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ABC MADRID 16-05-1969 página 134
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ABC MADRID 16-05-1969 página 134

  • EdiciónABC, MADRID
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y poesía, cada día LOPE DE VEGA Nuestra selección repite hoy el nombre de Lope de Vega. El más simple deber de justicia pide que a los verdaderamente grandes de nuestra poesía se les ofrezca un mayor espacio poético que el que permite una página y un retorno a las manos del lector. Por ello, junto a una mayoría de nombres nuevos, rebrotarán en la poesía de cada día algunos- -muy pocos- -de los más altos poetas de nuestras letras. Hoy regresa Lope de Vega con una amplia serie de fragmentos de uno de sus más bellos poemas: el compuesto en la muerte de su hijo Carlos Félix, una de las Joyas mejores de toda nuestra lírica. CANCIÓN A LA MUEBTE DE CABIOS FÉLIX Este de mis entrañas dulce fruto, con vuestra bendición, ¡oh Rey Eterno! ofrezco humildemente a vuestras arai, que si es de todos el mejor tributo Tin puro corazón humilde y tierno, y el más precioso de las prendas caras, no las aromas raras entre alores fenicios y licores sábeos, os rinden mis deseos, por menos olorosos sacrificios, sino mi corazón, que Garlos era, que en e que me quedó menos O3 diera. Diréis, Señor, que en daros lo que es vuestrt ninguna cosa os doy, y que querría hacer virtud necesidad tan fuerte, y que no es lo que siento lo que muestro, pues anima su cuerpo el alma mía y se divide entre los dos la muerte. Confieso que de suerte vive a la suya asida, que cuanto a la vil tierra que el ser mortal encierra, tuviera más contento de su vida; mas cuando al alma, ¿qué mayor consuelo que lo que pierdo yo me sane el cielo? Póstrese nuestra vil naturaleza a vuestra voluntad, imperio sumo, autor de nuestro límite. Dios santo; no repugne jamás nuestra bajeza, sueño de sombra, polvo, viento y humo, a lo que vos queréis, que podéis tanto; afréntese del llanto injusto, aunque forzoso, aquella inferior parte que a la sangre reparte materia de dolor tan lastimoso, porque donde es inmensa la distancia, como no hay proporción no hay repugnancia. Amábaos yo, Señor, luego que abristes mis ojos a la luz de conoceros, y regalóme el resplandor suave. Carlos fue tierra, eclipse padecistes, divino Sol, pues me quitaba el veros opuesto como nube densa y grave. Gobernaba la nave de mi vida aquel viento de vuestro auxilio santo por eJ mar dé mi llanto al puerto del eterno salvamento, y cosa indigna, navegando fuera que remora tan vil me detuviera. ¡Oh, cómo justo fue que os ofreciese mi alma impedimentos para amaros, pues ya por culpas propias roe detengo! ¡Oh, cómo justo fue que os ofreciese este cordero yo para obligaros, sin ser Abel, aunque envidiosos tengo! Y vos, dichoso niño, que en siete años que tuvístes de vida, no invistes con vuestro padre inobediencia alguna, corred con vuestro ejemplo mis engaños, serenad mis paternos ojos tristes, pues ya sois sol donde pisáis la luna. De la primera cuna a la postrera cama no distes sola una hora de disgusto, y agora parece que le dais, si así se llama lo que es pena y dolor de parte nuestra, pues no es culpa, aunque es la causa vuestra. Yo para vos los pajarillas nuevos, diversos en el canto y los colores, encerraba, gozoso de alegraros; yo plantaba los fértiles renuevos de los árboles verdes, yo las flores en quien pudiera contemplaros, pues a los airea claros del alba hermosa apenas saliste, Carlos mío, bañado de rocío, cuando, marchitas las doradas venas, el blanco lirio convertido en hielo cayó en la tierra, aunque traspuesto al cielo. ¡Oh, qué divinos pájaros agora, Carlos, gozáis, que con pintadas alas discurren por los campos celestiales en el jardín eterno, que atesora por cuadros ricos de doradas salas más hermosos jacintos orientales, adonde a los mortales ojos la luz excede! ¡Dichoso yo que os veo donde está mi deseo y donde no tocó pesar ni puede, que sólo con el bien de tal memoria toda la pena me trocáis en gloria!

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