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ABC MADRID 30-09-1969 página 11
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ABC MADRID 30-09-1969 página 11

  • EdiciónABC, MADRID
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plicable fobia a todo lo que fuera alemán, llegaba a la deformación de sus prevenciones y por la defectuosa información qus tenía de nuestra guerra creía a nuestro régimen más que aliado, subordinado, en un tiempo al nazismo. Ello, en mi entender, explicaba el extremismo de su hostilidad a nuestro Jefe del Estado, cuyo sólo nombre conseguía descomponerle. Como tengo por costumbre, en toda comida pomposa, miré a derecha e izquierda las tarjetas con los nombres de mis vecinos. El almuerzo era de hombres solos y los anfitriones, como lo exigían las conveniencias, habían ido entremezclando (como si fueran invitados de sexo contrario) diplomáticos y personalidades francesas oficiales. Por pura cortesía yo no podía ignorar al prefecto del Sena, mi vecino de la derecha; pero además la situación, por espinosa, me divertía. Su acertado desenlace era para mí, aprobado el curso de doctorado de mi carrera, como la defensa de la tesis que la coronaba. Otro onsejo español vino en mi ayuda: Al toro, por los cuernos. El prefecto, que también se había percatado de mi, para él, poco grata vecindad, disimulaba mal su embarazoso estado de ánimo, vacilante entre la altiva retirada de escena o la hosquedad muda y reconcentrada. Sin duda, recordó él, que comíamos bajo el signo de la diplomacia y optó por quedarse, aunque con rictus estatuario. Figé como dicen los franceses. Se hacía preciso abrir brecha en aquella muralla. Suprimiendo preámbulos, con coraje, le dije: Señor prefecto: el destino ha querido hoy emparejarnos; pienso que en vez de disimular nuestros recelos y prevenciones tras una conversación insustancial, sería más humano y quizá más provechoso que nos diésemos a conocer nuestros puntos de vista y, sobre todo, las razones en que los apoyamos. Tal vez este diálogo pueda clarificar la situación. A usted le horroriza EI régimen de mi país y yo me atrevo a suponer que su información sobre él, y sobre todo sobré sus orígenes, es partidista y tío de primera mano. Porqué no me explica usted cómo nos ve y cómo cree que Llegados a lo que somos. El prefecto, ante ni insólita parrafada, quedó perplejo, casin resuello. Hubo una pausa y luego ne replicó: Es usted un diplomático muy ¡xtraño; pero puesto que apela a mi sinceridad no quiero defraudarle. Enzarzados en la discusión pasaron, sin que ningu 10 de los dos los probásemos, los diferentes platos de viandas de que se componía iquel cuidado festín. Hasta las diferentes opas con escogidos vinos quedaron como nos las fueron llenando. En aquella esgrina polémica nuestras bocas sólo apetecían argumentos persuasivos, razones cla as para convencer al interlocutor. Uno i otro desdeñamos a nuestros vecinos, del ado que nos eran contiguos. Llegamos al champagne y los brindis; llegamos al café a los licores y nuestro diálogo, atropelado y vehemente, casi como de enamorados, seguía vivo. Al final de aquel com ate, por su duración casi de 15 rounds sin arbitro decisorio, procediendo con honradez, uno y otro, tácitamente, hubimos Se convenir que habíamos hecho match íulo. Ninguno logró convencer a su opoíente; pero nos habíamos desahogado. El yó sobre nuestra guerra y sobre sus, por 51 poco conocido pródromos, lo que nunca labia escuchado. Yo pude confirmar, oyénlole, lo que sabía: que hay varias clases le oponentes o discrepantes: Los sectarios irreductibles, cerrados al liálogo, que se parapetan tras su igno anciá. Los mal informados, que con precipitaron formaron su criterio; pero no son refractarios a la argumentación que puede legar a hacer en ellos mella. Los que procediendo de mala fe oyen, se convencen, pero siguen en sus trece por testarudez, por orgullo, porque, dados sus compromisos, creen que les es imposible cambiar de parecer. Mi buen prefecto pertenecía a un grupo intermedio: el de los idealistas mal informados que escuchan, pero con prevención, y a los que sólo un Apóstol superdotado, un San Pablo, podría llevar por el angosto camino de la verdad al glorioso reino de la luz. Confieso que mi pobre ingenio no supo, en aquella ocasión, librar la batalla campal decisiva. Mi relato, mi alusión a lo que personalmente había vivido, que traje a colación, como ejemplo, no pasó de simple escaramuza. Mí tentativa pudo, tal vez, servir para que mi interlocutor, hombre honesto, dispusiese de elementos para rumiar, más tarde, en la intimidad de su solitario recogimiento, lo que le había dicho. Quizá mis palabras le llevasen a pensar que, además de lo que le habían contado, sucedieron otras cosas: que la razón, como suele suceder, no estaba sólo de un lado, el suyo, y que como dicen los franceses, tan disciplinados a la lógica y tan permeables a los buenos argumentos, es bueno siempre escuchar otros toques de campana y no sólo el de la espadaña pueblerina que, por familiar, parece que nos suena de dentro a fuera. Nunca, complaciendo mis flaquezas gastronómicas, logré disfrutar de un almuerzo más sabroso que aquel de la Cámara de Comercio de París: si prefecto del Sena como compañero de mesa, en que no probé bocado y ni siquiera alivié el cansancio de mi boca con un sorbo de agua. Match nulo; pero qué goce para mí el dar con alguien atento a mi voz y en el que, aun sin persuadirla, dejé enterrada la fecunda simiente de la duda. CASA- ROJAS Paseos sosegados a orillas del Sena.

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