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ABC MADRID 23-06-1964 página 3
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ABC MADRID 23-06-1964 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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D I A R I 0 I L tí s T RA DO DE 1 NF ORMACI 0 N GENERAL FUNDADO EN 1905 POR DON TORCÜATO UUCA DE TENA HARROS mejicanos en la Casa de Campo y en El Pardo, entre las encinas monteses, velazqueñas, y los álamos de los sotos goyescos que acompañan al Manzanares. Charros en Madrid, en la plaza de la Villa y en la Mayor, al pie de las torres filipenses, o en el Retiro, cerca de los palacetes borbónicos. Charros en las calles estruendosas del Madrid céntrico, junto a los rascacielos y el bullicio, andando con su paso lento y elegante de hombres del campo. Uno los ha visto, transportados de su paisaje natural a éste, aparentemente nuevo y extraño para ellos, de la Castilla carpetana, lejos de los llanos de Apan, del Mezquita o de los Altos de Jalisco, eis donde el charro tiene su tierra propia y la escena de. su aventura. Uno los ha visto en sus jaripeos en el lienzo de la Casa de Campo- -con Madrid al fondo- bien mentados en sus cuacos de media sangre, buenos para el cuarto de milla sobre sus sillas vaqueras de alto fuste, bastes de cuero repujado, vaquerillas de pelo de chivo y sarape de Saltillo detrás de la teja. Brillaban como estrellas las rodajas de las grandes espuelas sobre los ijares de los caballos y cruzaban el aire como relámpagos las ágiles reatas de buena fibra de ixtle de San Juan del Río. Los charros estaban coleando, lazando, derribando potros y novillos sobre la arena, rayando sus caballos en un metro de tierra después de galopadas inverosímiles, floreando sus lazos al son de viejos valses criollos. Saltaban entre el polvo y el sol de la charreada los viejos gritos camperos, y un mariachi tocaba dianas alegres y la Marcha de Zacatecas. Y Castilla, al fondo. Yo eché de menos a don Carlos. Don Carlos, era don Carlos Rincón Gallardo y Romero de Terreros, duque de Regla, marqués de Guadalupe, Grande de España, patriarca de la charrería meMéjico, Arizona o California se asom- braban ante su or gullosa afirmación. Hace años pensé que a don Carlos le hubiera gustado contemplar, como yo, una confirmación humana de su teoría. Había en Salamanca un espectáculo de rodeo norteamericano. Andaban los cow- boys por las calles de la ilustre ciudad renacentista y universitaria con un cierto asombro desorientado. Aún no tenían conciencia de donde estaban. Pero un día les. vi que ya habían encontrado su camino. Me los encontré hablando con don Alipio Pérez Tabernero, señor de la charrería del Campo de Salamanca, con. su vieja estampa caballeresca como un grabado antiguo. Todos estaban vestidos de canperos y unos a otros se enseñaban botos, sombreros, zahones, monturas... En la cuna misma del charro salmantino, padre de los charros, de los llaneros, de los huasos y de los gauchos de América, el nieto cow- boy había encontrado su partida de nacimiento histórica y descu- bría que su bota de fino cuero de Houston, El Paso o San Antonio era igual que el boto salmantino, y que su sombrero sofisticado ya por el cine venía (a través del jarano de Méjico, de aquel soiribrero de don Alipio... Pero, sobre todo, descubría que sj su manera de ser, aun deformada por el profesionalismo mercantilizado a que estaba entregado, guardaba algo de un código viril y antiguo de valor, generosidad, honor, espíritu caballeresco y deportivo, era porque le venia de aquel claro campo de encinas bajo el cielo castellano de donde había salido un día el tipo de hombre de quien descendía su antepasado, el jinete moreno que, debajo de un sombrero ancho cabalga south of the border al sur de la frontera... Sí; ciertamente le hubiera gustado ai marqués de