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ABC MADRID 02-01-1969 página 11
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ABC MADRID 02-01-1969 página 11

  • EdiciónABC, MADRID
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Barrio de la Concepción. europeos sensatos desean que la Europa occidental aparezca unida, ninguno de ellos piensa, en cambio, en una verdadera unificación, generadora de uniformidad. Los más atrevidos dicsn federalismo o sea, respeto de las naciones, respeto de las variedades. Que nadie se llame a engaño: yo no trato de dar lecciones a nadie y no pretendo tampoco meterme en terrenos vedados. Sin embargo, cuando veo el París ds ayer y lo comparo mentalmente con el da hoy, no creo que le haya beneficiado la implantación, en el mismísimo centro de la orilla izquierda, de enormes construcciones de veinte o treinta pisos, que podrían verse igualmente en Chicago, en Tokio, en Johanesburgo o en Sao Paulo. Nuestros reyes y sus consejeros no poseían, ni mucho menos, las máquinas, las técnicas, los materiales, las fuerzas motrices de que disponemos actualmente. Pero tenían buen juicio. Habían comprendido que no debe mezclarse al tuntún lo viejo con lo nuevo, de igual forma que no ha de meterse el vino nuevo en un odre viejo. Luís XTV edificó los Inválidos y la Salpétriáre en pleno qampo, dejando a la ciudad el espacio suficiente p a r a desenvolverse; Luis XV construyó la plaza de la Concordia justo en el límite de la muralla y la Escuela Militar más lejos aún que los Inválidos. De cuanto se está haciendo en París, lo único razonable es la construcción de un nuevo barrio, más allá del Puente de Neuilly, con la encrucijada de la Defensa por centro. Cada generación tiene sus gustos, sus necesidades, sus principios, sus artes, sus puntos de vista: ¿por qué no decidirá la presente innovar en materia de construcción... en terreno libre? Sólo asi podrá afirmarse. Al contrario, retocar los monumentos antiguos, introducir el pegote de un edificio gigantesco de hormigón en un barrio de hotelitos particulares ds ladrillo, hacer surgir del suelo una superposición de jaulas de grillos, pomposamente denominada gran conjunto en medio de casas corrientes, todas del mismo estilo y pertenecientes a otra época, es absurdo. Todas las discusiones, o casi todas, suslen conducir- -y este es su principal defecto- -a los interlocutores a exagerar sus ideas, a sacar las cosas de quicio, a situarse cada vez más en posiciones diamstralmente opuestas. ¿No hay medio acaso de matizar, de guardar la medida? ¿No impone cada día la vida ententes de este tipo? No cabe transigir en lo tocante a la vida espiritual, a la moral, al respeto de las leyes y de los individuos. Mas en lo referente a las cuestiones prácticas, a los problemas de intereses, de la vida cotidiana, de organización, de trabajo, ¿por qué no? Las dos últimas guerras mundiales me parecieron siempre particularmente horribles, y no sólo por la naturaleza y la enormidad de las fuerzas de destrucción, sino también porque desde el primer día fueron presentadas en un bando y otro como batallas de principios, de morales, de filosofías. Vistas así las cosas, todo arreglo, todo compromiso resultaba imposible. Era, para cada coalición, la lucha del bien contra el mal. El bien tenía que triunfar: no podía, claro está, detenerse a la mitad del camino. Se llegó, cual se decía, hasta el límite; es decir, que Europa, devastada, conquistada en su cuarta parte por la Rusia soviética, cesó de ser el centro del mundo, y cesó incluso de ser la única dueña de sus destinos. ¡Qué sabios eran aquellos viejos estadistas que se reservaban una salida de escape, una posibilidad de negociación, un medio de detenerse al borde del abismo! ¡Y cuan dichosas son las naciones cuyos jefes temen las aventuras y no desafían constantemente al Destino! Predicando la conciliación, corre peligro uno de organizar contra sí la alianza de todos los disputadores y de erigirse en el blanco de sus tiros. Confío que no me sucederá a mí semejante desventura. Abrigo la esperanza de que Europa se haga con la participación de todas las naciones que profesan la misma moral y son hijas de la misma civilización. Pero espero, asimismo, que cada una guarde aquello por lo que no se la puede confundir con las otras. Que los trenes españoles, gracias a una invención singularmente ingeniosa, puedan pronto circular por las vías de Francia y de Suiza, constituye una victoria de Europa. Pero cuando un edificio antiguo, en algún rincón de Aragón o de Andalucía, es restaurado por la piedad de los vivos, Europa logra también otra victoria. Porque sin su pasado y sin sus diversidades, Europa no sería Europa. París, 1968. PIERRE GAXOTTE (De la Academia Francesa)

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