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ABC MADRID 08-06-1969 página 137
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ABC MADRID 08-06-1969 página 137

  • EdiciónABC, MADRID
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1 UANDO cae la noche polar sobre Laponia, bajan las mujeres, nata y oro, rondo el áspero costillar de iropa, camino del día de fue. Vienen con sus mínimos bilis escondidos en el fondo de gran maleta; con esa inquiei de las cosas deseadas, con i humana impaciencia de que se ama tanto que un i se piensa que nunca ternará por llegar. Traen sus tnos precavidas y una soma de aventura en sus pálidos os verdi- azules. Y una goi, forrada de papel de celon, que al llegar a la frontera iniciado el borrón y cuenta eva del estío. Han llegado suecas. Otra bendita vez el verano otra vez el Madrid de la ra vendada, por el esparaapo de las obras. Bajo el elo, herido por la piqueta, ornan las viejas venas de uno, y, de vez en cuando. JS diviesos urbanos que llen las calles de cicatrices de guardias de la porra. La e j a ciudad, trimillonaria. ne las caderas estrechas y ra ayudar a nacer la ciudad futuro hay que meter las izas de la grúa, apartar el na de las estatuas dormidas, yectar la anestesia local de r m i g ó n y multiplicar los arcamientos. La ciudad del mana tendrá los pies de roa. Hace sudor. El asfalto hierAllá en la dulce playa alintina, en Benidorm, encon rás sanlorenzos voluntarias, obligado: media Europa ha llegar al rescoldo de la ína, al ingenuo placer del rro- taxí, al humano calor de hombres levantinos, que ludan con la cresta de la en la rodilla y esa dulce misa bronceada por el mar editerráneo. Y hay un zumo naranja en la punta de los) ios, y un mañana tempraro sombreado de toallas y itarras cuando el gong de. ego Inicia el duelo placenro de las sombras. ín Madrid, hierve el asfalto. alguien vertiera aceite en las ldosas de la acera podrían cerse gambas a la plancha. iy globos de colorines amados al cuello de las falas, que terminan reventados producen un dolor de veinte ros, esfumados porque sí. Las espaldas marrones de. los ardas del Retiro, cansadas conciertos infantiles ya no edén con esa sinfonía de sos frescos que brotan al ardecer. Doscientas parejas n ahorcado la clave del sol las altas verjas y se han vlado del sereno, que, con bata de guardiña, reparte primer dhuzazo de las once peseta la tirada. Más allá gritan los neones genuos y desaforados guiños. hora de emborracharse de itarra; de comer tortilla de tata y apurar una jarra de 10 gordo en el último mesón. n Entonces, pasaron por allí. Bueno, corrían. Eran altas, rubias, dos. Margarita Porsberg, menuda, graciosa, bonita y Ana Angquist, alta, nmpática, asustada. Dos pandillas las asediaban. Cuando vieron a mi amigo vinieron a refugiarse en su brazo. Luego, después de las presentaciones, comenzó la compra de vino y la venta de palabras. Margarita estudió filosofía y luego vino a doctorar sus silogismos en la cátedra de la Los españoles tienen una opinión de nosotras b a s t a n t e equivocada... Llegamos a la tortilla y al pimiento. Andaba el matrimonio de por medio. -No es cierto que en Suecia exista el certificado de compromiso matrimonial Eso es un mito... Recordé la fría sinceridad de la estadística: En Suecia un 80 por 100 de los muchachos y un 67 por 100 de las morenez levantina. Matricula de honor. Ana, en cambio, tenia la piel del color del langostino. Seis semanas habían resultado insuficientes p a r a que obtuviese un aprobado en sol mayor. A la puerta délos labios llamó la confidencia: -En Suecia no son igual los chicos. Aquí, nos ocurre cada tarde. No somos bichos. Allí, somos más libres, si. Pero no es ese motivo suficiente. muchachas, menores de dieciocho años, han tenido relaciones sexuales, y casi la mitad de los hijos nacen fuera del matrimonio... En una esquina se desmelena un bordón en fandaguillos. Más cerca, una pareja, ya madura, canta las desventuras del tío Calambre mientras una tercera pandilla entona el porrompompsro Nosotros callábamos. C u a n d o Margarita apuró el tintorro me dijo: -i Oh, los españoles! ¿Poiqué no se ponen todos de acuerdo y cantan lo mismo? En Suecia ocurre eso en casos semejantes... Lo dijo con la mayor naturalidad del mundo. (Claro, únicamente llevaba seis semanas en España) No habían tenido tiempo de aprender que esa es cuestión más difícil que atar la luna a una farola. Pero yo pensé que si invirtiéramos todas esas horas de codo y mostrador, al menos en cantar todos juntos el porrompompero ¡habríamos conseguido, por una vez, ponernos todos los españoles de acuerdo. Hará una semana escasa que cruzaron el Pirineo. Sus hermosos ojos, ojos verdes caminaban tristes, pero llevaban un mundo de recuerdos fascinantes y un latigazo de fuego atado a la epidermis. Yo imagino que en la noche puntiaguda y densa sembrada de fiordos estarán contando cosas como ésta: -Benidorm es una ciudad en- el sol sembrada de olas y de arena... ¡Oh España! Y volverá el recuerdo madrileño a sus memorias. Y dirán: ...pero en España hay que tener licencia para amar. En España no saben ponerse de acuerdo para cantar todos lo mismo. Me gusta el flamenco de las boites españolas y no sé si me place o disgusta el asedio de aquellos hombres morenos... Y se habrán quedado tan anchas. Recuerdo que. acuella tarde, cuando se veía el seco hondón del barro de Talavera nos levantamos. Ellas dijeron: -Vosotros libras; también nosotras. Es muy importante... Le dijimos adiós en la mejilla. Ellas se fueron. Y nos quedamos pensativos. Creo que fue Ortega y Gas ¿et quien dijo aquello de que la comunicación total de las ideas no es posible entre los hombres. A pesar de eso, aquella tarde me sentí un poco culpable de no haber aclarado debidamente las cosas, como aquel otro día en que intenté explicar a una ingenua americana de Florida, que Mesón y Coca- Cola se dan de tortazos, aunque sin resultado positivo. Porque ocurre que luego se van y cuentan cosas extrañas. Eso sí, hablarán muy bien del cielo y mar alicantino y al año siguiente volverán a Benidorm con el tiempo justo para pigmentar su piel y volverán a marcharse como aquellas dos mujeres de Laponia, contando que el más puro flamenco hispano es el que bailan las vedettes en las salas de fiestas... José María MOREIRO

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