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ABC MADRID 18-10-1969 página 3
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ABC MADRID 18-10-1969 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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EDITADO POR PRENSA ESPAÑOLA, SOCIEDAD ANÓNIMA M A D R I D FUNDADO EN 190 B POR DON TORCUATO LUCA DE TENA ABC SOBRE LAS EXCLAMACIONES LGUNAS exclamaciones no son palabras, sino sonidos ocasio n a l e s compuestos de dos o más letras, que no significan nada. El hombre no consiente la omisión de las consonantes y en el lenguaje escrito las añade. Las exclamaciones, según el diccionario, son: Voces, gritos o frases en que se refleja una emoción del ánimo, sea de alegría, pena, indignación, cólera, asombro o cualquiera otro afecto. Las exclamaciones a veces son voces indeterminadas con las que se explican sentimientos determinados. La más frecuente de las exclamaciones es la voz ¡Ay! que se aplica lo mismo al dolor físico que al sentimiento moral, y también a otros afectos que no significan dolor ni alegría, sino sorpresa, recuerdo de una cosa olvidada, corrección de otras, contrariedad, etcétera. Es tan frecuente que, en mi opinión, serán nocas las personas que pasen las veinticuatro horas del día sin haberlas emitido por uno u otro motivo. Para no hacer tan monótonas las exclamaciones y darles el sentido deseado, colaboran con las letras la voz, la entonación con que se pronuncian y hasta la modificación de las letras correspondientes a la exclamación ¡Ay! que, al ser repetida varias veces para darle mayor intensidad, puede resultar un adelgazamiento del sonido de la A, convirtiéndose en e y por último vuelve a adelgazarse el sonido de la e convirtiéndose en la y final a plena vocalización, que absorbe el sonido pasajero de la e Resulta así una. exclamación compuesta de tres, letras, aunque- sólo sean más audibles la a y la y bien es verdad que la e es letra de tránsito entre sus compañeras y apenas suena al pronunciar: ¡Aeyi La exclamación ¡Ay! es la reina de las exclamaciones, ya que ninguna otra tiene el mismo poder que ella de expresión y acude a nuestros labios solícita, para dar fuerza a los más profundos y varios de nuestros sentimientos: ¡Ay, mísero de mí! ¡Ay, infeliz! puso Calderón en boca de Segismundo. ¡Ay, qué alegría! exclaman otros. ¡Ay, que me he dejado el coche abierto! dicen los que tan necesaria medida recuerdan de momento. Y ¿en qué sanatorio u hospital no se oyen dolorosos ¡ayes! Pero hasta con música se pronuncian los ¡ayes! y si no, que lo digan los flamencos. Luis MARTÍNEZ KLEISER R E D A C C IONSjl ADMINISTRACIÓN Y T A L LE R E S SERRANO, 61- MADRID ESO ESTA MAL GRAN MILAGRO ESPUÉS de vivir el tiempo suficiente, se llega a la conclusión de que los descontentos con su suerte suelen ser gente superficial. No me refiero, claro está, a descontentos terribles, enraizados en tragedias físicas o espirituales. Si un señor vive dentro de un pulmón de acero y no es un santo ni un estoico, es comprensible que no esté contento, y lo mismo puede decirse del que se vea obligado diariamente a humillar su afana. E descontento a que me refiero es de otra clase, más frivolo, si se quiere, pero que muchas veces basta para amargar la exis tencia. Hay gentes que, teniéndolo todo, viven con un sentimiento hiriente de frustración, y entiendo por tenerlo todo el disfrutar de buena salud, síntoma éste de tener cubiertas las necesidades más elementales. Esto a muchos les parece poco. Tienen una familia a la que van sacando 2o blante, se ponen una camisa limpia, comen lo suficiente para vivir, se permiten modestas distracciones, pero están descontentos. Querrían tener un automóvil muy grande, comprarse un reloj de oro de esc, que resisten el agua del mar, ser importantes en su oficina, irse a veranear a una playa famosa, y como no lo pueden conseguir se amargan la existencia. -Yo, que carezco de eso que se llaman bienes materiales, he procurado encauzar mi sensualidad natural hacia cosas muy asequibles y he logrado encontrar gran- des placeres en el disfrute de los sencillos. La misma vida, para empezar, me parece ya un verdadero milagro. A mi me parece