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ABC MADRID 20-02-1963 página 48
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ABC MADRID 20-02-1963 página 48

  • EdiciónABC, MADRID
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A B C. MIÉRCOLES 2 DK FEBK. EKO DE 1863. EDICIÓN DE LA MAÑANA. PAG. 48 ABC EDITORIAL PRENSA ESPAÑOLA Depósito legal: M- 13 1053 REDACCIÓN Y ADMINISTRACIÓN: SEKBANO. SI. MADRID APASTADO NUMERO 43 TELEFONO 225 17 10 Recordábamos ayer que las repúblicas presidencialistas son regímenes que implican la aceptación de los principios demoliberales, y añadíamos que para ser viables han de aplicarse sobre colectividades política y económicamente estables y homogéneas. Por ignorar estos condicionamientos evidentes y básicos han fracasado tantos empeños presidencialistas. Pero es claro que en el fondo de tales intentos suele haber un propósito muy actual y, en ocasiones, necesario: el de institucionalizar lo que el profesor Ollero llama el liderazgo es decir, ese mando personal que a estas alturas del siglo XX, y después de las tristes experiencias parlamentarias, parece el más eficaz. El profesor Ollero ha declarado, además, que la monarquía ofrece la posibilidad de institucionalizar el Hderazgo político sin las dramáticas crisis que pueden provocar las elecciones periódicas para la suprema magistratura. Y ésta es, efectivamente, una de las virtudes capitales de la forma monárquica de gobierno. Pero esta capacidad de los reinos no consiste en la identificación de las personas del rey y del líder o jefe político. Esta unión personal puede darse, pero sólo a título excepcional, y, en general, no la consideramos como un ideal deseable. Lo que ocurre es que el monarca es perfectamente compatible con la figura de un primer ministro que sea el polarizador de las tensiones políticas y él gestor temporal del poder ejecutivo. Conviene, sin embargo, no confundir esta posibilidad con el conocido y mal interpretado principio de que el rey reina, pero no gobierna El rey ha de gobernar siempre, pero, valga la expresión, no al detalle sino al por mayor La institucíonalización del liderazgo dentro de la monarquía presenta una serie de considerabilísimas ventajas sobre la república presidencialista. En primer lugar, hay países en los que sólo la monarquía puede asumir la gloriosa carga de la Historia con todo lo que tiene de simbólico, emotivo y mítico. Sólo en la identificación providencial de una familia con un pueblo pueden salvarse alguno de los más nobles valores de una comunidad, valores que a pesar de su carácter espiritual y difícilmente formulables, tienen una formidable virtualidad práctica. Porque contrariamente a lo que creen los tecnócratas, el entusiasmo, por ejemplo, tiene una potencialidad social tan grande o mayor que un plan racionalizado y montado sobre datos estadísticos. Y el entusiasmo es un estado de ánimo todavía más inaprehensible que otros valores de gran importancia política también como la tradición o el prestigio. Hay países en que el vocablo república es, por sí solo, sinónimo de revolución y antipatía. En segundo lugar, la Monarquía permite que el relevo de los jefes políticos no ponga en tela de juicio no ya la estabilidad de un Gobierno, sino la supervivencia misma del Estado, y en definitila, la continuidad nacional, Porque el PRESIDENCIALISMO Y EQUILIBRIO cambio no afecta a la suprema magistratura, sino al gestor principal de la acción gubernamental. Su sustitución rio produce una fisura en la trayectoria jurídica y social de una nación. Es un cambio que a pesar de su trascendencia real tiene, en gran medida, un aire burocrático y administrativo. Hay algo que permanece y que da unidad a la cosa pública: el Soberano. Así se evitan los movimientos pendulares, tan característicos, de aquellos presidencialismos que no florecen sobre colectividades especialmente dotadas para soportarlos. En tercer lugar, como señala el profesor Ollero, cuando el relevo se produce en un segundo nivel de la jerarquía política, el antagonismo es menos tenso Efectivamente, la discusión se centra en una elección que, desde el punto de vista jurídico formal, es secundaria y está apoyada sobre una coincidencia básica y primaria: la fidelidad a la corona. Con ello no sólo se salvaguarda la continuidad, sino que se impide el pródigo derroche de energías sociales y el desencadenamiento de los interess y de las pasiones característico de toda elección para una suprema magistratura que, como la de los presidencialismos, abarca exhaustivamente el Poder ejecutivo y, en la práctica, la mayor parte del Poder Público. En una elección presidencial las fuerzas en pugna se lo juegan todo para un largo período. En la designación del primer ministro de una Monarquía lo que se ventila es un programa de gobierno para un plazo prudencial. En cuarto lugar, la existencia de un