Guadalupe, si viviera, ver esta escena extraña para quien no mire las cesas con los ojos del alma. Cómo le hubiera gustado ver á sus charros en Madrid, icerca de la frontera de las dos Castillas, al sur del campo de Salamanca- -en donde todo comenzó un día- entre novillos y potros castellanos, entre sotos de álamos ribereños y encinas buenas para un verso de Machado, un atardecer de esta primavera madrileña, mientras alíá, en América, ei sol del mediodía se derramaba sobre ranchos y fundos, sobre estancias y haciendas, sobre hatos y potreros y sobre unos hombres que cabalgan cantando, como quien canta un romance, corridos, vidalas, joropos o cuecas, por los caminos infinitos de ¡as rampas y les llanos, todo e! viejo espíritu de España bajo su poncho y toda la alegría de la hermosa tierra americana en los ojos que tienden su mirada, debajo de un sombrero ancho Alfonso de la SERNA, ABC pudo haberse perdido con todo lo que se perdió de la antigua vida hacendera, si no hubiera sido por hombres colmo el marqués de Guadalupe que hicieron de su vida un esfuerzo por preservarlo. Rincón Gallardo era una encantadora mezcla de gentleman ligeramente sajonizado que a veces se vestía, como un dandy, de cha léeos cruzados y monóculo, con hombre de letras que hacía versos, escribía tratados de caballería en un castellano puro y jugoso y censuraba diccionarios de la Real Academia, y, ai mismo tiempo, señor campero sencillo, alegre y vigoroso, que montaba varias horas diarias, derribaba novillos como si fuera un mozo, le daba el tirón de la muerte a wn potro sin domar, andaba sierripre a pie y casi siempre vestido de charro y usaba viejas fórmulas de cortesía como decir mí señora nieta o llamarle hechicera señorita a la primera guapa chica con quien le tocaba bailar el jarabe tapatío al final de una charreada Don Carlos era la sublimación, si se quiere la aristocratización, de un tipo humano al que él estaba ligado con gran autenticidad, pese a su posición social: el hombre a caballo del campo de Híspanoarrfmca. El era un charro en Méjico como podría haber sido un llanero en Venezuela, o un huaso en Chile, o un gaucho en, Argentina. ÍEra un hijo del hombre a caballo de España, y su potro podía ser un descendiente del Cordobés que montó Cortés. Cuando don Carlos iba a los Estados Unidos y presidía fiestas camperas y rodeos de los cow 4 x ys americanos tenía buen cuidado de recordarles que el cow- boy del Far- West es el hijo del charro mejicano y de él ha heredado la montura, el estilo, la ropa, el arte de cabalgar y hasta la guitarra. Si ustedes son nuestros descendientes, son, por tanto, nietos del caballero español, ya que nosotros somos los hijos. Y don Carlos se quedaba muy contento cuando los rubios mocetones de Tejas, D 1 AR i 0 i Lü T RA DO DE i N F 0 R M A- C I 0 N G E N E R A I. LA VUELTA DEL CHARRO bastantes años. A don Carlos le hubiera gustado estar en Madrid con sus charros. Desde los tiempos lejanos en que fue jefe de los rurales de don Porfirio Díaz de feliz recordación como él decía) hasta cuando yo le conocí, a los setenta y cuatro años de edad, en su pequeña villa de Méjico, don Carlos había sido el guardián de la caballería charra mejicana. El había r e c o g i d o la tradición de Luis Inclán, el gran charro del siglo XIX, campero y literato como José Hernández, el de Martín Fierro y había preservado la esencia de esa especie de orden nobiliaria y popular a un tiempo, que es la charrería mejicana. En la gran convulsión revolucionaria de principios de siglo, cuando en una retirada hacienda de Durango un peón fiero, que había de llamarse Pancho Villa, soñaba galopadas terribles a los sones de La Cucaracha el arte de la charrería WHISKY L ¡BEBE E N I íiepreseuiante exclusivo en España: SORCGREX, S. A. a, 9- Tlf. 2240170- Madrid

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