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ABC MADRID 27-05-1969 página 9
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ABC MADRID 27-05-1969 página 9

  • EdiciónABC, MADRID
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UNA MUJER... ESPAÑOLA AS pupilas aún están húmedas y estremecido el corazón, Doloridos, dejamos, ya para siempre, juntos a don Carlos y a Conchita. Lo que, sin duda, fue para muchos de los presentes patética pena, para ambos constituyó inmensa felicidad. Prácticamente, desde la ausencia física del primero nunca estuvieron separados. Desde donde están, ya no se separarán jamás. La Providencia, con sus inescrutables designios, somete a los humanos a durísimos y dolorosos trances para, al final, darnos con la luz otra vez la felicidad. Juntos para siempre y gozosos como nunca de la gloria de Dios y de su amor, en permanente primavera. Los hombres, por visto, leído y aprendido, comprendemos, sin esfuerzo, él no raro ni excepcional fenómeno de que un hombre o una mujer destaauen sobre el común con méritos y virtudes ejemplares, con cualidades excelsas paro aisladas durante toda una vida; trabajo, talento, espíritu de sacrificio, dedicación, heroísmo, mecenasrgo, etc. etc. Más difícil y más insólito es comprender todo esto, o casi todo, conjugado por parte de dos seres en una tarea y misión única y armónica, cual en perfecta sinfonía, fundido y entrelazado a- través de un inmenso y mutuo amor, como en mítico ideal. Algo parecido culminó en el matrimonio Jiménez- Díaz. Estas líneas, y otras más logradas y prestigiosas, intentan sumarse al postumo homenaje que ambos se merecen; homenaje que se extiende a la raza y al pueblo en cuyo seno nacieron y florecieron y con los que tan entrañablemente se sintieron unidos e identificados en su fecunda vida. Y no diré por el que se sacrificaron, ya que en verdad no es sacrificio lo que surge y prospera como el agua cristalina del manantial inagotable: con facilidad, con goce, sin cansancio y sin esfuerzo. Don Carlos y- Conchita, apenas se conocieron, se amaron siendo casi unos niños. Pronto fueron matrimonio y para aaríoos lució el sol esplendoroso de la vida y del amor. Esta habría de exigir mucho de ellos y que caminasen por su curso muy aprisa. El talento y la capacidad de trabajo del primero, insuperables, quemaban las etapas. Ella le seguía ilusionada. Ambos caminaban a la misma meta y complementándose en la mayor armonía imaginable formaban la pareja ideal. Lo que era ilusión para don Carlos lo asimilaba en el acto Conchita y lo sentía por igual. Don Carlos, que tan profundamente penetró en la ciencia y en la vida, fue también un magc en la penetración del alma de Conchita, cosa no factible sin el talismán que le sumía en un inmenso amor. No sólo es verdad que el uno existió para el otro, sino que fueron dos en uno y si humanamente es singular todo esto, otras circunstancias de este matrimonio lo enaltecen y las hacen dignas de ser conocidas por el orbe español. Sobre la excelsa figura de don Carlos, que lot fue desde muy joven para todos los españoles, linajudos y humildes, se ha escrito mucho y se escribirá mucho más en lo sucesivo, en razón de su portentosa figura científico- médica y humana; como maestro, como fundador y desde ahora L y antes- -que quede esto bien claro en la mente de los españoles- -como filántropo absoluto de una obra que creía imprescindcble para la sociedad española en todos sus estamentos, y por tanto para la ciencia y para España, a la que amó y sintió en lo más profundo de su ser, en igual grado que los más esclarecidos españoles. Por eso le dedicó su vida entera y su postrer aliento. No quiso para él nada materializable; le sobraba con trabajar, soñar y realizar. Muchas gentes acomodadas tudio hogareñas, en los congresos y reuniones científicas y en sus escasos ratos de noble ocio entre piedras