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ABC MADRID 14-05-1969 página 127
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ABC MADRID 14-05-1969 página 127

  • EdiciónABC, MADRID
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A LAS 5 DE LA TARDE Cuando brinda a la plaza requiere de modo especial la atención de los espectadores y en modo alguno puede defraudarles. Hoy, por desgracia, no ocurre así, preocupado las más de las veces el diestro por obtener las piadosas palmas de consolación. estupenda realidad que los españoles castizos llaman toro Más aún, esos tres componentes constituyen, en sus varias dosis y modos, los términos que nos permiten precisar la ecuación que es cada toro. (Respecto a los años: cuando de ellos se habla se suele entender que se refiere uno al tamaño. Eso es una tontería. Un toro que tuviese las tres virtudes, aun siendo diminuto, le sobraría tamaño para hacer las fechorías imaginables. Es más- -vaya como paradoja frente a la preferencia actual por pequeños supuestos toros- hubo un momento en que fue preciso eliminar de la fiesta a los toros navarros, precisamente porque eran pequeños) Ortega no habla, pues, de toros buenos. Habla de los años y las tres virtudes del toro y dice que si no posee alguna de ellas el toro será malo y si no tiene los años precisos, no será toro Sensata lección, con frecuencia olvidada. TRES VIRTUDES JSSSbX DEL TORO Eon José Ortega y Gasset se ha referido a la trágica amistad, tres veces milenaria, entre el hombre español y el toro bravo Escribe de toros y toreros con impar hondura. Define así al h e r m o s o y noble animal. Para un español de cepa toro no significa cualquier macho bovino, sino precisa y exclusivamente el macho bovino que tiene cuatro o cinco años y del que se reclama que posea estas tres virtudes: casta, poder y pies. Si no tiene cuatro años no es toro, es novillo o becerro. Si no posee, en una u otra dosis y combinación, aquellas tres virtudes, podrá llamársele toro pero comprometiéndose a agregar malo -será un toro malo- donde malo significa lo que, cuando había duros de plata, llevaba a decir: ¡Hombre, hoy me han dado un duro malo! donde malo significaba que, por haches o por erres, no era un duro. Esto le pasa a un- toro que no posea ni casta, ni pies, ni poder. Aparte los cuernos, ligero detalle que va ya anticipado y presumido en el vocablo bovino son éstos los tres ingredientes sine quibus non de la ARTE DE TOREAR DEL BRINDIS ccrdar que esto ocurrió más de una tarde, Pero basta a mi tesis con que aconteciera una vez. Otra tarde le tocó al Joselito un toro bravo; hizo una gran pelea en varas: dio lugar a quites variados; José banderilleó, c gió espada y muleta y brindó al conde de Heredia Spínola. Era toro de brindis. La faena fue digna del toro y del regalo del capote, que José paseó en la vuelta al ruedo. No me importa pecar de reiterativo al insistir en esto de coger banderillas el matador y de los brindis; sobre todo de los brindis al público. Para las dos cosas hace falta un toro y más para el brindis. Qué triste debe ser recoger de la arena la montera, sin entusiasme, o entre palmadas de consolación a la buena voluntad. Ciertamente todo lo que el torero hace en el ruedo lo hace en honor del público. i i- t LA IMPROVISACIÓN El doctor Marañan escribió unas bellas palabras que convendría que muchas toreros de hoy leyeran una y otra vez antes de pisar la arena y actuaran luego en consecuencia. Son éstas: El torero que no sea enteramente adocenado sale al ruedo, cada tarde, sin saber más que una parte de lo que va a hacer. Sobre un núcleo de trámites seguros y reglamentarios, el hombre que lucha con el toro tiene, pues, abiertos todos los caminos de la improvisación, hija unas veces de la inspiración artística y otras de la necesidad. De ahí esa perpetua renovación del Arte taurino, a la que favorece el que siendo muy breve la vida activa de los toreros, los equipos juveniles, llenos de ansia iconoclasta, sucédense con rapidez mucho mayor que en otras actividades. Hoy está borrada la improvisación de nuestras plazas. Los diestros salen con la lección aprendida y ensayada y sin parar mientes en las condiciones del toro que tienen frente a si recitan monocordemente su lidia, la única que conocen. Las excepciones, bien honrosas, son bien pocas. Se trata de un texto clásico. Su autor, José Delgado, Illo incorporado a la historia taurina como Pepe Hillo. Cuando el siglo XVIII andaba ya por su último lustro se impuso la tarea de sentar los principios o bases del denominado arte de torear. Su libro La Tauromaquia iba avalado por esta previa recomendación: Obra útilísima para toreros de profesión, para los aficionados y toda clase de sujetos que gusten de toros. Pretendía Pepe Hillo dar reglas a los aficionados y toreros, para que se conduzcan con seguridad en las suertes; y que los espectadores instruidos a fondo en los fundamentos elementales de la Tauromaquia sepan decir sobre el verdadero mérito de los lidiadores, adquiriendo por ello un conocimiento que le ha de hacer mucho más grata la diversión. Pepe Hillo olvidó, sin duda, las normas o reglas que para el toreo él había marcado y murió en 1801 en la plaza de Madrid corneado por un toro. Parece que no cruzó bien la muleta al ejecutar la suerte del volapié. Sería bueno para la fiesta que los toreros para torear y los espectadores para juzgar sobre el verdadero mérito de los lidiadores repasaran de vez en cuando lo que José Delgado escribió hace más de siglo y medio. A. T.

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