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ABC MADRID 13-06-1969 página 85
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ABC MADRID 13-06-1969 página 85

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC. VIERNES 13 DE J U N I O DE 1969. EDICIÓN DE LA MAÑANA. PAG. 85. liarle porque sí, por seguir la rutina, y el presidente lo retiró. Salió un sobrero de don Lisardo Sánchez, y, miren ustedes por dónde, estaba algo resentido de los cuartos traseros, aunque sólo ligeramente. ¡Para adentro y que se reviente la Beneficencia! Y apareció uno de la vacada de don José Moro. Manso. Pero bueno, que importa. La rutina estaba satisfecha. Diego Puerta demostró que todo eso de que hay toros que no embisten es pura jonjana, que cuando el torero expone, el toro va, y asi, exponiendo, logró Diego Puerta que el toro embistiera, mal, pero que embistiera. Naturalmente los pases no podían ser perfilados y superferolíticos. Faena valerosa, que a mi juicio es más meritoria que la pretendida exquisitez monótona. Murió el toro de una buena estocada sin puntilla. Una oreja. El Viti Ay El Viti qué tarde tan aciaga la suya! Le tocó en primer lugar un toro manso en varas, pero que acudía claro a la muleta. Claridad que fue oscuridad para El Viti Oscuridad de lo vulgar, de lo anodino. ¡Qué enorme distancia de la tormenta de emoción a la calma de la vulgaridad! Una estocada al hilo de las tablas. El quinto también fue manso con el caballo. Tenía más desarrollado que los otros su sentido de la edad, del cuajo de toro. Había, pues, que dominarlo. Ni por un momento se lo propuso El Viti ¿Dominar? ¿Qué es eso? A El Viti nadie Ié ha enseñado a dominar a los toros, pero un torero tan veterano como él podía haberlo aprendido sin que se lo LA CORHIDA DE BENEFICENCIA DIEGO PUERTA 0 LA Plaza de toros ae Madrid. Seis toros de don Lisardo Sánchez para Diego Puerta, Santiago Martín El Viti y Francisco Rivera Paquirri Su Excelencia el Jefe del Estado, acompañado de su esposa, doña Carmen Polo de Franco, asistió a la corrida, siendo ovacionado muy calurosamente tanto al presentarse en el palco como al retirarse. No baria un minuto de la salida del primer toro, cuando nos deslumhra el primer relámpago de la emoción. Diego Puerta se arrodilla y sin barullo, serenamente, dejando llegar al toro hasta el extendido capote, juega éste trenzando un garabato en el airé. El toro lo sigue y el torero, limpiamente, se levanta y lo cita para la verónica. La intensidad relampagueante se aumenta. Nuestros ojos no están fijos en los giros de los lances. No calibramos si éstos son buenos o malos. En nuestros ojos ha chocado vivísima luz que nos comunica algo no desconocido, pero sí extraño, no habitual. Es el relámpago de la emoción que quite se echa el capote a la espalda para torear de frente por detrás, y torea tan ceñido, tan valeroso, con tanto coraje y denuedo que no vibran los truenos porque los relámpagos se suceden, impidiendo a las temblorosas manos tabletear los aplausos. Tan valeroso está Diego Puerta que el toro no tiene más remedio que cogerle, y le propina uno voltereta subiendo a regular altura. Cae en la arena. Se incorpora rápido y sin aspavientos teatrales, y, por supuesto, sin mirarse, vuelve al toro, capote a la espalda. He aguí un gesto de torero que hace mucho tiempo no admirábamos. Algo inusitado en estos tiempos de monotonía administrativa. Diego Puerta ya tiene hecha su fortuna y su historia torera. La ambición, la necesidad, no le impelía a reincidir en el riesgo. Pero el valor de Diego Puerta no se detiene en consideraciones prudentes. Avasalla su ánimo la gallardía del desafío. Retorna con redoblado coraje y valentía, tan en los cuernos del toro, que es inevitable una nueva cogida. Era de oír el rumor angustiado de la emoción que se extiende por toda la plaza. La emoción, raíz y esencia de la Fiesta, ausente por la ausencia de la fiereza del toro y el pundonor de los toreros, mecidos en el arrullo de falsas ovaciones, premiados abundantemente con orejas y rabos concedidos rutinariamente. La emoción que sobrecoge, la emoción que asombra, que exalta, no los perversos instintos, sino las fibras más sensibles de la admiración rendidas ante la majeza de un torero que entrega su cuerpo, su vida, su fortuna, para justificar su calidad de hombre excepcional que del peligro