ABC MADRID 08-08-1969 página 68

y poesía, cada día Natural de Cádis. donde nació en 1865, Carlos Fernández- Shaw ha alcanzado mucha mayor difusión y notoriedad como dramaturgo que como poeta. Sus versos, dentro de la corriente modernista de su tiempo, revelan una extraordinaria sensibilidad y una finura de concepto y expresión que lo hacen muy emotivo y cercano. La sierra de Guadarrama ha estado siempre en el norte de su amor y la ha descrito con brillantes y emoción. Muño en Madrid en 1 S 11 Poesía de la sierra La vida. loca Poemas del pinar Los últimos cánticos son los títulos de algunos de sus libros poéticos. Este poema de Peñalara revela su sencillez comunicativa y su altura de sentimientos. CARLOS PEÑALARA En clara noche de luna clara, brilla a la luna la gran laguna de Peñalara. Brilla con una luz misteriosa; de tonos puros, de tonos leves, como las nieves, olor de rosa. Llena, muy llena, del agua pura, limpia, serena, que da la altura. Sobre las ondaa brilla la cumbre con grata lumbre de tintas blondas. Y en un profundo noble reposo. ¡Cima de un mundo maravilloso! los toscos flancos de la montaña; la gran laguna, tan reluciente, donde se espeja la blanca luna; los ricos prados, hoy tan lucidos; tan dilatados, tan florecidos. Rasgan el centro del lago breve, que el agua forma de tanta nieve, piedras informes, toscas, enormes, de fuertes bases, de gran altura, que surgen dentro del agua pura. Y al pie del agua, limpia y serena, que llena y llena, constantemente, la gran laguna- -tan reluciente con tanta luna- se esparce lín prado, de luz vestido; muy dilatado, muy florecido Con muchas matas en flor, agrestéflj con muchas flores de mil primores; de finos tallos, de breves hojas; blancas, celestes, violetas, rojas... En puros, bellos, limpios destellos de clara lumbre- -destelloa p ros de tonos blancos- -y todo se envuelve, todo se baña; la torva cumbre; ¡Cuánta dulzura la paz transmite de brillo tanto! La paz del cielo, que dura y dura con tal encanto, ¡cómo sosiega los valles hondos; los horizontes, limpios de bruma, que prestan fondo de vagaa luces, a tantos montea! t ¡Ay del cuitado que, devorado por su tristeza, pida consuelos, para sus duelos, i la impasible Naturaleza f ¡Y ay del vencido, con tanta herida, que al hombre pida piedad, olvido! ¡La propia vida!