrillo. Porque la vida de todos los vecinos es de dominio púbUco. Una plaza es un mercado de la vida en esa su otra vertiente: en la que queda a trasmano del quehacer de cada día. La de las primeras horas de la madrugada y de después de la puesta del sol. La de la infancia y el retiro. La de las reflexiones amargas y el contagio de alegrías. Cualquier plaza. Esa plaza de villa provinciana. Hasta en sus últimos flecos: la plaza de pueblo- pueblo, que es campo entre casas, con un juego de pelota en cuyo sotar crece algún cardo que rabia por vivir, con gallinas sueltas espulgándose en la tierra, con una. fuente con pilar y muías que retozan al liberarse de la albarda y el callaren. Cualquier plaza... La plaza, como institución, de que hemos hablado, es un hecho natural, impensado, en los orígenes del urbanismo, algo connatural al hombre en convivencia. No un invento de laboratorio o de despacho. ¿También la plaza de la gran ciudad, con tráfico regido por computadoras, semáforos nerviosos, circulación exacta, milimétrica, cansando de humos, brodillos luminosos... plazas que son la gloria de la mecánica y la electrónica? Por primera vez me asalta la duda. Santiago ARAUZ DE ROBLES

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