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ABC MADRID 12-02-1969 página 13
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ABC MADRID 12-02-1969 página 13

  • EdiciónABC, MADRID
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K L- V j J E L paso de los años es una senda jalonada con los amigos y compañeros qué ya se han ido. Quizá esta tragedia dosificada es una de las facetas más dolorosas que trae consigo la vida. Uno de mis mejores amigos, Ricardo MartínezAlvarez me abandonó el 27 de enero. Con la muerte de él la profesión ha perdido una de las figuras más fieles y preclaras del mundo médico de hoy. En esta dislocada época que nos toca vivir, ya sé que la muerte del hombre no es noticia, aunque se trate de un hombre excepcional. Frente a ia espectacularidad de hechos y noticias como la circunvalación de la Luna, la moderna violencia con la desaparición fulminante de figuras señeras, la amenaza constante de un posible aniquilamiento de la raza humana, los trasplantes de corazón, los nombres brillantes a impulso, a veces, de una desenfrenada publicidad, los hombres sólo son meras cifras, y como tales se contabilizan diariamente. Dentro de nuestra profesión, practicar la Medicina interna aparece hoy como una dedicación más que rebasada. Sin embargo, esta actuación profesional sigue conservando todo su vigor para la sociedad de nuestros dias, que está las más de las veces perdida y angustiada en este vastísimo campo- -algunas veces, lujoso- -de las ciencias y las técnicas actuales. Su médico sigue, y seguirá, siendo para ella algo insoslayable, casi sagrado, algo que no comprendemos quizá en toda su profundísima significación los especialistas o los soberbios equipos de hoy día. La auténtica Medicina, la que necesita la mayoría de la gente, es, en último término, la solución de unos problsmas vita- les que casi nunca son enteramente científicos me decía, hace ya muchos años, en nuestros años mozos, en nuestros años heroicos, en la paz y en la guerra, cuando junto a mí se formó en aquel dispensario antituberculoso que yo dirigía. Su pleno dominio de las enfermedades del tórax le valieron una confianza absoluta de todos sus pacientes. Tranquilo, alegre, animoso, atendía sus consultas; la de la tarde, desde las primeras horas hasta bien entrada la noche. Por ellas pasaron miles de enfermos. Y pasaron sin prisas- -algo difícil de conseguir ahora- como si el tiempo no contara para él: allí lo más importante era el enfermo en sí, el enfermo que tantas veces fue remitido cabalmente a nosotros los especialistas con el mismo acierto y prudencia que rodearon su vida. Su profundo conocimiento da los seres humanos- -labor actualizada por su estudio de cada día- unido a una genial intuición, fueron la clave de su éxito. La empresa para la que trabajaba y sus empleados- -el nombre en sí de esta empresa- -alcanzaron en él un volumen anímico difícil de explicar. Ricardo MartínezAlvarez se entregó generosamente a todo lo que le circundó. Hacía años que tenía un serio problema de ojos- -que muy pocos conocíamos- -por sus largas horas frente a las pantallas de rayos X; su afán de trabajo nunca fue acompañado por una auténtica resistencia; a última hora padecía una agudísima crisis de tipo neurológico. Pero él, él mismo, fue el único enfermo que, en su lucha contra la muerte, no escuchó y no atendió. Tenía un altísimo concepto de la misión médica- -alguna vez ingenuamente ofensivo- y en este duro mundo que nos rodea tenía un casi extraño contento consigo mismo. Pero, como tantas veces ocurre en el devenir de nuestros días, los mejores sucumben víctimas de una tsnaz fatalidad. En la plenitud de su carrera y cuando ya el ambiente se doblegaba ante su empuje, su frió un grave accidente de carretera, del que no llegó a recuperarse. Cuando se reintegró al trabajo, era ya un hombre disminuido, disminución que fue creciendo implacablemente de año en año. Y sin embargo, aún tuvo suficiente vigor para organizar, para poner en pie con un éjüto total, una Asamblea da la Cruz Roja ¿Española. Pero no es mi intención al evocarle hablar de sus triunfos ni de las distinciones que alcanzó, ya que ejerciendo como los primeros, nunca buscó los grandes escenarios. Sólo quiero subrayar con estas líneas, recabar para el mundo médico y para la sociedad la otra parte de la Medicina, la que precisamente está silenciada hoy, la que en él fue luz y voz. En medio de los resonantes éxitos quirúrgicos, de los brillantes caminos de la investigación, de las asombrosas técnicas actuales, rindamos un homenaje al médico de Medicina general, al que posee por sí el arte de curar- -que en el fondo es el arte de comprender y amar al ser humano- al doctor Martínez- Alvarez, a don Ricardo, como le llamó su gente; a un hombre que amó al hombre y, por eso, lo atendió más allá de la enfermedad; a un médico que supo personificar en cada uno de sus enfermos a este otro Hombre eterno e inaprehensible en el Universo que nos rodea y ya tocamos. Su muerte puede ser una pequeña noticia, pero su recuerdo perdurará en todos los que le conocimos. Doctor Rafael NAVARRO- GUTIÉRREZ

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