Monarca sobre el jefe político, titular de lo que podríamos llamar el poder gubernativo, es un supremo recurso para las situaciones críticas, una instancia máxima de apelación, un instrumento moderador de los equilibrios sociales, y regulador del funcionamiento de todas las instituciones públicas. Ninguna de estas posibilidades, sin duda muy fecundas, existen en los regímenes presidencialistas puros, en donde las fiscalizaciones sobre la suprema magistratura vienen sólo de abajo arriba, es decir, por una vía que, en ocasiones, desemboca en la inestabilidad, el desorden o la violencia. Y en quinto lugar, cuando el liderazgo político se institucionaliza dentro de la Monarquía, no es necesario aceptar los principios demoliberales. Son prácticamente innumerables las fórmulas intermedias entre el absolutismo de un Rey que designa a su valido y el democratismo de un Soberano que no hace sirto refrendar el voto de confianza de una cámara. Entre estas dos soluciones extremas, que por diversas razones nos parecen poco recomendables, hay un amplísimo repertorio de esquemas constitucionales que garanticen las dos necesidades aparentemente contrapuestas del Estado ideal: la unidad y la eficacia del mando, y la libertad y capacidad de fiscalización ciudadanas. Incluso cuando se trata de institucionalismos, el liderazgo político, la superioridad de la Monarquía sobre la República presidencialista es absolutamente palmaria. E VE R IÁ LOS NORTEAMERI- CANOS, COK EL DO. S f f i S T K USE. DE ESPAHA vor, están poniendo a prueba, una vea más, la solidaridad con nuestro pueblo de las fuerzas norteamericanas destacadas en España. MSIes de personas han sido y son testigos de su benemérita y eficaz labor; otras muchas, cercadas por las aguas, han tenido en los equipos desplazados desde la próxima base de Morón de la Frontera un auxilio decisivo en su angustiosa situación. Toda Andalucía comenta el denodado esfuerzo de los pilotos norteamericanos oue han sobrevolado con sus helicópteros las zonas inundadas, salvando innumerables vidas. Desgraciadamente, no es la primera vez une nuestro pueblo tiene ocasión de constatar con su propia experiencia esta diligente e inapreciable contribución para mitigar sus dolores y tribulaciones en trances tanto más dramáticos cuanto ue las fuerzas aue los desencadenan sobrepasan todos los límites del poder humano. Por otra parte, la presencia de esos hombres en una coyuntura doméstica, aunóme dramática, fie España, encierra una hondísima lección humana que rebasa todas las interpretaciones política. Empeñados en tina misión de salvaguardia frente a peligros histéricos y trascendentes, los militares norteamericanos, una vez más, han brindado su espontánea cooperación y ayuda a los damnificados de una catástrofe, ofreciendo así un alto ejemplo de solidaridad humana. 1. a aparente marginalidad del acontecimiento en flue acaban de intervenir las fuerzas norteamericanas y la reiteración con jue prodigan esta intervención revelan el carácter auténtico y profundo, ds estrecha hermandad, del plano común en que se mueven nuestros dos pueblos. Son dos pivotes imprescindibles de nuestra fraterna unión. JLa solidaridad en el dolor, más cuando no viene impuesta por la ley, tiene siempre un inconfundible, estimabilísimo e inapreciable marchamo de auténtica generosidad. PROBLEMAS DE TRAFICO El problema que plantea el Ayuntamiento de Madrid con las nuevas zonas de estacionamiento demuestra que se ha querido copiar lo que se ha hecho ya en otras poblaciones sin ver previamente si las condiciones son las mismas. Las dificultades cada vez mayores de la circulación en las ciudades- -problema universal- -han llevado a la idea de que en la parte más congestionada no solamente no se estacionen los coches particulares, sino que apenas circulen. La circulación ha de realizarse por los transportes colectivos, que por el número de personas transportadas ocupan muy poca superficie de calzada, y por taxis, que no se paran más que para cargar y descargar viajeros. Solamente los coches particulares que logren estacionarse a precios carísimos en los pocos lugares existentes son admitidos. Ahora bien: para que esto sea posible es preciso que los transportes en común sean eficaces, lo que ni remotamente sucede en Madrid, para lo cual no hay más que ver las colas en que pierden la salud, las horas de trabajo y la paciencia tantos madrileños. El origen del mal está en la deficiencia del Metro. El Canal de Isabel II y el Metro son los que han hecho Madrid. En ves de atenderlos y mimarlos, se les ha dejado que lleguen al abandono actual. Con un buen Metro el gran, número de madrileños que van en su coche a la oficina y lo dejan, estacionado lo más cerca posible de Za misma- -hecho desde luego vicioso- -lo dejarían en su casa o cerca de tina estación lejana

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