milagroso esto de vivir, de ir y venir, de tener amigos, el dormir, el comer cada día, el abrir un grifo y tener agua, el abrigarme en mi casa mientras la Naturaleza, es inclemente fuera. Pienso en mis remotos antepasados de las cavernas, comiendo carne casi cruda y amontonándose animalescamente sobre un montón de paja, y me parece un milagro el vivir como vivo, con nobles libros para leer y personas inteligentes con las que conversar. Decididamente, me conformo con mi suerte, que es, sin duda, la que yo me acomodo en mi espíritu; no importa que, a veces, la sociedad me imponga tributos dolorosos. Si no fuera porque me he fabricado mi propio mundo sencillo, el cerco de la sociedad se me haría muchas veces crueL Pero yo procuro vivir mi vida, atento únicamente 3 las cosas que apetece mi alma. Todo lo demás, aunque lo cumplo, es para mí un tributo- nnás bien des- agradable- -que tengo que pagar por vivir entre los demás hombres. Estoy en casa leyendo un libro, oyendo música después de las jornadas de trabajo y siento la voluptuosidad del orden, la maravillosa sensualidad de las cosas muy simples. A. M. CAMPOY UNQUE vivimos al margen de sorpresas y de asombros, porque vamos demasiado de prisa y pocas cosas pueden retener nuestra atención, solicitada por tantos eventos desgraciados, como diríamos en estilo televisivo, pegadizo y reincidente, hay noticias, sin embargo, que nos causan estupor y pena o, acaso más bien, bochorno. La noticia en sí pudiera ser silenciada; pero en cuanto que es un síntoma y un brote de esta situación de violencia, de apelación a recursos primarios y desusados que se impone por la vigencia del desafuero, de la arbitrariedad y del menosprecio a la moral y el respeto, la noticia merece ser tenida en cuenta y meditada porque es un indicio más de hasta qué punto, en este trance de confusión, se impone, a la hora de la realidad y por encima de tanta palabrería vacua, no la razón, sino la fuerza del puño o del menosprecio a la dignidad humana, tan invocada y, a la vez, tan mal traída. La noticia objeto de este leve comentario es la siguiente: Federico Deloffre, de cuarenta y nueve años, profesor de la Universidad de la Sorbona- -nada menos que de la Sorbona, emporio que fue de decencia universitaria y de exigencia docente- tras una disputa con uno de sus alumnos contestatarios mordió a éste, Francois Huard de la Marre, mientras, para colmo de ensañamiento, la hija del profesor golpeaba al estudiante, reforzando así el mordisco nada académico, pero sí contestatario del padre. Lo singular es que el profesor- Deloffre había sido elegida el ano pasado por ocho mil quinientos estudiantes como director de la Unidad de Enseñanza e Investigación de la Lengua Francesa. Ante este hecho sintomático, multiplicado en otras formas de agresión y de violencia, dentro y fuera de la Universidad, uno piensa si, después de tantas apelaciones al diálogo y a la conferencia, y al simposio y a la asamblea, y a las nuevas estructuras, y rematando la etapa de tiros, de pedradas y de violencias, no van a terminar los hombres por querer arreglar a mordiscos sus problemas. Por el camino del diálogo que es como la panacea universal para componer desperfectos, cada día que pasa nos habla elocuentemente de que no se llega al entendimiento porque no hay diálogo, sino monólogo. Y claro es que si resulta legítima la actitud de los contestatarios y de los rebeldes, tantas veces elogiada como deseable y plausible para dar un vuelco a la vida y acelerar el advenimiento de una sociedad nueva, en la que pastarán idílicamente congregados lobos y corderos, será preciso que todos se conviertan en contestatarios y cuando ya no tengan a quién contestar acabarán entendiéndose a mordiscos. Hemos dado, sin duda, un empujón desusado a eso que se llama enfáticamente civilización. Pero es posible que hayamos dejado a desmano, como inservible, el sentido moral, sustituido por la violencia, que es la clave del dialogo fecundo, no de la algarabía, y qUe es el único que frena a los hombres para que no terminen sus discordias a mordiscos. R FéHx GARCÍA A A D De la Real Academia Espa ola Bálsamo Bebé

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