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ABC MADRID 28-10-1969 página 10
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ABC MADRID 28-10-1969 página 10

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página10
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EUROPA E RASE una vez un cuervo muy inteligente llamado Georges, q u e vivía en medio de una sociedad de cuervos muy tontos. Georges era, por ello, muy desgraciado. A cada instante se le ocurrían Meas profundas o le venían al magín pensamientos espirituales que pasaban completamente desapercibidos. Sus congéneres no pensaban sino en comer, i No se podía decir, no, que tenían que apretarse el cintwón los cuervos! Volátiles obtusos, cierto, pero picos delicados. La escasa inteligencia iue poseían la dedicaban a buscar alimentos y a llevarlos al encinar en donde habían elegido domicilio. Abundaban los quesos, los ratones campesinos, las espigas de trigo o de maíz, los erizos (cuya carne es suculenta cuando se han apartado las púas) las salchichas y los pedazos de tocino robados en las tocineras de los destripaterrones de los alrededores. Georges despreciaba estas golosinas y no tomaba parte en absoluto en estas rapiñas, pero los cuervos, prosélitos como todos los comilones, lo atiborraban con toda clase de cosas excelentes, y no admitían que comisqueara, l o que demuestra que el conformismo es tan tiránico entre las aves como entre los hombres. Un día en que esos tragones habían ido a una de sus expediciones, Georges, completamente solo en el encinar; meditaba sobre la triste condición de ser superior condenado a vivir entre imbéciles. Sentíase algo empachado, además, de resultas del banquete de la noche anterior. Y, como si esto no fuese ya bastante, los cuervos, antes de marcharse volando, le habían metido en el pico, a la fuerza, un enorme trozo de gruyere para que le sirviese de merienda. Georges sentía tantas íiáuseas cuanto que el gruyere estaba rancio. Preguntábase dónde podría tirar esa repugnante golosina. Haría falta encontrar un lugar bien oculto para evitar que le tratasen a uno de derrochador y de delieado (injuria suprema entre los tragaldabas) Sobre la rama de un árbol, negro cual el carbón, con el queso en el pico y un aspecto lastimoso, Georges hubiese movido a compasión a un tigre. ¡Buenos días, señor cuervo! dijo una voz burlona desde abajo. ¡Qué bello es usted, cuánto une agrada contemparle... ¡Caramba, qué bien ote ha salido! No parece usted, sin embargo, demasiado satisfecho en. su rama. ¿Qué te ocurre, amigo mío? Confiese a papá Zorro que tendrá sumo placer en darle malos oonsejqs... Voy a presentarme: Goupil de la Goupilliere. pero llámeme OLiucien a secas. Un zorro, pensó Georges, ¡qué suerte! Y un zorro, acaso, espiritual. ¡Daría la mitad de mi vida por una hora de conversación divertida! Guardó el queso en el tronco del árbol. -No, no estoy contento, respondió. Me muero de aburrimiento y de indigestión. Mis hermanos, mis tíos, mis primos son unos brutos que no piensan sino en comer. ¡Nuestros almuerzos! ¡Ah, señor, si asistiera usted a nuestros almuerzos! ¡Se quedaría horrorizado! ¡Hum! masculló el zorro, ¡mucho me extrañaría! -Horrorizado, señor, se lo garantizo. No se hacen ya comidas semejantes en nuestros días. Duran horas y horas. Los comensales tragan a dos carrillos y repiten treinta y seis veces de cada plato. Todo ello en medio de un silencio impresionante. Cjjeeríase uno en un templo.

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