ABC MADRID 30-09-1969 página 10
- EdiciónABC, MADRID
- Página10
- Fecha de publicación30/09/1969
- ID0000905178
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El Ayuntamiento de París, según un viejo grabado. UN ALMUERZO INOLVIDABLE V IAJÁBAMOS por un exótico país oriental. Figuraba yo como vicepresidente de la Delegación española, en cuyo honor un rico barón, dedicado a la industria pesada, ofrecía aquella noche una cena. Según costumbre nacional, en el grupo indígena, sólo comensales hombres. Por ser amable con nuestros anfitriones, nuestro presidente, en su discurso de gracias, la noche anterior, había declarado que los españoles nos pirrábamos por la cocina local, de suyo peculiar y, para los no iniciados, incomible. Llegamos a los- postres. Cumpliendo con el ritual, en su primera aparición, la dueña de la casa, después de cumplimentar a nuestro presidente, acomodándose al riguroso orden jerárquico, se acercó, reverente, a mí para preguntarme si los manjares habían sido de mi gusto y si el servicio había correspondido a sus deseos de hacernos grata la velada. Ante tanta cortesía yo no podía mostrarme excesivamente sincero. A decir verdad, la comida había terminado para nosotros como la precedente: ahitos de zalemas y vacíos nuestros estómagos. Quise hermanar la educación con la sinceridad. Servir a dos señores, en la ocasión antagónicos; la verdad y los buenos modales, y dije a la baronesa: Señora, yo sólo puedo asegurarle que esta cena será para mi inolvidable. Ella, gentilmente, me sonrió agradecida y yo quedé satisfecho de mi improvisada fórmula por la halagadora interpretación que ella había dado a mi ambiguo comentario. Desde aquella noche, públicamente me declaré enfermo crónico del estómago y sometido a un rigroso régimen de lácteos, huevos, legumbres y frutas en el que no cabía ni el equívoco ni la mixtificación. De nuevo quedé contento por esta segunda escapatoria, porque en nuestro prolongado viaje por la nación, en el que salimos a dos banquetes por día, menudearon las comidas inolvidables Rudimentariamente pienso que la diplomacia es el arte del diálogo. Un decir español así lo confirma: Hablando se entiende la gente Impulsado por este convencimiento, siempre he procurado, a lo largo de mis muchos años de actividad profesional, abordar a los que pretendía convencer para intentar atraerlos a mi causa. Viene a mi memoria uno de los almuerzos protocolarios de los que, en su sede, la Cámara de Comercio dé París ofrecía cada año al elemento oficial francés más destacado y al Cuerpo Diplomático. Quiso el destino que me correspondiese en él sentarme al lado de uno de ios pocos personajes oficiales de entonces a cuyo conocimiento personal, pese a mis tentativas, no había podido tener acceso. Se trataba del prefecto del Sena. Hombre de puros ideales, de buen historia! patriótico, que había pasado por la desgracia de perder un hijo en circunstancias trágicas durante la ocupación de Francia por los alemanes. A pesar del quebranto, su fortaleza moral le había permitido sobreponerse y actuaba en política fiel a lo que estimaba su deber y liberado de toda ambición. Por su ex- Iglesia de la Magdalena, vista desde ia plaza de la Concordia.