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ABC MADRID 06-09-1969 página 9
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ABC MADRID 06-09-1969 página 9

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página9
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licativo. El género policial es eminentemente inglés. No interesa que Francia haya cruzado con éxito el Canal de la Mancha y que los italianos con su giallo -amarillo- -hayan logrado sus puntos. El Imperio Británico es el imperio policial (en el buen sentido, claro está) Y como buena madre patria a sus hijos de América les ha regalado la dinastía de los Hitchcock. Por el contrario, España, terminantemente, no aparece en el mapa Resulta muy interesante apuntar esta realidad. Si España en todas las manifestaciones de sus literatura- -alta y baja- -ha logrado siempre, a través de los siglos, el mayor brillo y gloria, ¿cómo ha desdeñado este género? ¿Por qué? Alguien me dice que siendo el español detective nato, de pipa y lupa -lo que viene a ser de tomo El novelista Simencn, segundo por ia izquierda, con los actores que encarnaron cinematográficamente a su célebre comisario Maigret, a quien se ve detrás, hecho estatua, en Delfzijl (Holanda) y lomo- -es muy difícil despistarlo. Alguien me dice que siendo el español expeditivo y claro no gusta de laberintos y exige la solución rápida. O tal vez el idioma no se preste al tema, ya que nuestra lengua es tan directa y matemática que no admite el disfraz. Sea lo que fuere, el caso es que un argumento policial sólo lo aceptamos si está aderezado y condimentado con gracia y humor. Recuerdo que Pedro Neyra, buen escritor y amigó, refiriéndose a cierta obra de teatro, decía: Yo no voy porque tengo miedo a que me echen la culpa a mí Olvidando esta reflexión pasemos a otra más grave de carácter psicológico y general. El auge del asunto policial se debe exclusivamente a las personas decentes. Ningún ladrón o asesino es un adictopolicial. Los estudios y estadistas de criminología han demostrado siempre que sienten el más olímpico desprecio por las creaciones delictivas de la imaginación de los demás. Últimamente leímos que un gángster acribillado a balazos en New York tenía su cuarto atiborrado de nóvalas románticas. Por el contrario, quien goza y se regodea con tales asuntos es el buen padre de familia que llega cansado de su oficina, y después de una cena amable y cariñosa con su mujer y sus hijos se mete en la cama para saber quién la mató. Desde luego carece de toda lógica que un bandido lea a Dante o que un estafador recite a Verlaine. Pero también a primera vista resulta absurdo que, mientras se está cocinando un arroz con pollo, una buena solterona se distraiga con el empleo del arsénico. Cierta dama inglesa, puritana y soñadora, mientras echaba con dos deditos limpios una pizca de sal, repasaba el último capítulo leído y exclamaba comprensiva: ¡Bah, un poquito de arsénico no hace dañó a nadie Lo que sucede en ambos casos contradictorios es perfectamente claro, y no necesitamos que ningún capitoste psicoanálisis venga a explicarlos. Todos sufrimos la cadena perpetua de nuestro yo todos estamos encerrados en nuestra cárcel uniperspnal, y es natural que el preso aproveche toda ocasión de evadirse. Para unos, la evasión significa la honradez; para otros, la deshonestidad ilegal... de los demás. Entendámonos bien: no es que la envidiemos ni la deseemos para nosotros, no es nostalgia del mal escondido y agazapado en el subconsciente, nada de eso. Es el placer de abrir una ventana que nos ofrece, no la acera de enfrente ni el vecino de enfrente, sino un paisaje totalmente distinto, extraño, exótico, de árboles salvajes o nieves eternas a las que nunca quisiéramos llegar. Entonces nos sentimos como turistas dentro de nuestra habitación cómoda y tranquila. Somos viajeros de nuestras vidas a muy poco precio. ¡Bueno fuera que los drogadictos de este género significaran elementos frustrados, porque entonces tendríamos que fabricar los Códigos al revés, castigando la honradez solamente! No quisiéramos terminar esta nota sin apuntar algo que creemos erróneo. Se ha repetido mucho que al exhibir en libro, cine o televisión los detalles ingeniosos de una trama bien urdida, con sus correspondientes sorteos y escapatorias, facilitamcs al delincuente una buena lección que puede copiar. No lo creemos. Aunque carecemos de intimidad con el hampa- -por lo menos a sabiendas- -presumimos que nos deben desconfiar como profesores, porque en realidad lo somos malos. El dero peligro es otro. El policial es género menor, y si se quiere, subalterno, que nunca debe salir de sus límites. Policías y ladrones, buenos y malos, inocentes y criminales, deben estar separados por una raya total e infranqueable. En este género no- se admiten difummados: he aquí porque es subalterno y primario. Pero pretender volcar el interés y la simpatía del lado negativo, incitando muchas veces al lector o espectador a ayudarlos a escapar, o lo que es peor, adornándolos psicológicamente de matices que nos turban y subyugan, significa un peligro auténtico que no debemos olvidar. La literatura policial barata no daña ni siquiera al bolsillo. Pero al pretender sacarla de quicio y ennoblecerla demasiado con falsa psicología encuadernada, pagamos doble precio: en el bolsillo y en la moral. Isabel SUABEZ DE EEZA La ficción era tan poderosa que tuvo oue materializarse. Para mansión de Sherlock Holmes fue elegido el castillo de Lucens, en Lausana.

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