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ABC MADRID 21-02-1969 página 101
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ABC MADRID 21-02-1969 página 101

  • EdiciónABC, MADRID
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sanatorio Villa Luz. En la cama, extenuado, cumplió sus treinta años. Nueve días después murió: 15 de febrero, a las seis de la tarde. Moría, come vemos, en sazón de triunfa sintiendo cómo le rozaba los labios el zumo de una gloría súbitamente conquistada. Llegando innri diatamente detrás de la gloria volandera, la muerte acentuó los clamores admirativos que se habían levantado. Desaparecía un hombre singular, en plenitud de edad, de trabajo, de renombre y de ilusiones; un artista que había dado ya a la escultura de su patria- -acaso apresurándose, per los temores y presagios que la miseria de la salud le señalaba- -un buen número de obras no sólo reveladoras de su maestría precozmente alcanzada, sino también prometedoras de lo mucho y grande que aún cabía esperar de su sensibilidad y su buen oficio, de su pasión por el arte y su caliente laboriosidad. Todo se acumuló sobre quien acababa de morir: artículos laudatorios, rara unanimidad en las voces doloridas, los homenajes postumos, las conferencias, los libre, el alto precio per la obras hasta entonces bajamente estimadas, el paso a los ámbitos museales... El romano Julio Antonio resonó brillantemente en palabras innumerables, habladas y escritas. Pronto se supieren de él y de su labor muchas cosas que habían permanecido ignoradas. Vine Julio Antonio a Madrid, siendo un muchacho, para reforzar sus ya comenzados estudios de escultura, y en el taller de Miguel Blay, baje ¡a dirección de este gran escultor catalán, trabajó intensamente. ¿Y qué le podía enseñar Blay? preguntábase, cen gesto desdeñoso, algún crítico sectario, de los muchísimos que hcy hablan. Sencillamente, le enseñó lo que él sabía y practicaba muy bien, que era lo que el discípulo deseaba, honradamente, aprender: el oficio. El repugnante oficie decía un pedante, olvidando que. sin esos conocimientos de la técnica, no se da ningún paso en ninguna de las artes, o se dan pasos en falso, lo cual aún es peor... Enamorado de los vivos juegos de la forma humana, como todo escultor de casta, Julio Antonio aprendió a dibujar apretada y vigorosamente también en este sobresalía Blay) y en el dibujo fundó la base del mcdelado; no hay otra base. Amplió y enriqueció luego todo lo aprendido, con lo que obtuvo de un breve viaje que, acompañado de su madre, hizo por Italia. Florencia, cuna egregia de esculturas, le atraje poderosamente. Sin salir de España, estudió después a conciencia en Castilla y Andalucía lo mejor de nuestras antiguas tallas policromadas. Sintióse más afín, lógicamente, a la escultura de los castellanos que a la del sur hispánico. Tres años antes de morir tenía ya realizados algunos de los más significativos ejemplares de su arte: el monumento a los héroes de la Independencia de Tarragona y la mayor parte de sus bustos de la Raza Proponíase continuar esta serie- -le más ambicioso y querido de cuanto planeó- dejándonos en ella un vasto grupc de penetrantes cabezas de la gente del pueblo español. Es- -le decía al cronista Salaverría, en la primavera del 17- -un proyecto no sé si temerario: una descripción plástica de nuestras gentes. Proyecto moderno y patriótico; debe intentarse. Hasta ahera he reproducido ejemplares de Castilla; después visitaré otras regiones, llegaré a Andalucía y Aragón, modelaré marineros del Levante y del Cantábrico... Pretende ser el escultor de la Raza Los dichos bustos una veintena) son muy conocidos, y en su elegió coinciden hasta aquellos que no sienten hoy gran simpatía por la labor del maestro. Muerto éste, les adquirió el conde de Avásolo y se les regaló a don Alfonso x m quien los donó al Estado. En el Museo de Arte Modernc, de Madrid, hízose con pilos una sala interesantísima que completó, con un lote de magníficos dibujos, la madre del artista. Desmentada la sala hace treinta y cinco años, se ignora hoy dónde se hallan algunos de esos celebrados bustos. Los dibujos, visto el proceder de quienes per entonces dirigían el organismo, fue- ron redamados y recuperados por su legadora. Pronto se verán en el Museo de Julio Antonio, al que antes nos referimos. Bien podemos trazar, de la obra total del malogrado escultor, este esquema llevado al limite de lo conciso: escultura sobria, sin que en la sobriedad de la ejecución se escamotee el detalle definidor y característico; austera, sin llegar jamás a lo seco y frió; elegante, sin el menor asomo de decadencia ni de afectación; moderna, con modernidad no desligada de las raíces de la gran tradición de lo estatuario; consistente de forma y rica de acento expresivo; aplomada, tersa, eurítmica. Por lo mejor de esa obra corren cruces de influencias romanas y renacentistas, modulaciones castellanas y florentinas. No se ha ensayado todavía un catálogo de la producción de Julio Antonio; cuando llegue a formarse, veremos lo crecido del número de sus piezas. Con los citados bustos, los retratos, los monumentos, los proyectos y los desnudos- -no incluidos les dibujes- -se aproximará el catalogador ai centenar de ellas, si no lo traspasa. La vida de Julio fue corta- -decía su discípulo Salazar- pero su labor es la de un trabajador de cincuenta años. Con frecuencia entregábase Julio Antonio, en su taller, a jornadas agotadoras, sobreponiéndose a las crisis de su maltrecha salud y huyendo de los goces que la alegre bohemia le brindaba, para compensarle de sus horas amargas. Hoy, su obra, elevándose por encima de las adversas corrientes seudoestéticas que tratan de ahogarla, y venciendo los desvíos provocados por la incomprensión y la injusticia, permanece viva en la conciencia de Quienes saben ver y apreciar todos les valores que cada generación de artistas incorpora al futuro. Téngase para su autor un recuerdo emotivo, ahora que ya han pasado tantos y tantos días- -medie siglo- -sobre aquella tarde de febrero que lo llevó tempranamente a la muerte... Bernardino DE PANTORBA

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