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ABC MADRID 16-11-1969 página 181
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ABC MADRID 16-11-1969 página 181

  • EdiciónABC, MADRID
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TU HIJO YTU ¿POR QUE EL N I Ñ O NO T I E N E A P E T I T O? S UCEDE con frecuencia que un niño normal y en buena salud pierda bruscamente el apetito en las primeras etapas de su vida, por razones que las madres de familia no comprenden. La madre se inquieta, se desespera, obliga al niño a que coma. Este se niega cada vez más violentamente, se o b s tina y ienen los dramas diarios de los que la madre sale agotada. al borde del ataque de nervios mientras el niño queda triste disgustado, (pero decidido a no ceder. Hay explicaciones sencillas de estas bruscas variaciones del régimen alimentario, que deben permitirnos ponerles remedio. Añadamos que esta falta de apetito desaparece en general hacia los diez años, época en que el niño empieza a tener un apetito de ogro porque comienza otra crisis importante de crecimiento. No hablaremos aquí de la anorexia, negativa total a tomar alimento, enfermedad grave que depende de la medicina y la psiquiatría. LA INAPETENCIA DEL SEXTO MES Un lactante que hasta entonces tomaba con avidez biberones y papillas, comienza a rechazar la leche, la carne en trocitos y el puréj y manífiesta ¡todos los síntomas de una inapetencia. Sin embargo, tiene buena salud, está bien gordinflón y sólo muestra mal humor en el momento de las comidas. Antes de asustarnos, reflexionemos. Puede haber dos razones v á l i d a s de no tener hambre, o de tener menos. (Después de una primera fase de desarrollo en la que el niño gana generalmente un kilo por mes, la curva de su peso pierde altura, lo que es muy natural, pues en otro caso engordaría demasiado. Su apetito disminuye por tanto, se equilibra de una manera nueva y no es sorprendente que coma menos. -El bebé de seis meses comienza a tener sus primeros dientes. Esto le molesta, le duele también y pierde el apetito. No obligarle a comer más de lo que desea será, pues, la primera regla de nuestra conducta. Vigilando siempre su peso, por supuesto. La. segun- da consiste, si el niño (parece desearlo, lo que es frecuente hacia los siete y ocho meses, en enseñarle a comer solo y a veces en la misma mesa familiar. ¡La satisfacción de imitar a los adultos puede excitar su apetito. LOS ALIMENTOS QUE PREFIERE Algo más tarde, hacia el año, el niño menos hambriento comienza a tener gustos personales. A menudo se cansa de una alimentación a base de leche, de sabor un tanto insípido y siempre igual. Está cansado de la eterna papilla de verduras y quisiera platos más apetitosos. He conocido un niño de diez meses que estimulaba el crecimiento de sus dientes con salchichón seco y le encantaban las a c e i t u n a s verdes. Ciertamente, una alimentación láctea es indispensable al niño, ya que le da calcio y o t r a s sustancias indispensables w. su crecimiento. Estas sustancias pueden ser proporcionadas por otros alimentos que a menudo vacilamos en darle; Numerosos e x p e r i mentos realizados en Estados Unidos y en muchos países de Europa han demostrado que los niños tienen necesidad de una alimentación variada, incluso cuando son muy pequeños, y que saben equilibrar perfectamente por sí mismos sus comidas. Colocados dos v e c e s diarias, al mediodía y por la noche, delante de una enorme mesa cubierta de los platos más variados, eran enteramente libres de comer lo que deseaban. No sólo ninguno de ellos se ¡puso enfermo, sino que se desarrollaron de manera notable. Naturalmente, no se trata de presentar cada día a nuestros hijos una carta de restaurante, sino de variar su alimentación, de darle preferentemente lo que le gusta cuando no tiene mucha hambre, y de no insistir si manifiesta un desagrado muy vivo hacía un plato determinado. Más ade 1 a n t e tendrá ¡mucho tiempo para que le guste. UNA FORMA DE OPOSICIÓN La escena sucede en la cocina, donde Juanita, de seis años, al regresar del colegio, juguetea con su tenedor delante del plato lleno. A comer le dice su madre, que trajina por allí cerca. La niña come un bocadito y pide que le cuentan un cuento. La madre recita y Juanita escucha sin tocar el tenedor. Si no comes, no sigo contando. La niña se obstina, la madre recurre a las carantoñas, a las promesas y a las amenazas, y todo acaba entre llantos y gritos. Cada día sucede lo mismo. Juanita llega a la mesa dispuesta a representar la comedia y la madre, nerviosa por anticipado, se esfuerza por aparentar calma, lo que no engaña a nadie. La solución t a z o nable de este conflicto fue hallada por el médico, que aconsejó poner a Juanita a media pensión en su colegio y dejarla cenar luego a su guisa. Las cosas se arreglaron así solas. Pero la madre de esta niña había cometido cierto número de errores que indujeron a Juanita a rechazar, delante de su madre, todo alimento. Desde que su hija era muy pequeña, la obligaba a terminar enteramente biberones o platos, intransigente, hasta la última gota o bocado. Se preocupaba sin cesar del apetito de la niña, le daba demasiado de comer, mantenía alrededor de la pequeña, a la hora de las comidas, una atmósfera de nerviosismo e inquietud. La niña se había rebelado poco a poco, encarándose en una oposición absoluta. Obramos de buena fe cuando insistimos en que nuestros hijos coman mucho y pensamos que es en bien suyo. Ver a un niño que devora como una fiera es una satisfacción y creemos que es el signo necesario de una buena salud. Pero no es indispensable. Los niños son como los adultos, diferentes unos de otros. Unos necesitan comer mucho y otros poco. Unos son particularmente aficionados a los alimentos dulces y otros prefieren la carne. Esto es sin duda porque uno necesita más azúcar f el otro más carne. El niño tiene también derecho, Ciertos días, a sentirse inapetente por alguna razón sin gravedad. Obligarle a comer de todas formas la cantidad habitual puede cortarle verdaderamente el apetito. Puede también preferir ciertos platos a otros. En resumidas c u e ntas, es mejor juez de su apetito que nosotros si está en buena salud, y obligarle a comer lo que no quiere, obligarle a comer más de lo que puede, no sólo no es un buen método para que coma con placer, slho que puede acrecentar un desacuerdo familiar perjudicial a su buen equilibrio c u a n d o sea adolescente. Elena RENE

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