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ABC MADRID 06-09-1969 página 7
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ABC MADRID 06-09-1969 página 7

  • EdiciónABC, MADRID
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¿POR QUE RUBIA DESPAMPANANTE HORA que andan nuestras playas con el rubio nórdico subido, dejando en un segundo plano la fuliginosa morenez indígena y hasta doblegándola- -milagros de la cosmética- -a concesiones de tintes y pecas postizas, quizá sea buen momento para bucear un poco en las posibles razones de esa discriminatoria adjetivación tan frecuente en la calle y en boca de muchos: me refiero al calificativo despampanante aplicado con exclusividad a la mujer rubia. Sí; ¿por qué rubia despampanante y no, también, morena despampanante Quitar el pámpano a las vides y dejar atónita a una persona son los dos primeros significados que el diccionario atribuye a la palabra despampanar ¿Cuál de las acepciones viene al pelo en este caso? Pienso que las dos, y hasta se me antoja que existe una dependencia entre ambas. Es decir, el pimpollar, el pampanar de la vid- -y el de la mujer- -es lo que nos deja desconcertados, atónitos. El hombre conserva una fuerte entidad arcaica con las especies de que ha ido alejándose a través de millones de años de evolución. De ahí que, en plena era espacial, todavía guste vestirse de escamas, de pieles, de vegetales. En ese arcaísmo y en los simbólicos que, consecuentemente, la Naturaleza nos provee de continuo, encontramos muchas de las más usuales formas expresivas, muchos de los tópicos y metáforas de nuestro lenguaje. Los ejemplos resultan obvios. En la mente de todos están locuciones literarias que de tanta floresta y tanto aroma han llegado ya a empalagarnos y apestarnos. Pero ¿por qué esa relación entre pámpano de vid y mujer rubia? ¿Y por qué parece desasosegar y desconcertar más la presencia de una mujer rubia que la de una morena? líos que somos de tierra de vides- -de- tierra de mujeres quién no lo es- -sabemos que el pimpollar, el exultante desarrollo de una cepa o una parra, es verdaderamente espectacular. Del muñón reseco, aparentemente sin vida, desnudo, que es una cepa en abril, a la exuberancia de hojas, sarmientos, zarcillos, flores y racimos que muestra apenas un mes después, hay tal diferencia que el fenómeno resulta verdaderamente sorprendente. En apenas unos días primaverales, la cepa o la parra auténticamente se sueltan el pelo. Así, la rubia- -cierta rubia- -se nos aparece despampanante sobrada de pámpanos, inundando el aire de pimpollos, sarmientos, zarcillos, dándose- -en pámpanos, se entiende- -a cuantos a su paso parecen irla deseando. Aparte este simbolismo vegetal existe un factor aún más decisivo, que hace que la mujer rubia gane la partida en radicación a la mujer morena: me refiero al valor psicológico y efectivo que poseen los colores. Una mujer rubia resulta más pública- -y lo decimos en la más pura acepción del vocablo- -que una mujer morena. Lo moreno, lo atezado, lo negro, encierran una fuerza de atracción más bien centrípeta e intimista. Lo que mejor refleja la condición de centra es el punto, y el punto es, sin duda, lo más intensamente negro que puede concebirse. Además, los colores condicionan sentimientos y apetencias. Muchas personas sienten una especial inclinación por el azul, io que no quiere decir que estarían dispuestas a beberse una copa de coñac azul. Con el color del cabello de la mujer acontece algo similar. La rutilante luminosidad de la rubia parece preferirse como estimulante, como se elige para abrir boca una caña de dorada manzanilla de no demasiada graduación alcohólica. Pero a la A hora de embriagarnos- -y perdón por el tópico cursi, pero resulta insustituible- -la mayoría preferimos ahogarnos en el pilón sin fondo de unos ojos negros encuadrados por una cabellera de ébano. Se trata- -insisto- -de una reacción psicológica ante el color. Una valoración puramente convencional. Tan convencional como que el facismo tenga que ser azul y el comunismo rojo; la paz, blanca, y la historia, violeta. Ha llegado a demostrarse, a través de tests y psicodiagnósticos, que el azul oscuro corresponde a la intraversión, y precisamente el amarillo a la extraversión. De ahi que la mujer rubia- -cierta mujer rubia- -sea, para la vista, pura radiactividad. Desconcierte. Despampane. Toda mujer tiene derecho a cuarenta años de belleza y a quince o veinte de gracia. ¿No es ciertamente significativo que la mayoría de las mujeres en edad de estado de gracia tiendan a lo blondo, a lo rubio o, todo lo más, a lo melado? Lo rubio- -repetimos- -atrae más, irradia. La morenez trasciende menos. Es casi regla sin excepción el que la novia morena de los dieciocho años, si volvemos a encontrarlapasados los treinta, la hallemos más dorada, más rutilante. Cuando menos ha encendido ya sobre su cabellera las mechas púrpuras de los esplendores discretamente artificiales. Tan decisiva y matizada resulta la influencia de los colores en los seres dotados de elementos para su percepción, que durante la casi inapreciable pérdida de luz de los eclipses la mayoría de los insectos se quedan dormidos. Sin la solar rutilancía de las cabelleras de las mujeres rubias, los hombres, como los insectos, quizá transitáramos por la vida con los ojos menos abiertos, más soñolientos y sonámbulos. Blondas, áureas, despampanantes rubias, vais por el mundo cumpliendo una inestimable función despabiladora, despertadora. En lo profundo de su corazón y su ¡i n timidad, las morenas- -qué duda cabe- -os lo agradecen. José Luis ACQTJABONI

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