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ABC MADRID 26-09-1969 página 7
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ABC MADRID 26-09-1969 página 7

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página7
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O encontré en un pequeño balneario norteño, casi aldea, y pareció alegrarse de verme. Echamos a andar carretera adelante y a poco torcimos por un camino y nos internamos por un sendero que iba a dar a un roblsdal. Lo atravesamos y salimos a un prado entre sol y sombra. Allí nos sentamos. -Se está muy bien aquí- -me dijo. Me refiero a esta rústica estación tsrmal famosa desde el tiempo de los romanos. Lo malo es que ya llegan los ruidos de la ciudad. Ya ve usted, en el hostal del balneario, que podía ser un sitio tranquilo, la televisión a todo grito, rompa el encanto. ¿Ha visto usted cosa más absurda y probablemente más antihigiénica que estar cerniendo y oyendo al mismo tiempo esa matraca de la televisión, que ni siquiera miran ni oyen durante la comida? Nos habíamos sentado sobre la hierba. En todo alrededor, el silencio de las montañas y los campos. Parecía mentira lograr un rincón para pensar, para dialogar o, simplemente, dejar pasar el tiempo sosegando los nervios, castigados por las voces, los gritos y los ruidos de la gran ciudad. -Veo que no es usted partidario de la televisión- -le dije. -No. La televisión me parece una de las calamidades de nuestros días. No compensan sus programas de noticias y reportajes toda esa sarta de vulgaridaddes y de exhibiciones mediocres con que han de alimentar la pantalla todo el día. No niego que hay algún programa pedagógico que puede ser útil, pero la proporción negativa en la totalidad de los programas, la mismo aquí que en otros países, es abrumadora. Lo dijo hace tiempo Waldo Frank: hasta los artistas y los escritores que eran notables utilizando otros medios, le resultaban mediocres y chapuceros en la televisión. Le recordé entonces que, gracias a la televisión, él pudo contemplar la llegada del primer hombre a la Luna. Pero él me señaló hacia lo alto, hacia las nubes, que hacían la más sugestiva pintura abstracta sobre lo azul. Y me confió algunas idsas suyas sobre tal acontecimiento. No le entusiasma ni poco ni mucho esa incursión del hombre en la Luna. No concebía cómo la gente se había tragado toda esa propaganda que llegaba a comparar ese hecho con el descubrimiento del Nuevo Mundo. La Luna estaba ahí desde siempre, y no solamente no era un mundo ignorado, sino que había servido desde que existe el hombre para imaginar las más bellas cosas. Hasta los romancillos infantiles la cantaban: quisiera ser tan alta como la Luna Se sabía que era un planeta deshabitado, frío, sin vegetación; pero si hombre- -que no es una máquina- -había pintado, musicalizado, escrito maravillas sobre la Luna. Era un mundo mágico que representaba el anhelo humano de evasión hacia espacios ideales. No ya los enamorados- -y el verdadero amor es un estado de alma ideal- sino hasta los irracionales sentían ese influjo lunar. Pero es mentira que el hombre deseara llegar a la Luna para convencerse de lo que había averiguade: que la Luna es un desierto inhabitable. Seguía siendo un azucena astral, una pastera que cuida su ganado en cañadas idílicas, una aldea de ensueño... Entonces vienen estos hombres con sus escafandras y sus zapatones de hierro, se descuelgan sobre la Luna y nos dicen: he aquí la realidad. Es una triste demostración, y ya están dimitiendo, desencantados, los principales forjadores y realizadores de esa empresa. Nuestro amigo apoya- la palma de sus manos sobre la hierba, como si buscara un mejor acomodo, sonríe por haber encontrado la postura adecuada, y prosigue: -El descubrimiento de lo que hoy llamamos América suponía, en verdad, des- L cubrirle al hombre del viejo continente la otra mitad de la Tierra, con sus gentes, su flora, su fauna, esas aves maravillosas nunca vistas por nuestros antepasados hasta aquel 1492, en qus Colón y los Pinzones, con un puñado de hombres, se lanzaron a la aventura, hacia lo verdaderamente desconocido, sin guías, sin instrumentos, sin la menor comunicación durante masss con quienes los vieron partir hacia una muerte casi segura... Y al vorver traían para el viejo mundo nada menos que la prueba de cultui- as y civilizaciones hasta entonces ignoradas; habían enriquecido a la Humanidad con más de otro tanto de no buscando como Azqrín el silencio y la penumbra frente a ess escenario abierto a todos los exteriores que ss 3l cine. -Pero últimamente- -nos dice- -ya apenas queda ese recurso. El ciña se ha vuelto, con pecas excepciones, pura pornografía. Y no es que uno se asuste, naturalmente; pero esa incesante repetición de escenas de alcoba, con torsos desnudos, chicas con todo al aire v besos interminables llega a estomagar. Y cuidado que yo creo qus uno de los más bellos espectáculos naturales de que puede gozarse aún es el esa pareja de jóvenes enamorados que se pierden tras una arboleda: pero la falsifíca- lo que tenía hasta entonces. Ahora ha sido todo lo contrario: destruir la ilusión, el misterio, todo un mundo ideal creado a lo largo de las generaciones. Ya se verán las consecuencias. ¿Es usted pesimista? -No lo soy, a pesar de todo. Porque creo en el poder espiritual del hombre, que es. en definitiva, la conciencia del Universo, de todos esos mundos que la ciencia- soberbia, pretende poseer, como si no hubiera en nuestro mundo tantos lugares inexplorados aún. tanta miseria y epidemia que remediar en selvas, tribus, poblados que, a veces, por paradoja, están avecindados cerca de ciudades de lujo. Nuestro amigo tiene indudablemente un empacho de ciudad y ha venido a curárselo en esta vacación que le permite no sólo tenderse sobre la hierba, lejos de todo ruido, sino que le invita a realizar aquella aspiración de Picasso, indigesto de París: comer hierba para pintar unos verdes incomparables. Me faa confesado que hubo un tiempo en que procuraba la evasión de lo cotidia- cicn y reiteración de ese momento repetido y aumentado al desnudo por la fotografía del cine. es. como todo lo artificial y rebuscado, enojosa. Pasaban a lo lejos unas muchachas qus venían de bañarse en el río. Piel bronssada, limpia, pregonando salud y belleza. -Ahí tiene usted el desquite- -me dijo mi amigo- esas muchachas cada vez más limpias, más sencillas en el vestir, con menos prejuicios... Ellas son al verdadero cartel de un futuro prometedor. El aire libre, el sol, el agua son ahora todo su tocador y sus cosméticos. Es la norma de la Naturaleza que nunca es cursi ni egoísta: y. siendo siempre igual, es siempre joven. De vanguardia, pudiéramos decir con el lenguaje de hace treinta años. Buscó una piedra de un cercado próxiT mo, la puso sobre la hierba, colocó sobre ella su pañuelo, y se tendió boca arriba en el suelo, poniendo su cabeza sobre la improvisada almohada. Respiró anchamente. En el silencio rompió a cantar un ruiseñor. Ángel LÁZARO

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