clásicas conventuales de Castilla; en sus jornadas de trabajo junto a las nacientes aguas del Ebro, el gran río español, y. por fin, en la muerte. No sintió, por el dolor de la muerte del amado, las desgarraduras- crueles que su enfermedad física le imponían, adormecidas y casi anestesiadas por la pasión dolorida de su alma. Si él murió junto al te- cho del dolor de su amada, en su puesto de trabajo, en su clínica y junto a sus enfermes, ella hizo igual, terminando sus días en él mismo lecho y en idéntico ambiente. Por eso la albergó, como a él, el Aula Magna de su Institución, con iguales ritos y con igual fervor. Los dos querían mitigar el sufrimiento humano y atizar el impulso investigador contra los morbos que acabaron con ellos mismos. Con tal fin sólo pensaban en los medios idóneos para ello y en el potencial de las actuales y futuras generaciones médicas. Únicos honores y riquezas que apetecían. La fundación que con honor, justicia y gloria lleva el nombre de su fundador también ostenta con iguales títulos el de Clínica de la Concepción, en recuerdo perenne de Conchita. En suma: don Carlos y Conchita ya juntos en su eterna felicidad: lo fueron en esta tierra y lo serán, sin duda, en la gloria de Dios. Un m o n u m ento, obra de un gran artista, que inmortalizó episodios excelsos de nuestra historia, perennizará la figura de d o n Carlos, frente a su clínica y en el paso obligado de los estudiantes a la Fa m cuitad de Medicina. Este monumento, esta efigie no será, contraria a la frase de nuestro excelso Antonio Machado, labrado en piedra dura para no ver Por el contrario, su piedra será blanda y caliente, aunque dura a la vez, capaz de i r r a diar calor y mensaje a todos sus discípulos, los de- ahora y los El doctor Jiménez Díaz y su- esposa. de luego, porque todos a p r e n d e r á n en sus libros, en sus concreerían míe le pagaban su mérito y es- sejos y en su ejemplo. Ocurre todo esto, fuerzo por curarlas o consolarles, sin pre- exactamente, al cumplirse el segundo anisentir que de esos dineros era puro depo- versario de la muerte de don Carlos. C o sitario para reverterlos un día al propio esta ocasión y en su homenaje, Severo pueblo español. Bien sabía que la ciencia Cchoa nos dictó también otro gran meny los hechos, aun extraordinarios, de los saje ejemplarizador. A este momento sohombres son pasajeros y que nuevas ad- ñaba Conchita con llegar y la Providencia quisiciones de estas ciencias y otros nue- se lo vedó. Una gota más en su sacrificio. vos hechos diluirían los precedentes hasta Vendrán después otros aniversarios. Con casi anular su rastro. Por tanto, se impo- ellos, otros grandes de la ciencia dictarán nía el dejar una huella trascendente e im- sus mensajes y España así proseguirá en perecedera. Esto le acució en los últimos superación su ascendiente ruta. La que lustros de su vida. De ahí que su afán in- añoraron con igual fervor otros grandes expugnable lo dedicase a la creación de un hombres de nuestra medicina: Marañen, espíritu, un estilo en la forma de sentir y Cajal, Río- Ortega, Ochoa y otros más, practicar la ciencia médica al crear un prácticamente de nuestros días. discipulado idóneo imbuido en estas ideas; Por fin, don Carlos y Conchita otra vez y de instituciones científicas propicias a juntos, y para todos los que les conocietal fin. Conchita, su mujer, su compañera ron, siempre grandes y excepcionales por ideal, siempre estuvo íntimamente asocia- sus méritos, virtudes y obras; En verdad, da a él en tal empresa, razón de la exis- la auténtica forma de elaborar grandeza. tencia de ambos. Para mejor estar dentro Por tanto, nunca mejor ganado el título de de él y de su obra trabajó a su lado como Grandes de España enfermera y ayudante de laboratorio; le acompañaba en las largas vigilias de esDoctor Emiliano RODA

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