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ABC MADRID 23-10-1969 página 3
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ABC MADRID 23-10-1969 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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EDITADO PRENSA M A D POR ESPAÑOLA, R I D SOCIEDAD ANÓNIMA FUNDADO EN 1906 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA ABC jando el bastón de la Diputación gaditana a las aguas de la bahía. Que el bastón es ya sólo una apoyatura necesaria a ciertas ancianidades. Y un recurso de ilusionistas, con la condición de que al final del juego malabar el bastón deje de ser bastón y se transforme en acariciadora ristra de pañuelos de seda. José Luis ACQUARONI REDA CC I 0 N ADMINISTRACIÓN Y T A L L E R E S- SERRANO, 6 1- MADRID BASTONES OMO el Fred Astaire de un insólito show los brazos en cruz y en continuos giros sobre sus talones, mi paisano Fernando Portillo se ha pasado un puñado de dias, en el centro de una como danza del fuego no precisamente ritual, intentando entregar a alguien el quemante bastón de la presidencia de la Diputación gaditana. La inercia y el cansancio de un valsar tan prolongado, unido a la pequenez del escenario, la Tacita es posible que hayan puesto al bastón presidencial en peligro de salir por los aires como barra olímpica, con el inevitable destino de las aguas atlánticas. El peso del poder, materializado en la sonora contera y en el áureo puño, habría condenado al bastón a desaparecer en el fondo del mar. Cádiz, que en el XIX supo despreciar y arrojar al agua todo un cetro imperial extranjero, es posible que haya estado a punto de renovar su ejentplaridad haciendo naufragar un instrumento y símbolo tan en desuso como el bastón. Desde la clava prehistórica, tan aleccionadora y expresivamente resuci t a d a por Antonio Mingóte, hasta la etérea batuta orquestal, pasando por el caduceo de Hermes, el cayado de Talía, el tirso de Dionisos, la vara de Moisés, que hiciera brotar un gran caudal de la reseca roca de Horeb- -vara milagrosa y multiplicadora que es, a lo que parece, la que necesitarían los alcaldes de los pueblos gaditanos para remediar la falta de liquidez en sus arcas municipales- el bastón ha ido pasando por una serie de etapas, desde ser instrumento real de poder, cuando el poder era sinónimo de tundir, hasta convertirse en formal, inoperante y simbólica insignia. Por lo visto, ni dioses ni hombres han sabido imponerse, real ni figuradamente, sin prolongar su brazo derecho de una manera artificial. Desconozco en qué ocasiones la ordenanza y el protocolo obligan hoy al uso del bastón de autoridad, aunque por nuestros pueblos empuñar éste y conseguir el poder siguen siendo una misma cosa. Cuando gobernar en nuestros días no es dirigir a golpe de batuta, sino de razón, y el ideal en una sociedad moderna es el diálogo entre Administración y administrados, un diálogo de poder a poder, con las manos vacias y limpias, sin trampas ni... bastón. Los que andamos por la cuarentena, aún hemos alcanzado a conocer los bastones que nuestros padres utilizaban como instrumentos de señoraje, de postura, como reflejo de poderío social. Charlot acabó con ellos como Cervantes con los libros de caballería. Porque el bastón exigía una cadencia falsa y limitadora, un paso lento, contoneante: el del bordón de los romeros, el estirado de los desfiles cívicos de los años veinte, el del galleo de los paseantes al sol en la alameda... Y hoy, ni la sociedad ni la política pueden marchar al tempo de adagio maestoso que el bastón imponía. Fernando Portillo hubiera sentado un ejemplar precedente, como ha pretendido hacer con otros viejos resabios, arro- C LA NUEVA PRENSA STAS notas fueron escritas en julio pasado a bordo de un avión que, desde Florida, vía Atlanta, me llevaba a Washington, de regreso del enclave de Cabo Kennedy, el valle de los gigantes astrales, donde acababa de presenciar el lanzamiento del Apolo XI a la Luna. Había comprobado allí, sobre la tierra estremecida por el fragor horrísono del cohete espacial levantándose de su plataforma envuelto en gases y llamas, la necesidad de nuevas escalas de reacción y descripción, adecuadas a las proporciones y al entendimiento del nuevo mundo creado por Von Braun y sus ingenieros, la N. A. S. A. y sus científicos, la industria y sus inventos y los astronautas y sus misiones estelares. Los físicos y los matemáticos pueden explicarlo, en sus computadoras, en términos de una exactitud escalofriante pero aburrida. Los periodistas, Prensa, Radio, TV. tenemos que contarlo en términos inteligibles a las