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ABC MADRID 27-04-1969 página 136
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ABC MADRID 27-04-1969 página 136

  • EdiciónABC, MADRID
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disputar a la enfermedad- -cuando no es a la muerte- -a un pacienta que podía considtrar razonablemente fuera de peligro unas horas antes. Porque todo puede temerse a partir del momento en que se declara una septicemia. ¿Sería nuevo el hecho en materia médica? UN GERMEN ACOSTUMBRADO A LAS CONTRAOFENSIVAS -No del todo- -nos dice el profesor- Estoy convencido de que la enfermedad de los hospitales es tan antigua como la propia institución hospitalaria, y se manifiesta con mayor o menor gravedad en todos los países. Digamos que reviste en nuestros días un carácter mas sutil, que adopta otra formas. Hace poco más de un siglo, la calentura puerperal era una verdadera plaga en las maternidades y salas de partos. Así, en la Maternidad de París, se registraron, entre 1861 y 1864, 1.226 fallecimientos entre 9.886 mujeres que habían dado a luz. El mal estaba tan difundido que se había llegado a considerarlo como el tributo exigido por Dios que deben pagar las mujeres por la alegría de la maternidad En aquella época, bastó que, por iniciativa del médico húngaro Ignace Semmelweiss, los ginecólogos fuesen sometidos a la obligación de lavarse las manos con una solución de cloruro de cal antes de examinar a una paciente, y en particular después de una autopsia, para que, de un mes al otro, la proporción de los fallecimientos descendiera del 27 al 0,23 por 100. En nuestros días, ese tipo de infección ha quedado prácticamente eliminado. En contrapartida, han aparecido otros tipos, sobre todo en estos últimos años, ¡todavía más terribles porque sen más perniciosos. ¿Cifras? El profesor Vic- Dupont está dispuesto a aportarlas: -Las estadísticas oficiales son bastante vagas a este respecto- -nos dice- Creo personalmente que fijando en los alrededores del 10 por 100 la proporción, de los fallecimientos registrados en los establecimientos hospitalarios y cuya causa es esta infección, estaremos muy cerca de la realidad. Ya ve usted que esto es grave. En efecto. Las cifras, en todo caso, son cemo para reflexionar. En Francia mueren unas 60 C. C 0 G personas al año, casi la mitad de las cuales fallecen en los hospitales. Esto significa que 300.000 seres humanos, es decir, la población de una ciudad como Toledo, son víctimas de una enfermedad distinta de aquella por la que han sido hospitalizados. Una enfermedad que, encima, ha sido contraída en el propio lugar donde habían ido en busca de la curación. Es imposible pensar en esto sin cierta angustia. Sin embargo- -subraya el profesor Vic- Dupont- -conviene no ennegrecer exageradamente el cuadro. Hay que distinguir. ¿Por qué? Porque, explican los especialistas, un número no despreciable de fallecimientos imputados a la sobreinfección hospitalaria se refieren a pacientes que, no hace mucho tiempo, habrían muerto pura y simplemente antes de haber contraído una septicemia. -Actualmente mantenemos en vida- -sigue el profesor Vic- Dupont- -enfermos cuyos medios de defensa naturales están profusamente alterados por una tara visceral profunda o por una enfermedad, que en otros tiempos habría sido mortal por sí misma. Sucede incluso que los dos factores se imbriquen. Este es el caso si nos traen una persona afectada de tétanos cuando tiene ochenta años de edad o padece cirrosis. O bien un hipertenso o un diabético afectados de parálisis respiratoria, o incia c un alcohólico víctima de una meningitis aguda supurada... Por una parte es seguro que una importante proporción de estos enfermos, hace algunos años, ha 24 miento de ciertas enfermedades infeccio sas en sus hospitales. Pero en Francia, se gún ellos, podía descartarse todo riesgi similar, iios raros casos en que ciertos gér menes parecían manifestarse a pesar de 1; antibioterapia eran excepcionales; no po dían ser considerados como indicio de un ¡crisis existente o en gestación. Pero- -prosigue el profesor Vic- Dupont- -la escalada de las ofensivas y contraofensivas en la guerra de la medicina contri la infección estaba desencadenada. Conti núa aún, y es una suerte que llevemos uní contramedida de adelanto. Como un mal nunca llega solo, los mé dicos se encontraron entonces enfrentado con otro peligro, inesperado éste, ya qu provenía de bacterias, levaduras y gérme nes hasta entonces inofensivos, aunqu presentes en el organismo. Insensibles a 1 ¡penicilina y súbitamente librados por ell ¡de competidores que sucumbían a los an tibióticos, estos gérmenes encontraron e campo Ubre. Se han multiplicado, desarro Hado y han concluido adquiriendo un ca rácter patógeno. En cierto modo, los cor deros se han convertido en lobos. Este e el caso- -por no citar nada más que éstede una levadura: la llamada Cándida. ¿Cándida? La palabra evoca cierta ino cencía. De hecho, y desde siempre, apena se le conocía alguna manera de expresai esporádicamente, un movimiento capricho so. Atacaba entonces a los lactantes en la primeras semanas de su existencia, provo cando pequeñas lesiones superficiales d color blancuzco en la lengua o alrededo de la boca. Muchas madres jóvenes hai aprendido la existencia de esta enferme dad bajo el nombre bucólico de lirio d valle Unos toques de agua de Vichy y po regla general el lirio del valle desapare