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ABC MADRID 01-06-1969 página 3
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ABC MADRID 01-06-1969 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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EDITADO PRENSA SOCIEDAD M A D R POR ANÓNIMA I D ESPAÑOLA, FUNDADO EN 1805 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA ABC R EDACCI 0 N ADMI N I S T R A C I 0 N Y TALLERE s 61 SER RANO, CRISIS O í IBEROAMÉRICA S OMOS libres, y por tanto sujetos cambiantes en el pausado transcurrir de las cosas. Por sobre la inteligencia y la determinación del cosmos, vuelan la conciencia y la voluntad de hombres y pueblos que apuran la mudanza por obediencia o por contrariedad a las normas naturales: actitudes conducentes a los adelantos que decimos progreso, o, por desniveles de faltas y demasías, a los tumbos que llamamos crisis. Y estos son los accidentes que ora castigan con más o menos rigor a nuestras naciones de América, donde muchos disconformes por apremiados suelen llegar a la desesperación inactiva o al frenético desmán en su impotencia de ceñir el panorama del mundo, tan abatido en problemas como desorientado en soluciones. Sin desestimar la angustia de c a d a hogar y pueblo, se justifica que alcemos la mira por sobre fronteras para advertir que los peores males que nos afligen ocupan el espacio de las epidemias que hasta ayer dieron vueltas al globo, diezmándonos en cifras que no alcanzaron guerras ni calamidad física alguna. Muchos de los motivos que inficionan y agravan a Iberoamérica provienen, oh si, del horizonte ajeno. La iracundia juvenil, el desconcierto universitario, l a enajenación artística, el erotismo demente, la vacilación de la fe, la laxitud en las tradiciones y el menosprecio de las costumbres, no nacieron aquí, sino que llegaron, por ironía de la suerte, desde no pocos manantiales que nos nutrieron de cultura; y por sus órganos que juzgamos de muy nobles: el libro, la Prensa, el telégrafo, la radio, el cine, la televisión, el teatro, que van haciendo de las complejidades de allá y acullá los conflictos de todos, en un extraño imperialismo psicológico, que en ningún rincón de nuestros abiertos y á v i d o s países es posible filtrar ni contener. Aceptamos que no prosperaría esa invasión de la crisis moral si nuestro orden fuese el justo. Pero el hambre, la desnudez, el desempleo, la discriminación racial... tantos y cuantos flagelos e injusticias sociales que persisten no sólo en pequeños, sino en poderosos estados de América, no eran, no son desórdenes foráneos, sino cada propio desorden ordenado Pero no es m e n o s cierto que si ha de concluir tamaño desnivel entre opulencia y miseria, no será por el hundimiento de lo humano a lo subhumano; no de la respetable multitud a la feroz turbamulta, que acaba por aniquilar hasta los bienes que procura. La Naturaleza no da ni admite saltos: empero el hombre puede, y prefiere, quedar al margen de toda ley, a soportar las de injusticia. Y aun cuando nos impacienta y conmueve la restauración so s menester que alguien advierta que oesorden se paga a duro precio: la férrea compulsión al nuevo orden, que, si es revolucionario, necesita ser, forzo- samente, implacable. Y esto no es literatura, sino filosofía de la Historia. Que el desorden está fuera de la ley social, NTRE los personajes románticos cuya transgresión conduce a largos sade nuestras lecturas infantiles, hucrificios, tremendos para todos. ¡A probo una pareja heroica que hacia curar, entonces, por tirios y tróvanos, la guerra, previa declaración formal de la justa y obligante ordenación, hoy día hostilidades, nada menos que al Imperio de la Reina Victoria. Eran un maineludible! un portugués. Tenían un Toda crisis es un estado de enferme- layo y contra la escuadra británica. solo barco, dad. Y si los pueblos no mueren, es glaterra lo pasaba mal. Ellos, peor. Inporque se imponen, o se les impone, la Con una explicable tendencia a peg reforma a sus deformaciones, para restablecer ese equilibrio que es el estado der batallas, Yáñez y Sandokan se esel