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ABC MADRID 03-05-1969 página 7
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ABC MADRID 03-05-1969 página 7

  • EdiciónABC, MADRID
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SARDINAS A LA COMISARIA N O se trata de objetar el fallo de unos magistrados, sino, en todo caso, de impugnar una educación olfativa, de oponer reparos a una nariz, la nariz de la Humanidad de nuestros días. Por él humo se supo no sólo donde estaban las sardinas, sino también las camareras, pienso que más que obedientes, como declara la sentencia, simplemente caprichosas. Pero es que el capricho de asar unas sardinas en un hotel de lujo, como el de prender fuego a Boma, no puede estarle permitido más que a un Nerón. O a una emperaora Charlaba yo una tarde con Carmen Amaya en unos estudios caraqueños de televisión cuando, al abrir uno de los baúles con los indumentos de escena, entre mantoncillos y faralaes, surgieron el infiernillo eléctrico y la sartén. -i Josa, el matute! -exclamó la faraona, y como disculpándose- Es que no podemos pasar sin las sardinas. En la habitación que yo ocupaba frecuentemente en un hotel de Nueva York negaron a instalarme una chimenea especial a través de la ventana. Por el tubo de latón de la ventana del cuarto de Carmen, en la insignificante proporción de las pompas de jabón que lanzan los niños, le llegaba un soplo de vieja cultura a la infecta atmósfera que producían los cientos de miles de automóviles. Nuestra Carmen, al tiempo que españoleaba, purificaba con el humo de sus sardinas los aires neoyorquinos. Durante miles de años, el hombre ha venido encasillándolo todo en cifras demasiado reducidas: los dos sexos y los dos árboles del Paraíso, las tres Gracias de los estetas, los cuatro humores de la filosofía clásica, los cinco sentidos, las siete maravillas del mundo... Luego ha resultado que las maravillas del mundo son infinitas, mientras dura la maravilla del vivir; que el paraíso de los sexos cuenta con algún viento más que ese Norte y ese Sur que señalaban las primitivas cartas de marear; que las Gracias pueden ser tantas- -y más en estos inicios de primavera en minifalda- -como las hijas de Eva, que existen algunos senti- dos más de ios cinco de la clasificación aristotélica. Que Aristóteles se quedó corto lo demuestra bien a las claras el que las sardinas asadas huelan de forma bien distinta en los pasillos y salones de un hotel de lujo que en los espetones bien plantados a sotavento en una playa de la Costa del Sol. Una misma persona, y siendo también invariables el fuego, el humo y las sardinas, puede rechuparse los dedos de gusto en el chamizo malagueño y requerir el libro de reclamaciones y aun la presencia de los bomberos de un hotel de lujo cualquiera. Y es que no existe un olor absoluto de sardinas puesta a asar. Tina sensibilidad relativizada por un simple prejuicio ambiental convierte en negro lo blanco, ve correr liebres por el mar y sardinas por el monte. En una de las sátiras de Virgilio, un ratón de campo ofrece su frugal comida a un ratón de ciudad. Le brinda lo mejor de su despensa- -pasas, cortezas de tocino y de queso... pero no consiguen que su huésped deje de comer dente superbo es decir, con un mohín y un gesto despectivo, con un masticar desdeñoso y un insolente aire de superioridad. El hombre de la ciudad, como el ratón de la sátira virgiliana, que engullía dente superbo al tiempo que cree estarse haciendo más sensible, va perdiendo muchos de sus sentidos. Los japoneses conservan un juego de vieja tradición oriental, en el que los participantes reciben objetos con doscientos Olores diferentes, que han de identificar. Comparado con el de los animales, el espectro olfativo del hombre se va cada vez reduciendo y simplificando más. El macho de la mariposa del gusano de seda- -y esto si que es enamorar por correspondencia- -percibe el aroma de la hembra hasta a unos doce kilómetros de distancia y con el viento en contra. No hay cerco ni oposición familiar posible. Por contrapartida, entre la gente de la selva existe un aforismo que viene a decir: cuando en la oscuridad de la noche los bigotes del león han rozado el brazo de una persona, es ya demasiado tarde para la persona, aunque no para el león. Lo que equivale a que el olfato del hombre es tan pobre, que huele al león cuando éste le topa. Y a la sardina- -añado yo- cuando el humo nos ciega. La verdad es que el hombre de la ciudad apenas encuentra ocasiones que le aviven el sentido del olfato. De ahí que las modernas técnicas de promoción y sucedáneos anden queriendo inventar el cine en olor y ciertos editores norteamericanos estén haciendo experimentos para impregnar las tapas de las novelas del Oeste de un tufillo a silla de montar, y de aroma de manzanas las páginas de los libros de cocina. La creciente afición a las drogas es posible que pueda obedecer, entre otras razones, a una necesidad de gozar los efluvios de sahumerios interiores, ya que tan escasos son los olores de fuera. Buena es la civilización del cuarto de baño- -dice Bertrand Russell- a menos que se la quiera considerar perfecta Qué duda cabe que los grifos deben estropearse de vez en cuando y el piso inundársenos. También resulta saludable que un escape de humo de sardinas asadas irrumpa alguna que otara vez en los salones y pasillos de un hotel de lujo, se insolente con alfombras y arañas, le saque su áspera lengua al necio, adulterado y bastardo ozonopino que es para el olfato lo que el alimento en pildoras para el paladar. Sobre una nariz hecha a los inodoros, los vapores de gasolina y ios ¡odoríferos químicos, bien está el manotazo irreverente de una tufarada de sardinas asándose como Dios manda. Un manotazo que le reactive la circulación y le devuelva parte de la sensibilidad perdida. No sea que un día encontremos apestoso el efluvio de los pinos, el olor picante del chaparral al sol, el perfume de la flor del manzano, la emanación del eucalipto, la fragancia de la rosa. Lo predijo hace cuatrocientos años nuestro Lope, maestro en versos y en olfatear la vida: Mal le va del natural- -quien de olor artificial- -baña el cuerpo y el vestido. Y en cuanto a las sardinas de la irreverente bofetada y el pleito, será un buen síntoma y hasta un timbre de gloria el que de vez en cuando se las cite a Comisaria. ¡Tantas veces les hemos hecho ya el entierro! José Luis ACQÜAKOPH

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