masas que nos leen o nos ven o nos escuchan, los que se sientan delante de su pequeña pantalla o compran el diario a la mañana siguiente, y tenemos que saber de qué estamos hablando. Hemos entrado en otro mundo, sin antecedentes periodísticos manejables- -Lorca o Darío no sirven- a partir del Sputnik- 1 de la U. R. S. S. 1957. Cossío contaba en estas páginas que los labradores de Tudanca abandonaron a media mañana sus trabajos en el campo para acudir a los pocos televisores disponibles en el pueblo a presenciar la llegada a la Luna del equipo Armstrong. Aquel acontecimiento- -y a esto iba- -llevó a Cabo Kennedy la mayor concentración periodística reunida jamás en ningún momento de la actualidad en ninguna parte del mundo. Recibieron credenciales más de 3.200 informadores, corresponsales, fotógrafos, locutores, cameramen técnicos, lo que ustedes quieran. Desde Cabo Kennedy, donde presenciaron, explicaron y fotografiaron el disparo del Apolo XI a la Luna, la avalancha se abatió luego sobre el Centro de Control de vuelo de Houston, Texas, en innumerables aviones, para contar a sus públicos el curso de la hazaña espacial americana. Ni las guerras mundiales, ni Corea o Vietnam, ni la fundación de la O. N. U. en San Francisco, ni los viajes del Papa Pablo a Tierra Santa o Nueva York, o los experimentos atómicos en Bikini o el desierto de Nevada, el bütz judío de 1967 o el asesinato de Kennedy en Dallas y su entierro en Washington reunieron semejantes muchedumbres informativas. Hubo que procurarse habitación en hoteles y E moteles a cincuenta o cien millas de Cabo Cañaveral, en Miami, Jacksonville, Daytona, Tampa. La N. A. S. A. facilitó estupendos medios de transporte, movimiento, información y comunicación a la horda. Se os servían, incluso, en los manuales informativos- -millones de palabras y gráficos- los superlativos 1 adecuados a la gran aventura, pero lo más notable de aquella ocasión. fue la presencia sobre el terreno de las nuevas técnicas y los nuevos modos del nuevo periodismo, el fenómeno galopante de una nueva Prensa de combate y trinchera- -ya probado en Vietnam- -de ndfP cia instantánea y de tensión, de adjetivos y denuestos, de competición y velocidad, superficial, truculenta y sensacionalista, pero efectiva ante la expectación de un mundo en vilo, de puntillas, en las urbes y los pueblos de los Continentes. La nueva Prensa estaba allí, en el Centro de Información de la N. A. S. A. en la colosal estructura de montaje de proyectiles- -la basílica del espacio, en cuyo interior cabrían las catedrales de Reims o de Burgos- en la tribuna y en la explanada de hierba, con sus cámaras, su óptica, su telemetría, sus mecanismos de sonido, lo más cerca posible de la plataforma de lanzamiento, ametrallando las ondas atmosféricas con el nuevo estilo cortante de sus voces para dar, en una cápsula instantánea de dos minutos, una visión fibrada y sensacional, calculada más para los ner ¿vios de sus audiencias que para su información. Hombres jóvenes, afanosos, vigorosos, capaces de vivir tres días sin dormir ni comer, sólo con un poco de alcohol para ir tirando y tres paquetes de cigarrillos fuerzas de asalto de la noticia, sin respeto a ninguna puerta ni más criterio valorativo que el hecho instantáneo y excitante, como un disparo a un blanco sin mañana o un flash sin continuidad para Radio Tokio, las calles de París o un bar en la calle de Serrano. Para eso estaba allí, nervioso como un caballo de carreras antes de la salida, despeinado, en camiseta y sandalias, nuestro brillante Hermida, de Radio Nacional, muchacho de tiro rápido. Es, no hay duda, una nueva Prensa, aif solutamente despierta a la velocidad del mundo de hoy. Viendo a esos muchachos, desplegados como lobos en Cabo Kennedy, me decía aquel ardiente día de julio un veterano corresponsal de La Nación de Buenos Aires: ¿Y qué hacemos aquí nosotros, perdidos en esta avalancha, con nuestras corbatas puestas y las cuartillas en la mano y nuestras buenas fuentes de información y las tradiciones de un oficio que empezó en el Congreso de Viena? No soy, ni mucho menos, tan pesimista como mi escéptico colega argentino en cuanto a la labor de profundidad y análisis que, ante cualquier acontecimiento de esta magnitud, puede realizar un corresponsal de los de corbata y con un periódico detrás de prestigio y tirada en cualquier país del mundo, pero el problema entre la Prensa tradicional y los nuevos medios informativos, entre Guttenbérg y los electrones, está evidentemente ahí, desafío para el futuro. José M. MASSIP

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