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ABC MADRID 26-02-1969 página 15
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ABC MADRID 26-02-1969 página 15

  • EdiciónABC, MADRID
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EL RECHAZO Q UERIDO Rafael: Ignoro si te gustaba el circo. Ni sé si lo viste alguna vez. Pero aquella tarde nosotros fuimos al circo. Nos encanta: nos ¡parece la vida, pero la vida en redondo, casi como es. Incluso con su olor a fiera, con el hedor acre de los animales salvajes. (Si te has fijado, el de los felinos tarda más en desaparecer. Como siempre que vamos, merendamos allí esos bocadillos de jamón que tienen tanto pan y saben a tigre. Mis hijos compraron además patatas fritas y helados. Nos rodeaba la representación feliz de una sociedad saludable y casi desarrollada de da cual participábamos. (Ya sé que no es disculpa: pero yo no podia saber aquella tarde que tú ibas a emplear tu escaso tiempo en algo tan diferente. Te conocí poco después. En abril de 1966 estaba reponiéndome de una leve enfermedad, junto al mar. El día 22 un productor cinematográfico de Madrid fue hasta allí a pedirme que escribiera un argumento sobre la obra de la Orden de San Juan de Dios entre los niños subnormales Las conversaciones duraron dos días. Hizo sol y sopló un viento racheado no demasiado raro en Levante por esas fechas, que suele entrar por la boca litigiosa del Estrecho. Hube de viajar a Sevilla en mayo siguiente para documentarme en la casa más moderna que poseía la Orden: el sanatorio Jesús del Gran Poder. Estuve tres días casi viviendo entre chicos como tú. Tuve una gran impresión y volví a recaesera mi pequeño padecimiento. Tomé muchas notas, hablé con los chicos, con los médicos, con los religiosos. Era una obra admirable, pero todavía no sabía yo que tú tenías tanto que ver con ella. Él caso es que regresé a Madrid, que escribí el argumento y que Ja película, si Dios quiere, se estrenará este año. (Te espero en el estreno. No sé cómo, pero te espero: yo sé que irás. Y entonces, trabajando sobre la documentación, te conocí Rafael, aunque sin utilizar tu terrible caso para la película. Tenias catorce años; tu madre era viuda, con varios hijos más pequeños. Habías sido un niño imposibilitado. Los hermanos de San Juan de Dios, en Sevilla, te habían curado, te hablan arreglado Pero seguías ofreciendo un aspecto lamentable de minusválido de lisiado de r niño con anomalías ¡Qué horrible lenguaje- ¿verdad? -tan exacto! Entonces comenzó tu drama, es decir. el segundo acto. (El primero había sido el del dolor, la miseria, la humillación. Pero ahora, ya curado, ya más válido, menos lisiado y menos anómalo, pensaste que podrías ayudar a los tuyos. Trabajarías; ¡podfcs trabajar sentado! Pero te rechazaban porque no presentabas una estampa de relaciones públicas precisamente. El rechazo de la sociedad fue largo, repetido, ciclópeo, criminal. Y aquella tarde, después de escribir una breve carta con tu mejor letra, levantaste el telón del tercer acto. Eras un inútil: no servías, al parecer, ni curado, para nada. No querían ni verte. Entre los que se burlaban y los que se compadecían tu corazón no sabía elegir. Fue al anochecer. Los carriles del tren, en las proximidades de la ciudad, brillaran cgíXio cuchillos interminables. Guando suponías que el tren no tardaría trepaste por el talud de la vía, te tumbaste y ¡pusiste la cabeza en el frío tajo de un raíl brillante y limpio como de plata. A ras del suelo el horizonte visual se acortaba muaho. Verías el tren de repente y en seguida cerrarías los ojos... Quizá pensaste en Dios, en tu madre, en ti mismo. Quizá no pensaste en nada. ¡Tu carta decía y ¡dáce todavía, dirá para siempre: Mamá, no llores por mí. Creo que con la muerte dejaré de sufrir. Es triste vivir en el mundo sin servir para nada, viendo cómo una tras otra todas las puertas se me iban cerrando. Dios, Que sabe mi pena, estoy seguro me perdonará el que yo me quite la vida. Cuando la leí entre los papeles que me habían dado los frailes, miré la fecha y busqué en mi agenda. Era la misma tarde del circo, quizá la misma hora en que aquellos tipos agilísimos hacían diabluras con sus extrañas bicicletas. (Cómo te hubiera gustado a ti por lo de tus piernas. Ahora, Rafael, sabrás muchas más cosas que yo sobre este asunto. Lo que yo sé es más o menos así: los niños, desde siempre, castigan a los mayores castigándose a sí mismos. En nuestro país la vida ha mejorado: las estadísticas generales di- cen que en el quinquenio 1946- 1951 se Suicidaron 619 jóvenes de trece a diecinueve años, y en el quinquenio 1956- 1961, splo 403. Tengo la fundada esperanza de que Dios te haya perdonado. También la tengo en que sepas que tu sangre no fue dispersada tan inútilmente como en un principio parece: sirvió para que los religiosos de San Juan de Dios, de Sevilla, comprendiesen que era preciso no sólo curar a los chicos como tú, sino enseñarles una profesión y, lo que es más, tratar de colocaros, de instalaros en el afecto de la sociedad. Tú inspiraste, pues, los primeros talleres de rehabilitación que se han levantado quizá en Europa. Ahora se está terminando la Ciudad de San Juan de Dios. Faltan muchos millones para pagarla, pero van a salir ¡Tú los vas a sacar Rafael! Porque si esa Ciudad hubiese existido en tu tiempo, no te habrías matado. Al menos, los que son como tú, ya no se matarán por eso Falta, en tu carta de suicida primerizo una frase. No aquella de a nadie se culpe de mi muerte sino radicalm íte distinta: a todos se culpe de mi muerte ¿Se te olvidó, o nos habías perdonado? Yo, Rafael, acepto mi parte. Tu carta debería estar en esa arqueta que la tradición hace enterrar al pie de las obras nuevas, con monedas y periódicos del día. Ella es es segundo cimiento de la Ciudad de San Juan de Dios, en Sevilla. Porque el primero... (Ya sabes que hay que dar a Dios lo que es de Dios) Sólo puedo pedirte, finalmente, sin literaturas, que niegues por nosotros. José María SANCHEZ- SII VA v

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