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ABC MADRID 13-10-1967 página 78
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ABC MADRID 13-10-1967 página 78

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página78
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LUIS BoMN ESPAÑA, t o s AÑOS VTFAUES bajo la estatua cíe Peter Pan. No volví más a esa casa; bombas incendiarias alemanas la redujeron a escombros durante la segunda gueira mundial. Antes de salir para Croydon, Mercedes despertó a los niños. La mañana era gris y pesada. Súbitamente todo se me antojó descabalado, chato, vano. Marisol iba a cumplir cinco meses; durante su corta vida España no había gozado un solo día de paz. Estaba preciosa dormida, con su cabeciía cubierta de rizos rubios. Fernando tenía casi seis años, y cuando lo tomé en brazos me dijo, en inglés: ¿Por qué tienes que irte, Daddy, por qué? La Cierva vino a recogernos. Desayunamos. Serían las seis cuando salimos para Croydon. Allí, mientras Mercedes saludaba a Pollard y a las rubias, Juan y yo permanecimos en el coche; teníamos mucho que decirnos y no queríamos que nos viesen juntos. Con el corazón de plomo, abracé a mi mujer y me encaminé hacia el avión con mis compañeros de viaje. La gran aventura había comenzado. Bebb me sentó junto a él. Pollard ocupó un asiento a la izquierda, con Diana y Dorothy justo detrás, y el mecánico y el radiotelegrafista en las plazas restantes. Nuestra primera etapa era Burdeos, en cuyo aeródromo me esperaba Luca de Tena con instrucciones finales para el viaje. Volamos sobre el canal de la Mancha y sobre una gran extensión de manzanares normandos encharcados. Llovía a cántaros. Cuatro horas más tarde llegamos a Burdeos en pleno diluvio, con las luedas del aparato levantando sábanas de agua al posarse en el suelo. X a Cierva me había aconsejado que simulara sorpresa al ver a Luca de Tena, para que mi encuentro con él pareciera puramente fortuito. Pero Juan Ignacio me esperaba con cuatro amigos más. Para disimular en la medida de lo posible- -todos éramos monárquicos y antirrepublicanos- -hicimos como si hubiesen venido para recibir a las rubias; Dorothy y Diana resolvieron el problema. Tres de los cuatro amigos se sentaron con Pollard y las niñas en una mesa; la tripulación del Dragón Rapide se instaló en otra; yo ocupé una tercera con Luca- de Tena y el marqués del Mérito, que volaba conmigo a Casablanca para desde allí seguir por su cuenta a Tánger. Tenía la misión de adquirir en esta plaza la avioneta que, conducida por el comandante 3 Lecea, más tarde ministro del Aire, utilizaría posiblemente Franco para trasladarse desde Tánger a Llano Amarillo, junto a los cedros d e Ketama, donde su amigo Juanito Yagüe le esperaba al frente de Ja Legión para sublevarse contra el Gobierno de Madrid. Mérito, competente piloto y aficionado a volar, era portador de un pasaporte diplomático boliviano extendido a nombre supuesto por un hueco es él Dragón Rapide, pedí a nuestro mecánico que volara a Toulouse por la tarde y desde allí siguiera a. Casablanca en otro avión francés de Enea; Bebb me aseguró que los servicios del mecánico no eran Indispensables por el momento. Y, dé acuerdo con una clave que habíamos ingeniado en Londres, despaché a mi esposa un cable que decía simplementeí Sudamericano comprará mandan na. Significaba que Mérito iba en el Dragón Rapide a Casablanca, y que en cuanto llegara a esta chjdad se trasladaría a Tánger para adquirir la avioneta. El golfo d Vizcaya estaba azul y sereno cerca de Biarritz y San Juan de Luz, playas francesas do mis veranos juveniles, en la segunda de las cuales mis padres habían contraído matrimonio y mi abuela poseía tsaa casa. Pero cerca de Bilbao el cielo se nubló. Grandes cúmulos ocultaron los picos de las sierras vascas, que a mí se m antojaron elevadísimas. Tanto subió Bebb para evitarlas, que una espesa capa de hielo cubrió las alas del aparato. El Dragón Rapide siguió su curso, bamboleándose y sosteniendo apenas su velocidad d e vuelo; Bebb manipulaba los maados, y el radio pedía ayuda y conseje a las estaciones más próximas, sin que sus llamadas obtuvieran res puesta. Finalmente salimos de las nubes y las llanuras de Castilla aparecieron a nuestros pies. Inclinó Bebb el aparato, buscando capas d aise más templado para derretir el hielo aferrado a sus alas y divisar, si era posible, algo que le indicara su situación exacta; el radia no le transmitía la información requerida para orientarse. Mas el paisaje a la vista carecía de rasgos distintivos; nada había en él que s prestara para ayudarnos a fijar nuestra posición sobre tierra. Estábamos totalmente perdidos sobre la inmensa llanura castellana, roja verde y amarillenta bajo el deslumbrante sol de una tarde veraniega. Lo último que yo quería era aterrizar en esa llanura. Bebb increpaba al radio mientras las gotas d sudor le caíaa poff la frente. Seguimos volando. Ante nosotros, muy lejos y algo a lat derecha, apareció la inconfundible mole del Naranco de Buhes, ata laya señorial de los Reos de Europa, refugio de rebecos cubierto da neveros. Corrientes aéreas de insospechada fuerza nos habían empujado nada el Oeste en lugar de impulsarnos hacia Portugal. Seguímos indagando nuestra situación siquiera aproximada, pero los nombres de las estaciones ferroviarias que desciframos al volar muy bajo nos eran totalmente desconocidos, y no vimos ciudades ni pueblos gran des, susceptibles de orientarnos. Para resolver el problema Bebb volvíS rumbo hacia el aeropuerto de Biarritz. Su decisión roe contrarió, aua su suegro, Simón Patino, ministro de Solivia en París. Para hacerte i e era aceitada. En el aeródromo de Panaa, i

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