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ABC MADRID 12-06-1969 página 7
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ABC MADRID 12-06-1969 página 7

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página7
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LLUVIA EN EL S E oyó un trueno lejano, como un retumbo, como un anuncio, como un toque de corneta ronca. Después otro, esta vez ya más cerca; lo anunció un relámpago e hizo vibrar la atmósfera coma el cheilo de un gran órgano conmueve las naves ds una catedral. Después un gran silencio. Un calor pegajoso, que asi se sentía la piel, hacia mas pesado el ambienta y sólo daban algún alivio, ráfagas de viento fresco que de cuando en cuando pasaban fugazmente como heraldos de la lluvia. Estaba sentado, con pipa y libro en una confortable mecedora en la terraza cubierta de la casa de la hacienda La Zagala situada en las estribaciones de la Cordillera Central de Costa Rica. Frente a mí, un potrero de grama, muy verde, sin una sola mala hierba y muy bien recortado a máquina. Gran extensión de unas ciento cuarenta hectáreas, que parecía un gigantesco campo de golf. Ds trecho en trecho, árboles de jenízaro y de roble adornaban el panorama, rompiendo la monotonía de la planicie con sus grandes troncos bellos y esbeltos de corteza rugosa, pero llena de savia, como el cutis de un viejo bien conservado, y sus copas verdes, airosas, moviéndose como grupo de diminutas velas. Entre los árboles, paciendo sobre el césped, con esa tranquilidad ¡tan propia del ganado vacuno lechero, se movían lentamente vacas de color blanco y negro con sus grandes ubres rosadas. ¡Qué paz inefable! porque cuando no hay otra cosa por dentro la paz interior viene de fuera. Como la tranquilidad de un país sto problemas internos dependa de la bondad de sus vecinos. Nada hay más grato que la contemplación de Ja Naturaleza en la soledad del campo, como estaba yo aquella tarde, frente a una gran extensión de verde y sintiendo ese olor a tierra mojada que viene de tejos, de los vecinos campos arados. y que huele a vida. Huele a vida porque hace pensar en la simiente que germinará pronto en la humedad de la tierra generosa. El maíz que crecerá lozano con sus largas mazorcas, que sugieren a la mente y al alma de nuestros buenos y sencillos campesinos la comida para ellos, sus mujeres y sus hijos, sus gallinas, sus cerdos y sus bestias. Los pastos forrajeros que dan su preciosa y perenne cosecha; los ganados que limpian su piel; y como en el campo todo es bello, porque es la Naturaleza la que lo decora, aparecían con las primeras lluvias, en alegre alboroto, los pajarillos cantores y las grandes aves de vistosos colores, apurados todos, con loca alegría en construir sus casas aéreas, algunas verdaderas maravillas de arte y comodidad. Y también surgían, para deleite de los sentidos, las flores silvestres, con sus co ores y sus olores. Rojas como fuego, amarillas como el oro, blancas como traje de novia, rosadas como la piel de los niños, moradas como la- túnica de un Santo Cristo de pueblo. Y lilas y malvas, y grandes y chicas. En todo eso pensaba, todo eso veía y todo eso sentía, cuando de improviso, el rayo, como un latigazo gigantesco y brutal iluminó la tarde oscura e hizo conmover cuanto había y vivía en muchas millas alrededor. Luego un olor a ozono, que vino a probarme que la descarga eléctrica habla caído muy cerca de la casa. Efectivamente, el mandador vino corriendo a señalarme un enorme jenízaro, en cuyas ramas había caído la chispa Todavía humeaba parte del follaje abrasado, y una enorme rama aparecía desgajada del tronco. Los primeros goterones se oían ya sobre el techo de cinc, y seguidamente el aguacaro torrencial con su acompañamiento de relámpagos, truenos y rayos hacía un ruido impresionante sobre el tejado de metal. Caía tal cantidad de agua y con tal fuerza, que sobre el grama! verde se vela como una niebla blanquecina. A los pocos momentos, por los diferentes desniveles del terreno, ss- formaron corrientes de agua fangcsa que, tomando el camino carretero cuesta abajo que bordea una colina, fueron a dar un a riachuelo cercano. Llovió incesantemente con la misma. Jst tensidad durante varias horas, con fugaces intervalos. Ya todo el campo se había convertido en una gran laguna ous no daban abasto a desaguar los canales naturales que antes mencioné. La noche cayó de improviso, como ocurre en el trópico, en donde todo es violento. Los celajes que fulguraban con los colores más vivos, en pocos minutos los borraron las sombras, y la noche lo envolvió todo en negro, como celosa de qué hubiese tanta maravilla de luz y de color sn el firmamento. Cuando algunas horas después me ful a acostar oí, ya pasada la tormenta, la lluvia más suave, como un arrullo, que insistía ¡en caer sobre si techo metálico. Su ruido peculiar, apagado por el cielo raso de madera, la quietud del ambiente, el canto de las aves nocturnas en el silencio de la noche húmeda, fue un sedante que me hizo dormir profundamente... Han pasado los años, y muchas veces, en hoteles de grandes ciudades, dándose vueltas en la cama sin poder dormir, he pensado en esos días felices de la niñez y del terruño, durante las vacaciones escolares, y he sentido la nostalgia de la Patria y de la familia. He recordado con dolor los eres qus. rides que se fueron para siempre; la vitalidad, como un torrente, de esa primera juventud sana y vigorosa; he soñado ese ruido de la lluvia que acariciaba al caer sobre el tejado, y he anhelado sentir ese olor estimulante a tierra y a hierba mojadas por la fresca lluvia. Vicente UBCUYO- RODRIQUEZ

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