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ABC MADRID 29-07-1969 página 9
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ABC MADRID 29-07-1969 página 9

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página9
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DE GENERACIONES Nunca me ha faltado, a su tiempo, mi tiesto de albahaca, un ramo de lilas o de rositas de olor. -El amor... ¡Vaya! ¿A quién no? ¡Si es lo más bonito del mundo! -La paz... ¡Anda! Pues hasta ahora estoy de acuerdo con tus amigos. Ya ves. ¡Y me parecían unos mangantes! -Casi todos forman parejas. Vamos, quiero decir que ...conviven. Engracia cambió de tono y hasta de color al comprender el sentido de aquella palabra en labios de su nieta. Saltó como una leona. ¿Qué estás diciendo? Loren habló como si recitara una lección aprendida de memoria. ¿Que un hombre y una mujer sienten atracción Pues a convivir sin comprometerse a nada. ¿Que pasa la atracción -Pues hija, no han descubierto nada nuevo. Porque eso, grandísima sinvergüenza, se hizo siempre. Pero se llamaba de otro modo. Loren no confesó- -pero sus familiares acabaron por saberlo todo- -otras costumbres y manifestaciones de aquellos jóvenes. Algunos de ellos preconizaban las virtudes de religiones exóticas. Salió a relucir el uso de ciertas drogas... Para la madrileña de pura cepa, llena de confusión y estupor, todo aquello no sólo era reprobable y nefasto. Era nuevo, sin precedente, por completo ajeno a los principios que ella siempre consideró esenciales, arraigadísimos en el pueblo español. Fue entonces cuando la señora Engracia estalló. Diríase que en ella hervía la sangre de sus mayores, que resurgía el coraje de su antepasada la famosa heroína, la del tiesto Armada de la palmeta conque, al llegar el verano, solía apalear concienzudamente las alfombras cayó sobre su nieta, vapuleándola con furor incontenible y progresivo. ¡Toma convivencia ¡Toma atracción ¡Toma jipis En el barrio cambió la opinión al conocerse el motivo del castigo, en el cual veían las mujeres- -especialmente las madres- -un saludable ejemplo. Otros se encogían de hombros. La señora Engracia, sin asomo de remordimiento, daba gracias a Dios que tan oportunamente la permitió combatir el peligro. No fue fácil disuadirla de su intento. Resuelta estaba a presentarse en La Pagoda palmeta en mano, y no dejar un jipi vivo. No pocas amigas, solicitas o curiosas acudieron a visitarla en aquellos días. -Nos hacemos cargo- -decían algunas- pero la chica, a pasar de todo, da pena. Doña Julia, la del segundo, se permitía opinar con su habitual pedantería: -Entiendo su reacción, Engracia. Es difícil, sin embargo, oponerse a las nuevas fórmulas, a las manifestaciones de una juventud que evoluciona de manera tan desconcertante y rápida. El choque de las generaciones ¡Y tan choque! -refutaba la señora Engracia- En esos casos no hay nada mejor que una paliza a tiempo. -Permítame aconsejarla que otra vez se muestre menos dura. ¿Otra vez? ¡Ay, señora! Otra vez... ¡la mato! Tranquilícese. No habrá caso. En mi familia las mujeres no se desmandan así como así. Las mujeres trabajan, se casan, como Dios manda, con un hombre honrado y se encomiendan a la Virgen de la Paloma. Y así habrá de hacerlo esa... jipi malograda. Al menos... ¡mientras yo viva! No estaba de más la aclaración. Allá en el fondo de su conciencia, la señora Engracia, entre su hija, demasiado blanda, y la nieta, insensata, sabía a qué atenerse Con ella habría de extinguirse un tradicional concepto de la vida, un determinado modo de ser, el temple y los rasgos peculiares en las mujeres de su casta. Agustín de FIGUEROA (Dibujos de Herreros. s

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