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ABC MADRID 02-08-1969 página 25
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ABC MADRID 02-08-1969 página 25

  • EdiciónABC, MADRID
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ABO. S Á B A D O 2 DE A G O S T O DE 1969. EDICIÓN DE LA MAÑANA. PAG. 25. CRÓNICAS DEL VERANO EN ESPAÑA POR LOS PICOS DE EUROPA Tres y media de la tarde en Santo Toribio de Liébana. El sol brilla espléndido. Ni una nube sobre los Picos de Europa. Hay restos de nieve en las cumbres. Las piedras del monasterio brillan color naranja. Unas monjas que han ido en peregrinación, reparten, sentadas en la. yerba, su comida. Entrar en las sombras del claustro descansa la vista. Es pequeño. En el centro del patio dos troncos en forma de cruz, y en el corredor, fotocopias de primitivas interpretaciones de la Biblia. -Son del, siglo VIH y los originales los llevaron muy lejos de aquí algunos, ya sabe, más listos, de los que aprovechan las circunstancias... Quien habla es un monje de corta estatura, delgado, de cabeza grande, redonda y calva, ojos dulces. Pertenece a la comunidad franciscana, a la que está encomendado desde hace ocho años el cuidado del monasterio, que guarda el trozo mayor que se venera de la Cruz de Cristo. El franciscano es muy amable y se ofrece a enseñarnos el lignum crucis y a darnos la bendición. Después nos explica muchas cosas. Que el monasterio fue fundado en el siglo V. Que en sus primeros tiempos lo guardaron unos frailes ermitaños, autores de las pinturas antes aludidas. Que después y durante siglos- pasó a los dominicos. Que con la desamortización de Mendizábal desaparecieron las ochenta pinturas, muchas de las cuales se encuentran en museos del extranjero y otras en la Biblioteca Nacional de Madrid. Que la reliquia de la Cruz hubo de ser muchas veces escondida por piadosos vecinos y que en la guerra del 36 fue sustituida en el relicario por una madera corriente para evitar su destrucción. Después el lignum crucis volvió a su sitio. Y que una vez le fue arrancado un trocito y enviado al Instituto Forestal para su análisis, sin decir su procedencia, y la respuesta, hallada con ayuda del carbono- 14, fue que era una madera de ciprés con una antigüedad de dos mil años. Para llegar hasta aquí hemos partido desde Comillas, y por la ruta de los foramontanos que describiera con verbo de singular viveza Víctor de la Serna, seguido el camino de los Picos de Europa, para tomar después, completando un alucinante semicírculo, por las gargantas de La Hermida y salir por Unquera nuevamente a la costa a San Vicente de la Barquera. Camino tortuoso que salta de vega en vega: de la del Saja a la del Nansa y de la del Nansa, a la del De va; sendero retorcido por la provincia de Santander, que pisa durante varios kilómetros las de Patencia y Oviedo. Con el mar de espaldas desciendo desde Comillas hasta Cabezón de la Sal, para adentrarme en el Valle de Cabuérniga. El tapiz de los heléchos baja hasta el mismo borde de la caa- retera y un húmedo olor a tierra y a yerba ensancha el ánimo. La montaña entra no sólo por lá vista, sino también por el olfato. La carretera se estrecha y retuerce por la larga collada de Oarmona, salto agreste entre el Saja y Nansa, En Puentenansa 1 la prudencia hace dudar. La ruta por La Hermida es más corta y abrevia el camino hasta Potes, capital del valle de Liébana; la que conduce por Tudanca y Salceda es larga, encrespada, pero lleva, aguas arriba del Nansa, hasta la sierra dé Peña Sagra. Elegimos esta, última, con treinta kilóinetros de carretera en pésimas condiciones, CASI TODO ES POSIBLE Apretado en su blancura de cal, Iznalloz es en el espejo retrovisor como una tacita de café invertida. Asciende la carretera, serpenteando la vega. D o s puertecicillos que casi no lo son, de tan suaves. Se riza el agua en el pantano de Cubillas, que es preciso atravesar. Es mediodía, Granada, en el fondo, tiene ais o de tablero de ajedrez. Blanco y negro. El Albaicín y el Sacromonte. Más hacia el horizonte, el Genil hiere la huerta como una cicatriz. Poderoso de fangos y caudales lo advierte Pedro de Lorenzo en esa deliciosa excursión hidrográfica por él realizada. Más río aún que el Guadalquivir, al que sirve. Con el encaje de las nieves que desde Sierra Nevada le llegan. La Gran Vía, trazada a cordel, se muere en la placita de Isabel la Católica. Unas muchachas rubias que suben, Zacatín arriba, hacia la Alhambra, me preguntan si el camino es largo. No; corto y delicioso. Busiñol y Falla lo hicieron durante muchos años varias veces al día. Y ambos se dejaron en su andadura lo mejor de