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ABC MADRID 05-01-1969 página 147
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ABC MADRID 05-01-1969 página 147

  • EdiciónABC, MADRID
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EL ARTICULO DE HUMOR UN PAQUETE DE MANZANAS REVIOS los trámites correspondientes y con la autorización del deeeado del Gobierno, comento a nevar sobre la ciudad. Los escaparates de las tiendas estaban abarrotados de luces, sor todas partes se oía una n ú s i c a dulce, los coches guardaban cola delante de un semáforo, era el día de Navidad y él y ella se estabaí pesando en medio de la calle Los aburridos automovilista: contemplaban indiferentes t espectáculo: la nieve, la Im roja que nunca acababa de: apagarse, las lunas brillantede los escaparates y una pareja de locos que habían dado comienzo en plena calle a un baile salvaje y frenético, y que se reían tanto que las pa labras se habían quedado de repente inservibles en su lujosa tumba de guaftex de Los diccionarios. (El mundo puede estar lleno de guerras, asesinatos, látigos, arneses, bridas y esclavos. Es igual. En cualquier parte, en c u a l q u i e r calle siempre hay un hombre y una mujer que se abrazan, se ríen y bailan danzas salvajes y frenéticas, que combaten de algún modo la siniestra oscuridad en la que se debaten millones de seres. Delante de ellos estaba un puesto: dos palos de madera, varios cajones, una lona a rayas y un hombre gordo y colorado rodeando la fruta. Mientras él cogía las manzanas, ella le dio un beso en la calva al tendero y el pobre hombre se quedó confuso, se puso aún más colorado y, al final, no les cobró ñadí. Había mucha gente en la calle con paquetes y ellos con su paquete de manzanas. Había prisa, ruido y música afónica de Navidad, miríadas de billetes cambiándose de mano, luces y estrellas por una vez al alcance de la mano, estrellas de cartón y de cristal que se podían poseer, tocar, ensuciar y romper. Y las estrellas se caían, se ensuciaban y se rompían. Soné un timbre, se abrió una puerta y un hombre cuyo aliento olía a aguardiente se quedó perplejo al verse ante una pareja de jóvenes aparentemente cuerdos que le preguntaban si era feliz. Y aún permaneció aquel hombre unos momentos en la puerta sin saber qué hacer con la manzana que tenía en la mano. Luego la puerta se cerró. Había grandes carteles con palabras bellas de paz y amor. Y había hombres que cuando los carteles. no hicieran ya falta se enrollarían en ellos para pasar menos frío. Porque todo el mundo habla P aprendido que para calentarse las entrañas hay que encender un fuego, beber una copa de coñac, hablar de amor y de paz en Navidad o enrollarse al cuerpo un fuerte papel de estraza cuando no hay nada mejor. Los acróbatas que colocaban el último cartel hicieron el Cantábrico, los cinco hombres inmóviles ante sus mesas haciendo el balance. Y las cinco manzanas sobre los cinco libros mayores (uno para la Hacienda, otro para el Consejo, otro especial para el presidente del Consejo, otro para los accionistas y el último de repuesto) la cinco sonrisas. -los cinco apretones de manos, pisadas que retumbaron en la inmensa sala de sue- y lá, u lo de mármol, y la enorme puerta que se volvió a cerrar, dejando de nuevo a los cinco hombres en su ataúd magníficamente iluminado. Había millones de luces de todos los colores que iluminaban totalmente el pavimento por el que pasaba la gente apresurada lien de paquetes y debajo de sus pies la nieve hecha barro, sucia, adhiriéndose a sus zapatos, y a alguien se le había caído de su paquete una pequeña muñeca que ya estaba sucia de barro y pisoteada. Y porque hab a tantas luces alumbrando, ellos la vieron, la limpiaron como pudieron y la pusieron en un muro a la entrada de un un gesto rápido y cogieron al vuelo las dos manzanas que habían salido allá abajo de las manos de una pereja de jóvenes que de nuevo habían echado a andar entre la gente con paquetes y la nieve que caía. Entraron en un gran edificio en el que había una sala inmensa completamente iluminada. Al fondo había cinco hombres sumergidos por una pila de libros y un libro aún más grande que se llamaba Mayor Los hombres de la balanza y la espada, el ballet de la Opera de Moscú, el girar del carrussel en la feria, espasmos epilépticos, el balanceo del barco con marejada en aparcamiento, dejando una manzana al lado. Un coche se detuvo, un coche rebosarle de paquetes, y de él se bajó una niña corriendo que cogió la muñeca y la manzana y luego volvió al coche; alguien empezó a hablar y la nina se puso a llorar y la manzana y la muñeca salieron por la ventanilla y fueron a caer de nuevo sobre la calzada, allí donde la nieve hecha barro se había acumulado. Todo e s t a b a espléndidamente iluminado. Todo era claro y fácil de ver. En cada esquina había un ciego con la lotería prendida en la solapa y un bastón en el que apoyarse. La iglesia también estaba iluminada. El y ella caminaron por la inmensa nave y llegaron hasta un altar pequeño donde había un hombre sentado en un banco, con las solapas del cuello del abrigo subidas y la cabeza inclinada, que se había quedado dormido. Se acercaron a él en silencio y dejaron a su lado una manzana. Luego se retiraron procurando hacer el menor ruido posible. De repente, de los altavoces de la nave surgió una música estridente, el hombre se despertó sobresaltado, miró a todas partes y se alejó hacia la salida sin ver la manzana que ellos le ha bían dejado. Y de vez en cuando miraba a un lado y a otro, con miedo, como si estuvieran persiguiéndole. En la calle, las caras de las personas llenas de paquetes estaban llenas de alegría, bondad y felicidad. Seguía cayendo la nieve. Seguían los carteles y las luces, el barro maloliente, los automóviles, los semáforos, la música dulce y las estrellas de purpurina brillantes. Ella era rubia y delgada. Al andar, su cuerpo se alargaba hasta el cielo y fluía debajo del pavimento, la última bandera erguida y viva de una civilización que continuamente bostezaba. Ej abrazó aquel cuerpo y lo sintió caliente y palpitando. Estaban en medio de la calle y sólo les quedaba una manzana. Ella dio el primer mordisco y luego se la ofreció a él. El también la mordió y de repente sintió algo extraño en la boca. Miró la manzana y vio el diminuto túnel que un gusano había horadado. Sonrió y besó a la mujer. Luego continuó comiendo la manzana. El cielo era ahora azul y claro. No estalló ningún rayo. Nada se oscureció. Un autobús articulado tuvo que serpentear para no chocar con un automóvil que se había detenido repentinamente. Pero era ya tarde. Ellos ya estaban lejos y cantaban y se reían. Enrique IPARRAGUIRRE EL ARTICULO DE HUMOR 61

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