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ABC MADRID 06-04-1969 página 8
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ABC MADRID 06-04-1969 página 8

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página8
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UERIDO amiga: Tienes diecinueve años, acaso dieciocho, o veinte. No nos conocemos y me atrevo a Jxatarts de querido amigo Y es que un hcmbre de mi edad es naturalmente el amigo de la juventud. Habiendo renunciado a casi toda actividad periodística, para resucitar recuerdos y poder entregarms también a búsquedas históricas, no obstruyo el camino a nadie. Ni un solo muchacho puede creer que monto la guardia ante cualquier empleo deseado por él, qus impido el paso, que guardo una puerta cerrada. Y yo mismo, ¿podré ver sn un joven un competidor futuro que se cansa de esparar? Claro está que no. Si la amistad consiste en querer y en no querer las mismas cosas, se manifiesta, sobre todo, por un estado de- -por decirlo así- -neutralidad, en el que al no molestar éste a aquél ni amenazar aquél a éste resulta posible mirarse con simpatía y hablarse sin fiebre, en especial ni reservas mentales personales. Pero hace falta algo más. Cuando se llega a la vejez basta con volver la vista hacia atrás para encontrar todas las aspiraciones de los jóvenes. Las circunstancias, sin duda, son distintas; los modos de vivir han cambiado y, con ellos, a menudo, el lenguaje, el indumento, las conveniencias. Pero el impulso vital, la efervescencia de esperanzas, de ambiciones, de intransigencias propios de la juventud siguen siendo los mismos. Sólo una cosa me parece nueva: el crecimiento demográfico, el gran número de nacimientos, el aumento de la población que, con la ayuda de las guerras, han modificado la proporción de las edades en la sociedad, trastornado un equilibrio al que nos habíamos acostumbrado, incrementando el porcentaje de los jóvenes y de los muy jóvenes. Como el número hace la fuerza, se siente éstos más importantes y experimentan el deseo natural de ocupar un lugar más destocado en la sociedad, de nue tenga más en cuanta su opinión, de que se les tome más en serio. A decir verdad, esta afluencia de jóvenes recrea la vista. Como suelen practicar los deportes y están, en general, mejor alimentados que lo estuvieron sus padres, aparte de que se han aficionado a los atavíos pintorescos, imprevistos, multicolores, la calle, gracias a ellos, se ha animado y sus transeúntes ofrecen un aspecto sano que también agrada. En Francia tuvimos, hace unos dos años, grandes discusiones a propósito del palo largo que algunos muchachos se habían acostumbrado a dejarse. Se disparaba sobre ellos con pólvora mojada. Me (permití yo intervenir: Durante mucho tiempo- -escribí- -los hombres llevaron el pelo largo. Luego se pusieron pelucas. Más adelante, en los días del Romanticismo, se volvieron a dejar crecer sus aditamentos capilares. Es cuestión de modas. Y lo que está de moda hoy resultará anticuado mañana. No vate la pena armar tanto ruido por un capricho que desaparecerá, de no concedérsele importancia, en breve plazo. No reside ahí lo esencial. Lo fundamental bay que buscarlo en el comportamiento cívico y moral, en Das ideas, en el trabajo constructivo, en la formación intelectual... ¿El pelo? ¡Bah! liCon tal de que lo tengan limpio... Los acontecimientos han mostrado que no andaba equivocado. Ahora bien, querer a la juventud no es nentirla ni adularla estúpidamente, ni ampoco repetirle cientos de veces que ¡iene siempre razón, que los profesores son mes pobres viejos idiotas y los padres mes personajes caducos... Semejante denagogia de la juventud me produce naú; eas, pues persigue en realidad el objetivo He utilizar a la juventud como instrumenpara la realización de unas ambiciones menudo inconfesables. Una vez a un joven que me había esuna carta en la que se podía leer en Q CARTA A UN MUCHACHO varias ocasiones las expresiones: nuestra moda, nuestros discos, nuestras canciones, nuestras vedettes le respondí bien a mi pesar: Desde hace veinticinco años me viste el mismo ¡sastre. Como la confección ha hecho muchos progresos y cada día es menor el número de personas que se encargan trajes a la medida, mi sastre, bajo un nombre distinto al suyo, se dedica también a la confección. Viste a los jóvenes. Ha rebasado ya los sesenta y cinco años. El es quien, tranquilamente, en invierno, escoge los colores, los modelos, las formas, los tejidos que vosotros creeréis haber deseado, acaso inventado, o, en todo caso, impuesto al llegar el verano. Esta forma de pantalón, este chandaü este tipo de chaquetón y de abrigo corto que convertís vosotros en los atributos de la juventud, mientras miráis irónicamente los trajes clásicos de vuestros padres, pues bien, ¡es un anciano señor quien los inventa en lugar vuestro! Rabrica en serie vuestra juventud. Reperesenta para él una industria como cualquiera otra. ¿Me atreveré a decirlo? Durante una prueba en su casa me mostró un día dibujos, pidiéndome mi opinión a su respecto, y me enorgullezco de haberle alentado a poner una trabilla muy ancha en un impermeable. Ve, amigo mío, a las casas que editan discos, canciones, a la aficina de un director de musichall y encontrarás allí hombres de expacia a quienes una larga práctica ha revelado todos los secretos de los negocios: también ellos piensan por vosotros; también ellos administran vuestra juventud, y su arte consiste en haceros tomar por la creación espontánea de vuestros dieciocho años un producto elaborado sin prisas en

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