natural. Y si en la abundancia y la paz pecializaron en delarte supremo del romanticismo: el gesto gallardo. el abuso agota lo subsistente y centu- cincuenta páginas, se encontraban Cada a las plica las necesidades, nuestras pasiones puertas de la muerte Entonces, se enalucinan el entendimiento y ayudan a volvían con altivez entre los pliegues de desviar poco a poco el eje de la ley su bandera y encendían, tan tranquilos, natural, y al fin nos desplomamos. So- el último pitillo, bromeando a costa de lamente el castigo nos retrae al aplo- sus sepultureros: los tiburones. mo: del placer al deber, de la incontiEra el gesto elevado a la categoría de nencia a la economía. También por eso rito, una actitud teatral que aceleraba es que sufrimos. nuestros latidos de niños porque pintaNo para consolarnos hemos de reco- ba un carácter, una filosofía, un estoinocer que nunca gozó lugar alguno del cismo elegante. Imaginado en la mente de un narraplaneta por largo tiempo de bienestar dor italiano, aquello concordaba a mainterno y exterior sin que el relajamien- ravilla con gran parte de las realidades to de hartura y blandura no despierte de España. No nos parecían imposibles por el azotazo de una crisis. No es otra las aventuras de Sandokan ni sus desla lección eñ el crepúsculo de los más plantes ante la muerte. Aprendíamos en poderosos estados y sistemas. ¡Y todos clase que Inglaterra lo había pasado mal se creyeron insuperables y definitivos! con España. Y España, peor. Dar pasos Hemos, entonces, de recuperar la sa- de ballet entre los cuernos de un toro lud en esta América bendita, cruzada y fumar distraídamente con marrajos a entre dos mundos, y no siempre para los talones, son cantidades homogéneas. En parte alguna se su felicidad. Mas no ejercitaremos el vi- valeroso, como aquí. respetaba el talante Por eso Don gor sin la necesaria convalescencia que drigo pasó a los proverbios con su Rorepare la conducta y reavive los princi- llardía en la horca. En el arte de ga fupios. Y desde que ley al fin y bienhe- marse el último pitillo, España había llechora, la de los altibajos de plenitud y gado a refinamientos magistrales. crisis, a no perder entre ia hondura nuesPero un día, cuando ya éramos homtra fe en el ascenso; a no rifar la condecidió aprender la victociencia cuando el error nos ciña; a no bres, España Había que hacer algo más ria práctica. abatir la dignidad de la persona propia que gestos. Había que convertir el país porque algunos entreguen a los extra- en un pueblo alimentado, diestro y euños el gobierno de sí. ropeo. Los pitillos había que fabricarlos Nadie olvide que en el extremo de la mejor y fumarlos para llevar estímulo noche está el amanecer. Y que en la a la sangre y placer a los sentidos, no entraña de toda decadencia palpita en para rubricar ademanes históricos. No hace falta enumerar los resultagermen un renacimiento. dos. Ahí están. Quien no los reconozca, o es demasiado viejo o es demasiado joEdgardo Ubaldo GENTA ven; o pensó lo que piensa hace muMontevideo, 1959. chos años, o su pensamiento acaba de estrenarse. Los demás no pueden negar la evidencia, lo que se ve desde fuera, desde el otro lado del océano, incluso. Es tan ostentoso que vienen a comprarlo. Se puede discutir si esas compras nos favorecen o perjudican. Lo que no es discutible es que ellos nos presentan batalla con gran atuendo de moneda exCada toma de antena Teievéa está indepentranjera y que, a veces, nos dejamos gadizada con respecto a ias demás gracias a su sistema patentado de reparto y las averías nar. Luego, protestamos. Es decir: ni en una toma no repercuten en las restantes del siquiera sabemos ya despedirnos con elemismo inmueble. Sólo Televés garantiza esta gancia de la victoria. ventaja. Mal asunto si vendemos nuestro barco en plena travesía y nos ahogamos entre gritos, con los bolsillos repletos. Para eso, valía más envolverse románticamente en la bandera, encender el último pitillo y hundirse, con gesto olímpico, en el puente de mando. EL ULTIMO PITILLO E TELEYES informa: X. Juan Luis CALLEJA

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