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ABC MADRID 11-09-1969 página 85
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ABC MADRID 11-09-1969 página 85

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página85
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crónica semanal de las letras tES romances bastan para confirmar la esencial españolidad, castellanía de la poesía de Domenchina. Sonetos y romances son las dos formas esenciales de la poesía española. Cada una con su ritmo propio, casi opuestas en su destine inicial: si el romance abre la poesía medieval, para cristalizar en su forma definitiva a fines del siglo XIV, el soneto, tras de prematuros ensayos, abre y corona el triunfo del Renacimiento. Y tras de unos años de lucha y polémica, más aparente que real, se abrazan para no separarse ya más. En ninguna otra literatura, salvo las otras ibéricas y aun en ellas con menor relieve que en la castellana, fluye el rio del romance, a un tiempo popular y culto. Pero además tampoco en ninguna otra es el soneto lo que es en España, gracias a la oculta transfusión de la sangre del romance en sus más anchas venas. Y el soneto, entre nuestros mayores poetas, fluye también, y es, de otro modo, un verso, una estrofa tan natural como el romance. Todo esto podría demostrarse paladinamente con ejemplos de Domenchina. Si sus sonetos son tan necesarios, tan espontáneos, aún con su apretada carga de emotivo pensamiento y su riqueza y castigada obcecación, encarnadura de léxico, sus romances corren, sí, sin detenerse, pero sobre lecho duro, que a través de las transparentes, purísimas aguas, nos deja contemplar los cantos rodados y los vencidos nudos de torbellinos. ¿Son populares, son cultos estos romances? ¿Proceden del manantial de la tradición directamente o a través de la reelaboración que sufre el soneto en tiempos de Felipe n con lope y Góngora y sus escuelas? Son a la vez lo que uno y lo otro. No obedecen a la simetría en coplas de cuatro versos, sino que- -como todavía alguna vez en Lope- -forman serie y no estrofas. Lo mismo que hoy en sentido inverso y siguiendo al romance de las leyendas románticas, Lorca los deja cantar en su Romancero gitano Por lo demás, nada más alejado que los romances de Federico y los de Juan José. En los de Domenchina no hay doble plano, no se distingue relato de ornamentación. Todo es un solo, unidísimo curso. Maravilla de romances. El de La tarde abundante en ritmos que rompen el natural octosilábico, justificada esta rebeldía con la fatiga, las fatigas del alma frente al Señor, al que se dirige en oración final conmovedora. El motivo de Las raíces ya tocado en los sonetos, encuentra ahora otro modo, quizá más idóneo, de expresión. Es otra vez el destierro, la soledad, la andadura. Andadura que en el marchar inexorable del romance resulta más viva aún que en el éxtasis, que siempre cuaja inmóvil al soneto por muy entrecortado y anheloso que se procure y surta su ritmo. La intensidad del dolor se hace, hasta para el mismo lector, casi insufrible en Mal de Castilla La densidad, el peso llega a cuajar en pellones tremendos que, sin embargo, no detienen las aguas someras y hondísimas del rio eterno del romance más castellano que conocemos, del romance del mal de Castilla. Vale la pena de transcribirle íntegro. T TRES ROMANCES José Domenchina MAL DE CASTILLA Se me está muriendo toda la vida que soy. Dejadme dejar esta pesadumbre que no me deja alcanzarme. Feliz quien anda escotero. A mí me estorba hasta el aire. Camino, por pesaroso y apesadumbrado, en balde, porque las sendas que piso no van a ninguna parte. Me pesan los pies, les ojos, la voz, el huelgo, la sangre. Y me pesa el pensamiento, y me pesa, en fin, pesarme yo, que, por ir tan transido. no me puedo dar alcance. No es rezumador el barro que me forma, en junto y acre. No lloro. Al crujir en seco se resquebraja mi carne. Hay quien abhjjida, lloroso, con la niebla dé sus valles téjanos la vida dura y hostil de su barco andante. Hay quien tiene- -limpio orvallo trémulo, llorones sauces efnpapados de ternura y de chira ayer- -saudades... Pero yo no tengo llanto que me moje y que me salve. Mi soledad de Castilla, mal de ausencia inconllevable, querencia árida, barbechos, polvo, sed, llanura y hambre; mi soledad de Castilla no tiene con qué ablandarme la sequedad de este barro que cruje, al. resquebrójarse... Gerardo DIEGO De la fíeoi Academia Española 1

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