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ABC MADRID 16-01-1969 página 8
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ABC MADRID 16-01-1969 página 8

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página8
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A GRUTA DE LA NINFA EGER 1 A DEL ÁRBOL STOY bajo los árboles; pinos frondosos que me dan sombra; ramas que se tienden como brazos amables; encajes verdes que pueblan de arabascos al cielo. Estoy al abrigo de los negros laureles adormecidos en lo qus, tanto n la época de los Reyes como de los Emeradores, fue centro de Boma: el Palaino. Por aquí hubo una vez moradas de íésares, y antes mansiones nobles y pom imperial. Se respira aún el aire perfua íado de los Huertos de Farnesio, quintaeenciado en el pomo de los siglos y en la arde juanramoniana, los verdes se ponen ividos y las hojas descaecen como anuniando el sueño. Estoy frente a los árboles: otra vez pios altos y esbeltos cipreses. Una fila de titos coraceros guarda el amplio espacio leí Circo Máximo. En el centro, reconsruida, está su espina y, cerrando un K) CO los ojos y cambiando imaginativaaente el rumor de los modernos carros e podría contemplar por dentro el corer de las cuadrigas, en tanto, aquellos árboles serios son como espectadores en pie del espectáculo. Estoy entre los árboles: la Vía Appia, a un costado de Boma, inicia su camina hacia Albano. A cada lado del estrecho camino, donde aún se conservan trozos de la antigua calzada (el viejo basolato vuelven los cipreses a poner su cordón de respeto, guardas silenciosos del viajero asombrado. La prestarán su sombra estirada y circunspecta- a las tumbas verdeantes de hojas y de moho, y cuando el sol comience a declinar camino de los mares, esa sombra sesgada sobre el sendero parecerá la flecha que señala hacia el otro camino de las aguas muertas, los gigantescos acueductos que le ponen nichos al cielo azul. Estoy sobre los árboles: desde la balaustrada de la amplia plaza del Janículo, Boma está toda al alcance de la mano. Hacia abajo, en la lejanía, un mar de cúpulas hierve de eternidad. Los altos campanarios pudieran, también ser árboles petrificados bajo una lluvia volcánica. Pero entre ellos, entre la masa de las casas chapadas de oro viejo, surgen los otros cúmulos de verde auténtico que salpican todo con su pincelada. Sarán, una vez más, pinos expansivos, cipreses hieráticos, acebos austeros o palmeras lánguidas. Pero sobre la punta cromática se pesan estas vivas notas de verdor para tejer su sinfonía aurora! o vespertina. Estoy con los árboles: a la orilla del río, del cansado Tiber que viene andando desde los Apeninos, los árboles me tienden su dosel de sombra mientras me asomo a las aguas ocres. Como ss otoño, me apedrean con hojas doradas y el blanquear de los troncos parece palidez de despedida. Pero en la orilla opuesta, las copas, aún densas, tienen aire flamígero, pudieran ser un fuego propagado a media altura, entre agua y cielo; o un friso cubierto de paneles de oro que el tiempo ha ennegrecido un poco. Arboles del Pincio, la colina de los jardines; árboles del Prati, recortados en perfectos polígonos; adelfos coloridos y jóvenes de las calles del Parioli: castaños filósofos de las avenidas. Donde quiera que tiendo mi mirada veo árboles en Roma; a veces, en un lugar absurdo, sitúa-

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