ABC MADRID 22-11-1969 página 9
- EdiciónABC, MADRID
- Página9
- Fecha de publicación22/11/1969
- ID0000911781
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DEL BAÑO L A víspera del tragicómico episodio del que fui protagonista un día de la Semana Grande del verano pasado en San Sebastián me dirigí, como todas las tardes después de la corrida, al paseo Nuevo. Dejé aparcado el coche en el extremo de éste y me apoyé en la barandilla para recrearme a mis anchas en el fascinante e incomparable espectáculo del mar. El mismo mar que, cuarenta y seis años antes, bañándome en la Grande Plage de Biarritz, quiso tragarme una mañana soleada del mes de agosto. Y recordando aquel luctuoso episodio, monologaba para mis adentros: -Desde luego, eres muy hermoso y atrayente, pero cuando pude escapar de tus fauces, he jurado no volver a caer en la tentación de bañarme en tus aguas. Continuaré disfrutando de tus sabrosísimos frutos, que saben y huelen a ti. pero no quiero ningún contacto directo contigo, porque no me inspiras ninguna confianza. Quisiste tragarme en plena juventud, lleno de ilusiones y esperanzas. Me encanta bañarme. Jamás dejo de hacerlo diariamente, pero me basta con la bañera de casa o del hotel, sin correr ningún riesgo ni exponer mi vida. Sumido en estas reflexiones, no me di cuenta que había anochecido y que debía apresurarme para llegar puntualmente a la cita en a de Domingo Ortega, ck T estaba invitado a cenar, como todas las noches, y a presenciar después, desde el amplio ventanal con vistas a la maravillosa bahía, los fascinadores fuegos artificiales, que me atraen y seducen como en mi primera infancia. Después del café escuchábamos la reseña o crónica sobre las corridas que enviaba diariamente al ABC nuestro común ami- go Antonio Díaz- Cañabate, dando lugar a diversos comentarios y controversias. De regreso al hotel, me acordaba todavía del regusto que me habían dejado los exquisitos lenguados que nos sirvieron aquella noche, y ya en la cama, del mismo modo que aconsejan contar corderinos para conciliar el sueño, yo reflexionaba sobre la diversidad de sabores de iodos los pescados y mariscos, sin que jamás haya podido otorgar a mngmy la preferencia. Y ya, medio dormido, recordaba los sabrosos salmonetes, pescados al pincho, del Cantábrico, y los pequeños chipirones, jibiones o calamares, que este año escaseaban de tal forma, que en un famoso restaurante de Ayete nos sirvieron, en vez de este rico molusco, suelas de zapatos. También desaparecieron las inigualables sardinas de Santurce. Los lomos de merluza de altura y las exquisitas cocochas, el rodaballo, la pica, las almejas, las barbudas, los langostinos y acedías de Sanlúcar, el cangrejo moro (que gusté este año, por primera vez en mi vida, en un encantador cortijo de Miguel Báez Utri situado entre Huelva y Sevilla) los percebes, centollos, langostas, eá bogavante, el caviar, las ostras y, al fin, me quedé profundamente dormido. Desperté al día siguiente dando gracias a Dios de hallarme todavía en este mundo, y después de hojear Ja Prensa y desayunar me dirigí al cuarto de aseo, ¿Quién podía sospechar que pocos instantes después iba a sorprenderme el insólito y tragicómico episodio que me ocurrió y que a poco me cuesta la vida? Pero relatemos el hecho: después de afeitarme con todo esmero y recordando las sabias y prudentes advertencias de mi amigo el doctor Garaizabal de que la mayor parte de los acci- dentes y percances ocurren en los cuartos de baño, dejé correr los grifos tan sólo unos instantes con objeto de tener el agua suficiente para jabonarme y ducharme después. Así lo hice, y con los ojos bien cerrados para evitar que el jabón me escociese en los ojos, llevé a tientas la mano al grifo de la ducha, y apenas lo toqué se desprendió éste, siendo lanzado con gran estrépito, impulsado por un enorme chorro de agua hirviendo, como el que sueltan los barcos en el muelle, pero con mucha mayor presión. Aterrado y lleno de espanto, di un increíble salto y salí al pasillo, tal como he venido al mundo, en demanda de auxilio. Acudieron en el acto unas cuantas camareras que, al percatarse del espantoso siniestro, elevaron sus preces a la Virgen de Begoña y a mi tocayo, San Sebastián. -Bien está que acudáis a todos ios san- 1 tos de la corte celestial, pero, de momento, quizá fuese mis eficaz llamar a un fontanero para que cierre la llave de paso- -les dije. Se juntaron más de una docena de camareras, que trajeron sábanas y toallones de todas las habitaciones, empapándoios de agua y llenando cubos, con lo que conseguían aminorar el desastre. Una de ellas rae dejó su mandilito para que cubriese lo más indispensable. Al fin llegó el fontanero, que cerró la llave de paso y arregló después la avena. Ua gerente del hotel, al observar mi triste y lamentable figura, exclamó: -Menudo constipado vas a pillar asi, en cueros vivos, como nuestro santo Patrono andaba. Sebastián MIRANDA