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ABC MADRID 22-02-1969 página 10
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ABC MADRID 22-02-1969 página 10

  • EdiciónABC, MADRID
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NOCHEBUENA CON NIEVE EN LA QUINTA AVENIDA N la sobremesa de un almuerzo en casa de mis amigos Víctor y María Urrutia, hacia el año cuarenta y tantos, un joven diplomático agregado a la embajada de los Estados Unidos, llamado Nick Biddle, mostraba tanto entusiasmo por nuestro país, por el bendito sol que nos calienta, por nuestras costumbres, por la feria de Sevilla, por los toros, etc. que para corresponder a tan elogiosas declaraciones les dije: -Por mucho cariño y simpatía que te inspire nuestra tierra no es manos el que yo siento hacia la tuya, porque le debo la vida a un norteamericano. Altamente sorprendido e intrigado me pidió que le refiriese el caso, y viendo que todos los comensales me prestaban atención relaté, sin omitir detalle, el espeluznante suceso que me ocurrió en la gran playa de Biarritz a comienzos de agosto del año 23 y del que fue testigo mi amigo Julio Camba. (Suceso que narré en un articulo del A B C el 9- XH- 1962 con el título de Soy el ahogado de esta mañana El más intrigado de todos era Nick, que me acosaba a preguntas pidiéndome dataMes del aspecto de mi salvador, de su nombre, de su dirección, etc. ¿Pero es posible que de un hombre que te ha salvado la vida no recuerdes cómo ss llamaba ni puedas dar más datos de que era joven. moreno, fuerte, millonario y que vivía en la Quinta Avenida de Nueva York? No ms negarás que todo eso parece pura fábula. Y reía, reía, cada vsz más seguro de que se trataba de una fantástica invención. -Mira, Nick; yo tenía su nombre y dirección anotado en un librito y a poco- de comenzar nuestra guerra salimos de naja el mismo día que declararon frente al Parque, donde estaba situada nuestra vivienda. Cuando después de unos años de estancia en París regresé aquí no quedaba de mi casa más que el solar y. aunque anduve rebuscando entre los escombros, no hallé ni el menor rastro da nada. Sólo recuerdo que su nombre comenzaba con E Boy, pero por mucho que torturo mi memoria no logro acordarme de más. ¡Qué caso curioso! -comentó mi amigo, volviendo a reir. Yo concaco un íntimo de mi padre que iba todos los años por esa época a veranear a Deuville y a Biarritz y su nombre comienza como el de tu fantástica historia: Mr. Doyle. Le interrumpí gritando: -Ese precisamente es el nombre; ahora lo recuerdo exactamente y vivía en la Quinta Avenida, 501. ¡Qué extraña coincidencia! Parees milagrosa esta historia. Voy a escribirle hoy mismo. Y a los pocos días me dijo por teléfono entre gritos, exclamaciones y muchos carrambas -Acabo de recibir un cable de Mr. Doyle confirmando al pie de la letra todo lo que has contado el otro día en casa de los TJrrutias y que yo hubiese jurado que era una invención tuya. Añade que le has enviado un bronce como prueba de gratitud. Y que no es menos cierto lo dsl incendio del hotel donde te hospedabas. Termina diciendo que me escribirá ampliando detalles. Y este ha sido el cimiento de una gran amistad con un auténtico millonario norteamericano que, como el buen vino, fue con los años adquiriendo solera. Siempre que nos encontrábamos en algún cóctel o venía a comer a mi casa o me invitaba a la suya ms recordaba la promesa que le hice de aceptar su generosa invitación para ir a conocer su tierra y dar un abrazo- a mi salvador. Al fin el 20 de octubre del año 60 crucé por primera vez el Atlántico, y después de un gran rato de contemplar extasiado desde el avión infinitas luces de todos los coloras, llegamos a Nueva York, en cuyo aeropuerto me esperaba mi amigo muy jubiloso. De allí nos trasladamos a su casa de la Quinta Avenida, esquina a la caite 82, frente al Metropolltam- Museum, donde quedé instalado regiamente. Supe más tarde que este lujoso palacete había sido la vivienda de la madre de Nick, fa- llecida pocos meses antes, y que lo había dejado a sus dos hijos para el pago de los derechos reales de su fabulosa fortuna. Mi reloj señalaba las cinco de la madrugada, que era la hora de Madrid. Con el cansancio y la emoción del viaje dormí como un tronco. Al salir a media mañana con mi amigo se detuvo delante de la casa un coche estupendo, del que descendió majestuosa una señora enfundada en un magnífico abrigo de visón. Más que su porte y empaque principesco me llamaron la atención sus blancas pestañas, semejantes a las de algunas vacas de mi tierrina. A nuestro paso bajó éstas en señal de respeto. ¿Quién era esa opulenta señorona que entró en casa cuando salimos? -le pregunté a Nick apenas nos acomodamos en un taxi. -Se llama Bridie y es ia jefa de la servidumbre que tenia mi madre. Todos son irlandeses. Ya los irás conociendo. La segunda doncella, Julia, es muy simpática: luego la cocinera, y Patrick, el conserje. Mi madre dispuso que permaneciesen al servicio de la casa hasta que se vendíes Respecto a la cocinera nunca logré conocerla porque siempre estaba dormida como un tronco y arrsilenada en una butaca de mimbre con el N. Y. Times caído a sus pies. El taxi se detuvo ante el suntuoso edificio del Racket Club, situado en Park Avenue. Allí gestionó Nick mi carta de socio y acto seguido me presentó al mayodormo diciéndole que durante mi estancia en Nueva York abonasen en su cuenta todos los gastos que yo hiciese de comsr, bar, coches, etc. Tal excaso de generosidad me abrumó de tal modo que no volví por allí ni una sola vez. Y así fue, aunque no me lo crea mi receloso amigo José María de Cossío. Al día siguiente al levantarme me acomodé en un saloncito contiguo a mi habitación, donde me sirvió si desayuno la encopetada irlandesa de las blancas pestañas. Sugestionado desde el día anterior en mi primer encuentro no puds menos de levantarme. Su mirada resbaló so-

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