su espíritu. Convenzo, sin embargo, a las francesas- -de Limoges, según me explican- -para que aplacen la visita haSta la tarde. Las fuentes de la Alhambra tienen otro rumor en el atardecer. Cuando la torre de la Vela es poco más que una sombra esbelta. Hacía algún tiempo que no veía Puerta Real. Continúa el café Granada con sus sillones de peluche. En la terraza, las mesas vacías. En la Alcaicería, en cambio, no cabe un alfiler. La estrechez de las callejuelas preserva al paseante del rigor del sol, que corta la ciudad como el filo dé una navaja. Nos perdemos en el dédalo del antiguo Zoco. Platerías, puestos de repujado en madera, cerámica y porcelana árabe aquí y allá. Curiosidad cosmopolita. Monique se compra una mantilla. Y se la pone. Casi me dan ganas de llamarle Angustias, como la Virgen del camahasta Salceda, para empalmar después con otra que asciende a Potes. Por encima de Tudanca, a la sombra impresionante de Peña Sagra, el pueblo que inmortalizara Pereda en Peñas arriba se ha construido el embalse del Nansa. Un alte en Potes para comer. Las especialidades son tentadoras: cabracho de altura, salmón del día y el sabrosísimo queso de la Liéfoaaa, de corteza dura y ahumada, de tierno inferior. La tarde cae cuando emprendemos el regreso. Las gargantas de La Hermida en frían el ambiente con la frialdad de la piedra. En las señales de carretera se advierte del peligro de desprendimientos. La ruta entra ligeramente en la paOTineia de Oviedo, para tornar nuevamente a la de Santander por TTnquera. Un intenso- olor a mar nos saluda. A la vista, San Vicente de la Barquera. -Miguel TORRES, rín dorado. Un pequeño restaurante extiende sus mesitas en la calle. Nos sentamos. Casi no nos permiten elegir el menú. Imposible resistirse a la sugerencia del camarero. Habas con jamón y tortilla al Sacromonte. Al fondo de una de las callecitas, la plaza de Bibarrambla. Con sus puestos de flores. La leyenda se aprieta, se adelgaza en su bella cuadratura. El Albaicín es como un espejo que reflejara toda la luz del sol. Creen las muchachas que van a encontrar gitanillos astrosos, rasguear de guitarras. Sueña su imaginación con reyertas lorquianas. Nada de eso. Se hace denso el silencio en la estrechez de los pasillos empedrados. Portalillos como dédalos. Sabe toido a ensoñación. Caminamos despacio, como si ejecutásemos un rito. Decía Fortuny que todo era ritual en el Albaicín. Surgen los cármenes a cada paso. Enjalbegados, altivos. En las calles tortuosas pueden verse aljibes, cuya utilidad explico a mis compañeras de paseo. Cada rincón es un misterio. Unos turistas intentan encerrarlo en la penumbra de sus cámaras fotográficas. No, el Albaicín no se deja coger. Abre su luz, su silencio, al caminante. Pero se queda allí. A Díaz- Cañabate la Plaza Larga le recuerda a Montmartre. A las francesas, también. La Puerta de las Pesas, que la cierra, rompe lo que pudiese haber de parecido. Ni con música de acordeón tendría visos parisienses. Todo el silencio del Albaicín se haría grito ante el más mínimo indicio de trasplante. La plaza de San Nicolás sí que tiene, en cambio, sabor azteca. Asomadas a su balaustrada, no pueden mis compañeras contener la sorpresa. La Alhambra, en frente. El Darro, como un riachuelo preterido en su amor, besándole las rodillas. Se funde lo histórico con lo literario y lo sensitivo. Granada es, indudablemente, una ciudad a donde es preciso volver. Una ciudad de retorno la llama Gallego Morell. Pero debemos continuar el camino. En el Patio de los Leones hay mucha gente. Como en las noches tibias de los Festivales. Hace guiños la luz en los canalillos de agua. Desde las murallas las cuevas del Sacromonte semejan cuencas vacías de mil ojos muertos. Un paisaje de Ramón Casas. El Generalife, al fondo, se desmaya de un piso a otro. Con la noche, Bibarrambla se puebla hasta llenarse. Una churrería ambulante sirve ruedas calientes y aceitosas. Se nota una especie de tosa. -Signen sin aparecer los gitanos sucios y pobres. N se escucha el zapateado de ninguna zambra. Pero ¿esto es Andalucía? Yo diría que la auténtica. Aquellos alema nes se van al Sacromonte. Allí encontrarán la exportable, entre cacharrería de cobre y azulejos policromados. Esta, la del suspiro y la nostalgia, la de; la ensoñación y el recuerdo, es la verdadera. La que enarbolé Ganivet, la que cantó Juan Ramón. Granada es como un baúl de sorpresas. Una caja de resonancias, donde casi todo es posible. Intento explicárselo a las muchachas francesas- que sorben el chocolate bajo tos farolillos de Bibarrambla. -Francisco BEBGASA.

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