cía como había venido. Hoy, la Cándida n se contenta con estas manifestaciones be nignas. Ahora ataca a los adultos. Ya s la llame Albicans Tropicalis o Gui llermondi se ha convertido en un temibl elemento de la infección hospitalaria. La septicemias que provoca son tanto más in quietantes cuanto que su tratamiento exig la adopción de medicaciones poderosas, d empleo delicado, como la anfotericina I la cual puede dar lugar a secuelas de into lerancia muy graves y a veces mortales e terreno particularmente desfavorable. Has ta el punto de que, para las perfusiones d suero glucosado que acompañan a la anti bioterapia, los especialistas sólo recurre Veamos esto con más detalle. al catéter, cuando no pueden prescindir e- -En primer lugar- -dice el profesor Vic- absoluto de él. Porque la Cándida prolifer Dupont- -hemos cantado victoria demasia- a favor. de esta operación. Aficionada s do pronto. Con el advenimiento de las sul- azúcar, se desplaza sobre la piel del braz famidas y luego de los antibióticos, mu- -puede decirse que todos la transporta chos médicos de los hospitales han creído- mos a- y luego e- desüza- hasta la punta di- qae- tos- peligros de infección itabtan- sido- catéter. A partir de este instante, todo pue definitiyamente yugulados. La vigilancia de suceder: o prolifer a en ese lugar, provo se aflojó: ¿acaso no estaba dispuesta la cando pequeñas trombosis, o invadirá pur penicilina para hacer frente a toda infec- y simplemente el flujo sanguíneo... Vien ción? Se abrió entonces una época en que entonces la septicemia, la terrible septi se recurría a los antibióticos para cual- cernía. quier cosa: ésta era para el médico una manera de no correr riesgos. Hacia 1950, apareció en los laboratorios un hecho nuevo: bacterias, gérmenes destruidos al prinRESISTENCIA A LAS NUEVAS cipio de manera espectacular por los antibióticos, resistían ahora dosis diez veces ARMAS más elevadas. Se había producido una selección que provocaba la aparición de cepas extremadamente peligrosas. Entonces de esta especie tiramos del timbre de alarma. Pero ya era doLa aparición quitaba ninguna de según frente no intensida demasiado tarde. al combate que se libraba en el frente prin cipal, el. de los gérmenes conocidos, y má particularmente contra el más espantos de todos: el estafilococo dorado. EL CORDERO QUE SE CONVIRTIÓ- -Este- -afirma el profesor Vic- DupontEN LOBO es nuestra bestia negra, el enemigo númer uno. Ha visto todas las guerras- -la de la sulfamidas y la de los antibióticos- -y cor En aquella época, muchas eminencias tinúa escapando con insolencia desconcei interrogadas sobre este punto hacían como tante a todas las tentativas de extermini que no consideraban el problema particu- El estreptococo y el mening- oecco, por no ai larmente inquietante. Ciertamente, daban tar más que estos, antaño terroríficos, a entender que había colegas extranjeros, tan actualmente domados. Veinticinco añe británicos y norteamericanos sobre todo, después de la aparición de los antibiótico que parecían preocuparse ante el recrudeci- si estreptococo no ofrece a la penicilina brían cesado de vivir antes de haber llegado al hospital. Y, por otra parte, no es menos evidente aue esos pacientes están más expuestos a la sobreinfección que otros enfermos operados, accidentados, quemados cuyo organismo está movilizado ya en la lucha contra la invasión microbiana y ayuda en cierto modo al médico en su tarea. En todo caso, el resultado es lamentable: esta sobreinfección que afecta preferentemente a enfermos muy graves susceptibles de ser salvados, puede reducir a la nada las posibilidades, actualmente muy amplias, de la reanimación médica. Dejados aparte estos casos excepcionales, queda el hecho de que la sobreinfección afecta también y a veces mcrtalmsnte, a personas relativamente vigorosas como Harie- Florence F. ¿Pero por qué en los hospitales en particular? A esta pregunta, los especialistas contestan con esta otra: ¿Dónde encontrar los mejores soldados- -preguntan- -sino en las filas de los des ejércitos que luchan sobre el terreno desde hace años? Estos están endurecidos, aguerridos, si puede decirse así. Conocen sus armas recíprocas, sus astucias. Ahora bien, no se trata de otra cosa. Los gérmenes civilizados aquellos que llevamos encima por millones, tienen raramente ocasión de llegar al máximo de su virulencia o de su posibilidad de resistencia a los antibióticos fuera del ambiente hospitalario. Aun cuando encontrasen un día en su portador- -como puede pasar- -las condiciones favorables p a r a atacar- -una gripe vulgar, un exceso de fatiga, incluso una gran conmoción afectiva- -cederían generalmente a las terapéuticas clásicas. En cambio, el germen de los hospitales está avezado a las contraofensivas, a la guerra permanente librada en todos los frentes de la asepsia, de la antisepsia, de la farmacopea, moderna. Está seleccionado, reforzado, organizado. Se ha hecho más activo. A veces encuentra el modo de sobrevivir aprovechando las armas utilizadas contra él, incorporando a su metabolismo sustancias destinadas a diezmarlo. A veces se beneficia de la complicidad- -involutaria por supuesto- -de los que se dedicaban a combatirlo. En otros casos, por último, es precisamente la creación de un arsenal eficaz contra ciertos gérmenes lo que ha favorecido la agresividad de otros gérmenes hasta ahora inofensivos.

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