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ABC MADRID 16-11-1969 página 55
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ABC MADRID 16-11-1969 página 55

  • EdiciónABC, MADRID
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A B C. D O M I N G O 16 DE NOVIEMBRE DE 1969. EDICIÓN DE LA MAÑANA. PAG. 55 EL RETABLO DE LAS MARAVILLAS ES LA TÓMBOLA DE U S VIDAS TRISTES Y DE LOS ALEGRES BUSCAVIDAS Cualquier paisano de pasado turbio enseñaría aquí economía a Adam Smith HAY GENTE QUE VA A VER, A PREGUNTAR, A DAR LA LATA Y ATOSIGAR EN LOS CORROS ¡Pasen, señores, pasen y vean el Keíablo de las Maravillas! ¡El Rastro de la cosa perdida, el Rastro de la cosa robada! El Rastro: ristra y resto, restaurante, rima, resolución y ropa; risa, restitución y robo; restauración y rumbo de ralea. ¡Pasen, señores, y agudicen los cinco sentidos! Hay que oír la charla y la parla, panegírico y égloga de ualy la tasca, el zoco oloroso y los cortes de traje, gris perla, que venden los gitanos a los mozos zoquetes para que estén más guapos que San Luis el día de la fiesta mayor. El Rastro de los rostros, el Kastro de los restos... piedras de mechero, chistera vieja, cuchilla de afeitar oxidada, bastón de Malaca y crimen granate cantado en coplas. ¿Quién dice que el Rastro ha perdido tipismo? Aquí cualquier paisano de pasado turbio enseñaría a Adam Smith economía. En cada centímetro cuadrado cantan su madrigal los vagos ocupadísimos; la ley del Monopolio: el máximo rendimiento con el mínimo esfuerzo. Aquí se desintegra el valor real de la moneda. Aquí se cotizan la necesidad y el capricho: cuesta lo que no vale, vale lo que no cuesta. Sólo el necio confunde valor y precio... hay mucha necedad. ¿X el abanico de Tamerlán? -Seis mil pesetas. ¡Dios mío, qué cara está la mano de obra! LOS TATARABUELOS Y EL PAKISTANÍ PERFUMISTA La antigüedad es mimo trasmitido, incomodidad eternizada por el no uso, embrujo práctico; sólo a veces, arte y valor unidos. Cada objeto recobra la utilidad que le define y se incorpora en el estante al oír que preguntan su precio; igual que las personas. ¿Cuántos vienen al Rastro por megalomanía? La de tatarabuelos de Santiago que habremos podido vender en treinta años me dice un anticuario. Es disculpable, al fin y al cabo si somos hermanos por qué no podemos ser tataranietos. Se han hecho muchos y muy buenos negocios fuera del Rastro y, claro, no hay cuadros de tatarabuelos santiaguistas para todos. -Mira, ése tiene la nariz clavada a la de tu padre. -Sí, pero no lleva uniforme. Quiero uno con muchas condecoraciones. Dinero ya tenemos, ahora nos falta el pedigree ¡Mujer, eso es para los perros; en las personas ss llama abolengo, y cuanto más rancio, mejor! Y se llevan el viejo general de bigotazos con manchas de humedad. Al Rastro se debe ir con intención de comprar algo, pero hay gente que va a ver, a preguntar, a dar la lata y atosigar en los corros donde se anuncian el cortaVidrios el pela- patatas y las esculturas de polvo de mármol, policromadas, cuya pieza maestra es una señorita con pamela, sentada a la jineta sobre un galgo ruso. Así, ir de tanteo por el Rastro tiene un sin fin de posibilidades no explicitadas. Completan el retablo los que van porque tienen que ir, los profesionales. Desde el probo anticuario con establecimiento abierto (Casa Fundada en 1916) -amparado en los soportales y como bajo palio- hasta el IHier cachibacne. AQUÍ están el hampa charlatán que lleva la industria a cuestas, como los caracoles la casa; los mercachifles atrincherados en, sus puestos para una guerra comercial digna de sustanciosos beneficios; las mujerucas que cantan las coplas- -a estrofa por barba- -plagaditas de hechos punibles... -Mujer, usted siempre cantando penas. ¡Ay! ¡Si yo le contara... Pero no cuenta nada. -Mire- -me enseña una medalla, gorda como una pelucona que lleva dormida en la pechuga- es la Virgen de las Angustias... ¡No le digo más! Y no dice más, si ue cantando en quiebros de extraño gregoriano el crimen de un tío muy canalla. Entre los que tienen que ver- -de oerca o de lejos- -con el Rastro está