sabe hacer, desencadenar una tormenta que conmueve con su grandeza a una multitud. La emoción tiene sujeta a la muchedumbre. La tormenta no ha cesado: se reproduce en la faena áe muleta de Diego Puerta. ¿Cómo fue? No me lo preguntéis. No lo sé. Sé que c. da pase, que cada arraneada del toro con genio, con alegría de bravura, con codicia de embestir, era un sacudimiento de la emoción. Era una constante angustia, era un alarido mezcla de asombro y fie temblor. Era el toreo puesto en pie por un torero que en cada pase coloca el corazón en los pitones y de los pitones salta a los tendidos, y miles de corazones trepidan empujados por el de Diego Puerta, ue mata, sin amenguar su coraje, de una estocada sin puntilla. ¿Cómo premiar al creador de una tormenta de emoción? ¿Con las dos orejas? En sus manos las tiene. ¿Y qué son dos orejas ganadas a diario con prodigalidad inexplicable por mecánicas, tediosas y rutinarias faenas de tres al cuarto con un borrego lamentable? Nada. No son nada. Diego Puerta hubiera hecho bien agradecerlas y entregárselas a su mozo de espadas sin airear tamaña pobreza de recompensa. Su galardón era mucho más consistente. Había levantado una tormenta de emoción. Había puesto ante un toro con genio, con fiereza, el toreo en pie, ese toreo que está por los suelos que pisan los borregos, por los suelos de las faenas mediocres elevadas sobre la condescendencia del público ignorante de lo que es la magnificencia de una tormenta de emoción. Otra de las rutinas más desesperantes privativa sólo del público madrileño es el rechazar caprichosamente un toro por supuesta inexistente cojera. El cuarto embestía incierto, y la gente empezó a chi- Diego Puerta en la muerte del cuarto toro termina en el trueno de los aplausos. Aplausos totalmente dispares a los mecánicos y rutinarios Que oímos en todas las corridas. Su retumbar era como de trueno. ¡Relámpagos! ¡Truenos! En efecto, una tormenta se ha presentado en la tarde cenicienta con más visos de otoño que de primavera. Una tormenta me muy de (arde en tardísimo estalla en la fiesta de los toros. La tormenta de la emoción que no cesa durante la lidia del primer toro, de esta que presumíamos apacible corrida de Beneficencia. El toro toma una vara. Es pegajoso. No se aparta del peto y permanece un buen rato soportando el castigo del impune picador. Diego Puerta ló había llevado al caballo con esa especie de andarinas chicuelinas que, la verdad, no creo sea la adecuada forma de colocar a un toro para la suerte de varas. Es ana de las tantas rutinas actuales para no torear, que siento la emplee un torero tan distinto a lo rutinario como es Diego Puerta. Fue el único momento de calma que nos proporcionó la tormenta de la emoción, que iní mediatamente vuelve a impresionarnos, hasta el punto que na señora de edad, cercana a mí, se persigna atribulada e invoca: i Santa Bárbara bendita que en el CSeks estás escrita! Diego Puerta en el SE VENDE SOLAR en Avda. de América. Directamente. Aprobado para hotel, edificio de oficinas o contable. BARECO. Goya, 47 Al sexto toro Paquirri le clavó un gran par de oanderíllas cortas enseñara nadie. Pero ¿cuándo iba a realizar ese aprendizaje si casi todos sus clamorosos triunfos los ha obtenido con toros sin garambainas de problemas? Y brevemente lo aliña con mucho mieditis, que se transforma en pánico al entrar a matar seis veces, oyendo un aviso y una bronca que fue otra tormenta de silbidos. Paquírri obtuvo, de los fáciles y contumaces orejistas, una oreja en cada uno de sus toros. Ambas fueron protestadas por la minoría de objetivos aficionados. Sus dos faenas fueron parejas en la languidez y falta de mando, sobre todo la del sexto, que fue un buen toro desaprovechado por Paquirri Al tercero lo mató bien de una estocada, y al sexto, mal de un pinchazo y una estocada. Mal con las banderillas en el tercero, y aceptable en el sexto. En mi estima los dos mejores pares que vimos los colocó el gran Almensilla en el cuarto. En este cuarto se tiró un espontáneo. En el sexto, una pareja. Esto de tirarse espontáneos en bandada va pasando de castaño oscuro. Dos horas y media duró la corrida que se nos pasó en un soplo gracias a que perduró en el aire la tormenta de emoción levantada por un torero distinto. -Antonio DIAZ- CAfTABATE.

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