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ABC MADRID 27-04-1969 página 123
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ABC MADRID 27-04-1969 página 123

  • EdiciónABC, MADRID
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n la página de la izquierda, las dos primeras imágenes recogen el comienzo de la carga del elefante. La tercera iresenta otro probOscídeo iniciando también la carga en una posición bella, clásica y amenazadora. Sobre estas íneas, la manada de elefantes. Estos proboscídeos suelen vivir en organizada oomunidad regida por una hembra vieja, labltualmente son pacíficos, y sólo si les hiere o se les Irrita atacan con fiereza. También los machos solitarios en celo rueden ser muy peligrosos. Los cazadores procuran evitarlos, porque de ser descubiertos reciblrfan la carga de la fiera. n por derrotar a los fieros lefantes y a los soldados le dolmanes escarlatas del ríncipe de Golconda. Este ríncipe, por cierto, era Su alteza Sublime Osman Alian Bahadur y tenía cuatro esposas, 42 concubinas, 327 mujeres de harén, 6 palacios, 14.203 miembros en su familia y 35.000 servidores, aparte del último gran ejército de elefantes de la Historia. HERIDO DE MUERTE. EL MACHO SE VUELVE PARA ATACAR MIENTRAS LA HEMBRA Y SU CRIA HUYEN BARRITANDO DE FORMA DESGARRADORA Iniciamos la persecución í del e l e f a n ¿te por un ter r e n o en el q u e abundan I o s leones y búfalos. El rastreador negro agita de trecho en trecho una bolsa llena de ceniza. De esta forma conocemos la dirección del viento. Es fundamental no dar viento al privilegiado olfato del elefante. La marcha es rápida. Se p r o l o n g a aproximadamente, una hora. No es mucho. Lo normal es tres o cuatro veces más, y para los grandes elefantes de Tanganika se precisan, en ocasiones varios dío ¿de persecución. Estamos en campo descubierto rodeados d e altas hierbas amarillas. El elefante, a un centenar de metros, come de un árbol con su trompa. El cazador blanco hace un gesto para que José Luis Alonso y yo nos detengamos. El elefante puede oírnos y huir o atacar. En trabajo profesional, yo no he hecho caso ni a las órdenes de los oficiales americanos en Vietnam. Así que hago como si no hubiera oído y me pongo a tres metros de los cazadores. El elefante ha presentido el peligro y bambolea sus orejas. A unos treinta metros nos detenemos. Monta el rifle el cazador español y dispara. El tiro es certero, pero inmediatamente después también dispara el cazador blanco. La enorme fiera herida se vuelve hacia nosotros, abre sus orejas, levanta primero la trompa, después una pata e inicia la carga. Apenas da (in paso. Súbitamente se balancea, quiebra su gigantesca mole y cae de costado con un tremendo barrito. A diez metros los cazadores disparan dos o tres veces más. Me acerco a unos pasos de la fiera y presencio su impresionante agonía. Todavía alza la trompa mientras su barritar se hace como un rumor de mar embravecido. Dos estertores seguidos, después se le convulsionan las patas y se queda inerte. Se oye entonces la fuga despavorida de su hembra y su cría que se alejan barritando de forma desgarradora, continúa 11 EN MARCHA PARA LA CAZA DEL ELEFANTE Pues bien, a e s t e animal noble e inteligente se le caza en las selva s africanas sin darle cuarel ni concederle piedad. En lusca del elefante salimos na mañana de nuestro camiamento en p l e n a selva gandeña en el á r e a de emliki. Ei día despertaba pacible y el sol se tevantaia como un incendio de iros y escarlatas entre las rondas lejanas. El land over inicia su lenta búsueda por la savann a Un riterío de av s y pájaros nos ae la música de la selva. 4 uyen los antílopes en salos fugaces sólo aprehendidos por la mano del pintor rehistórico o por la modera instantánea fotográfica, os pájaros de mil colores abigarrados son la coquetería de la selva. Detiene el vehículo el cazador profesional. Avizora a través de sus prismáticos y hace un gesto imperioso con la mano. Descienden dos rastreadores negros, después el c a z a d o r blanco profesional- -el incomparable y experto Derek- -y Javier Ahumada, el cazador español al que corresponde disparar. Otro cazador español, J o s é Luis Alonso, y yo, seguimos a la comitiva. En el jeep queda Abdul, un indígena culto e inteligente, que conoce la selva como la palma de su mano. En Uganda, por cierto, he encontrado a muchos indígenas que lucharon en la guerra del Congo y huyeron por la frontera refugiándose en este país. Todos recuerdan con nostalgia sus dulces tierras congoleñas.

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