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ABC MADRID 29-06-1969 página 8
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ABC MADRID 29-06-1969 página 8

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página8
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La Casa Blanca y, al fondo, el obelisco que recuerda a George Washington. Una vista del Capitolio. COMPUTAR E Füadelfia nos dirigimos a Washington, la ciudad más europea de los Estados Unidos. Yo conocía esta ciudad, mas no por conocerla dejé de sentir una penetrante emoción al volverla a ver. Hizo los planos de la ciudad el arquitecto francés Pedro Carlos L Anfant, y, más tarde, fueron desarrollándola tres arquitectos norteamericanos que, p a r a asegurarse de que el francés no se había equivocado, hicieron un viaje a Europa para ver el sentido urbano de distintas ciudades, y aun quisieron emularlos en sus grandes edificios, como en sus jardines y avenidas. El Jardín Botánico viene a formar una península en la desembocadura del río Potomac. Sus muelles recuerdan los de Budapest, y sus canales, los de Amstcrdam. Aún recuerdo que, en la calle 12, se halla la casa donde dibujaba Whistler y, otra, en la que vivió Walt Whhman. Maravillosa avenida la de Pensilvania, entre el Capitolio y la Casa Blanca. Fue un marino español, Juan de Juan de Funca, quien descubrió este estrecho, en el que había de crecer la ciudad. Nuestra primera visita fue al Capitolio, por cuyas galerías y salones, sin jir. itír la Cámara de Representantes, dis- D curre una multitud que sube y baja escaleras, se pierde en pasadizos y salones y contempla la profusa decoración de muros y plafones que recuerdan las efemérides de acontecimientos y personas ós un siglo de historia. Entre ellas, la gesta de Colón, en el descubrimiento de América. Nos reunimos en el restaurante para almorzar y, después del almuerzo, fuimos a la Casa Blanca. También en este lugar hay bastantes turistas, aún mejor diríamos viajeros americanos. Quizá los únicos extranjeros somos nosotros, y no vamos, precisamente, para hacer turismo, sino para ver cómo funcionan las máquinas; yo. sin embargo, la primera vez que estuve en esta ciudad fui como turista, y lo que más absorbió mi curiosidad fue la biblioteca del Congreso, y pasé varias veces sin interés por la Casa Blanca. Este pequeño edificio, de estilo francés, lo mandó construir, en 1800, el presidente Adams, y lo incendiaron los ingleses, en 1814, reedificándose cuatro años después. Es de piedra, pintado de blanco, y, en realidad, es un palacete aún más importante como ejemplo de descentralización administrativa que como residencia de la persona que preside los destinos de este fabuloso país. Dentro de él lo suntuario se nos ofrece en un tono menor, y las explicaciones que nos ofrece un guía, aún más que de los objetos que decoran la residencia, nos da información ós las ceremonias, consultas, comidas y actividades del presidente. Nos dice, por ejemplo, en el comejdor, que pueden comer veintidós personas, y que cuando van cuatro más agregan a la mesa otra tabla. A la entrada del palacete están los retratos de todos los presidentes, buena colección monográfica de buenos pintores americanos y europeos. Me detuveante la efigie de Mac- Kinley, que yo vi, niño, en caricaturas, en los periódicos españoles, cuando perdimos nuestro imperio colonial. Acordaos del Maine- oí decir a mis mayores, y, en esta hora, viene a mí este lejano y triste recuerdo. Desde la Casa Blanca fuimos a ver el enterramiento de Kennedy. Hemos visto de él muchas reproducciones gráficas, mas la realidad de este sepulcro sencillo, que culmina en una antorcha perpetuamente encendida, me produjo un efecto patético y emocionante. En torno de este sencillo monumento, que domina una p e q u e ñ a colina, en círculo, en una gran extensión, hay una

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