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ABC MADRID 30-03-1969 página 7
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ABC MADRID 30-03-1969 página 7

  • EdiciónABC, MADRID
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-Í v- v. ME ESCRffiE EL TENIENTE Rlffi L Paraíso. Marzo de 1969. Distinguido amigo: Como tuvo usted la fineza de ocuparse de mi cuando empezaron a socavar la plaza del Rey y me metieron en un desván del Concejo, me atrevo a dirigirme a usted para hacerle partícipe de mis preocupaciones en el momento en que van a trasladarme a mi antigua residencia. He pasado grandes zozobras desde que, en el mes de abril de 1967, fui desmontado de mi pedestal. Me aburría muchísimo en el desván, aunque de vez en cuando mis entrañables amigas las palomas se colaban por un ventanuco y me daban noticias. Por ellas supe que todos mis compañeros de profesión- -la de estatua- -también desmontados, ignoraban a dónde irían a parar cuando fuese llegada la hora de dar por terminada su reclusión. Sobre todo, mi Señor y ERey Don Felipe m estaba muy preocupado, porque en la plaza Mayor no se observaba ninguna cimentación capaz de soportar el peso de su monumento. 7o estaba más tranquilo, porque asi en el entra de Ja plaza del Rey se realizaban obras especiales que parecían destinadas a servir de base a mi pedestal, pero luego me alarmó mucho el comprobar que dichas obras no son sino un respiradero para que no se asfixien los usuarios del garaje que allí se ha construido. Cuando las obras del subsuelo quedaron terminadas, allá por los principios del verano del pasado año, y se prepararon los lechos de los correspondientes jardines, creció mi alarma. No había indicios del lugar en que iba a ser definitivamente instalada mi estatua. ¿Me llevarían a algún barrio moderno, donde nadie me conocería y muchos supondrían que era algún hippie arengando a los suyos? Para colmo, las obras de acondicionamiento de los jardines se suspendieron y no se reanudaron hasta los primeros días de diciembre. Al llegar éste mes, los técnicos decidieron cambiar los primitivos planes, y los terribles comandos de las máquinas perforadoras volvieron a despanzurrar el pavimento y a atormentar a los vecinos de la plaza. Se modificaron los emplazamientos de los jardines y entonces averigüé que me iban a colocar en un rincón, sobre una plataforma de cemento que se apoya en dos grandes vigas de hierro; y ya están ahí varios canteros resolviendo el rompecabezas de las viejas piedras de la fábrica de mi monumento. Doy gracias a Dios porque volveré a mi antigua y querida residencia, aunque ya no vaya a ocupar el centro del recinto. Al menos, sigo en la plaza del Rey, muy cerca de la Reina, la Infantas y la Libertad. Pero todavía no sé hacia dónde apuntará mi espada. ¿Hacia la casa de las Siete Chimeneas? No me gustaría que alguien pudiese creer que me dispongo a asaltar el Banco Urquijo. Yo reñí con los franceses, pero no tuve querellas con los banqueros, a los que no conocía ni de vista... ¿Hacia la Tabacalera? Tampoco me agrada esa perspectiva. He oído decir que, a veces, los fumadores se enfurruñan, pero no sé si con razón, y en todo caso no voy a emplear mi espada para asuntos de tan poca monta. La desenvainé para pelear con los soldados de Napoleón. Siempre fui, a pesar de mi profesión- r- y quizá por conocer bien la guerra- -amigo de la paz, y pof eso me quieren tanto las palomas; pero, en ocasiones, para recobrar la paz no hay otros caminos que los de la guerra. No sé si al final quedaré en una postura indefinida. Espero que no me pongan a ordenar la circulación de la calle del Barquillo o dedicado a husmear en los pisos de la acera del Circo, que quedarán a dos dedos de mis narices. También me he enterado de que me van a dar guardia unas farolas cuyas bases fueron fundidas, a juzgar por sus inscripciones- -Fernando VH, 1832- cuando el hijo de Carlos IV estaba entre la vida y la muerte y densos nubarrones cubrían el horizonte político de España. Quizá el nuevo y flamante Ministerio de Fomento quiso dar fe de que estábamos en el siglo de las luces y de qué el viejo Estado- -Defensa del Orden, interno y externo, y Justicia- -iniciaba los Planes de Desarrollo. Pero hasta que no llegó Alfonso XII, el Pacificador, el Ministerio de Fomento sólo fue una etiqueta. Nos pasamos cuarenta años en el más perfecto desorden. Como ve usted, en el Paraíso nos enteramos de todo. Hasta pronto, y ahí va esa manó, fría pero firme, de su buen amigo El Teniente Ruiz. í Doy fe: Ramón SIERRA J E

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