el pakistaní, que vende perfumes amarillos, verdes, grosellas, azul cobalto y de todos los colores y olores posibles (en especial el de ámbar y el de violetas) y que viene a ser como el pitecántropo del Chanel número 5 El pakistaní perfumista ostenta la jefatura de su iglesia en España y, al tiempo que pulveriza densas nubes de pachulí sobre compradores y curiosos, regala folletos de divulgación teológica para los amantes de alcanzar el nirvana por la vía olorosa. M pakistaní perfumista tiene la color de terracota cocida hace mil años, ojos de mirar desmayado y un turbante blanco de batista, limpio como los chorros del oro. ofrece magníficos abrigos de piel en su nuevo local de PELETERÍA- MODAS AI be rio Aguilera, 62 EN VENDE PARTÍCULAS 273 m (cuatro dormitorios, living, comedor, dos baños, zona de servicio, dos terrazas, ocho armarios empotrados, etc. con una o dos plazas de garaje (opcional) Facilidades a convenir INFORMES. -TeL 2625113, de 10 a 2 y de 5 a 8 Sois reales y frascos los planta en el punto mismo donde la Ribera de Curtidores se cruza con la ronda de Toledo. Otro vincula do al tejemaneje del Rastro es el guardia municipal- -especie de Oaronte- -que pasa por los tenderetes en cobranza de una boleta con el impuesto del puesto, el royalty de la baratura, el penalty qué el Municipio encaja a los truchimanes en desarrollo. Y así, entre personas, personajes y personajillos hay para no acabar, por lo que no conviene hablar de ellos en formación, sino en sus puestos de combate, al pie del cañón, o a lo sumo, y puestos a complicar las cosas, en la tasca, reverenciando el tinto bajo la piadosa mirada de convaleciente que les queda a todos los toros españoles después de pasar por el taxidermista. EL CHARLATÁN, DISCÍPULO DE SAN MARTIN Para salir con bien de esta asignatura de picaresca que es el Rastro, conviene leer una especial letra pequeña cuya grafía, minuciosa y pqrmenizadora, cuenta al detalle los resquicios de cosas en aparencia simples. En la vos y en el gesto de cualquier charlatán se humaniza una publicidad ayuna de marketing pero tan antigua y sabia como la sugestión que, sin números previos- -y mejor calculo- sabe a quién dirigirse de la mejor manera. En el Rastro, el hombre conoce al hombre todavía; sabe cómo convencerle, cómo jugar con él, con sus debilidades y sus gustos. Es mucho más difícil engañar cara a cara que amparado tras la bella figura de una mimosa jovencita rubia por la lente de aumento dé la televisión. ¿Qué detergente puede competir en generosidad con ese desprendido charlatán que haría parecer avaro a San Martín? ¡Que no lo doy ni por cincuenta, ni veinticinco, ni por quince, ni por diez! ¡Que lo doy, ahora mismo, por un duro! ¡Y con él (se refiere a un paquete de hojillas de afeitar) un bolígrafo de tres colores, una pastilla de jabón y una brocha de crin suave como la sedal Cualquiera que tenga un poco de sensibilidad se apercibe de que aquel hombre es un pródigo insensato, un altruista, quisa un millonario que purga pecados de amor y acude, disfrazado, a dilapidar su cuantiosa fortuna en beneficio de los gue no tienen con qué afeitar sus barbas. Hay un momento cumbre en el que parece oue los tendones de su cuello saltarán emitiendo un sonido de cuerdas de violín y el hombre morirá sin remedio. Quiere regalar todo, pero ha de cobrar algo para no ofender a sus beneficiarios. No es posible negarse, está casi en el brete de quedar exánime, quiénes le escuchan se avergüenzan de poseer un corazón tan duro él continúa con la santa locura de un verdadero apóstol: ¡Y ésta porque quiero, y ésta porque mé da la gana! ¡Cinco paquetes, el bolígrafo de tres colores, el jabón y la brocha, pof un duro! El primero en cruzar la timidez es un hombre con gafas oscuras y sombrero de fieltro marrón que compra agradecido tí ávido (tan convencido queda de la exce lencia del producto que volverá una y otra vez en el plazo de quince minutos, más o menos, él tiempo que tarda en renovarse el corra) tras éste compran todos. Músicas celestiales. He aquí el magno

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