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ABC MADRID 30-10-1956 página 3
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ABC MADRID 30-10-1956 página 3

  • EdiciónABC, MADRID
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D I AR I 0 IL U sT R ÁD 0 DE I NF CR MAGÍ 0 N GENE AL FUNDADO EN 1905 POR DON TORCUATO kUOA DE TENA D I AR I 0 IL U ST R AD 0 DE I NF 0 R MA CI 0 N 0 E N E R A L 1 N Florencia lo antiguo tiene palpitación de a c t ualidad. Ciudad eternamente joven, casi adolescente, con esa gracia vital de los lienzos de Botticelli. Hasta el símbolo de su escudo- -una flor- -recuerda la perenne frescura de todo lo que el tiempo pudo haber transformado en pretérito y hoy sigue siendo nuevo. Les mármoles de Donatello y Verrocchio, las pinturas de Giotío, padre de la pintura moderna, dan hoy todavía aires de contemporaneidad a la cultura del lejano Renacimiento. Allí resonó el golpe de cincel esgrimido como un milagro sobre el David que había de ornar la plaza de la Señoría, y también un día se estremeció el aire florentino con las palabras de Dante. Todo ha prevalecido- -voces, mármoles y lienzos- -sobre las tempestades de los siglos. Pero sólo dos cosas han visto borradas en el tiempo sus huellas materiales. La casa, los objetos y los escritos del platónico trovador de Beatriz Portinari y aquéllos frescos de Paolo Ucello del Chiostro Verde en Santa María Novella que han sido destruidos por las arañas. La división- -en güelfa y gibelina- -de la vida espiritual de la ciudad fue causa, sin duda, de esta falta de rastro de los escritos del autor de La Comedia Itaj lia se desmembraba entré las dos grandestentaciones que le llegaban, como desd dos vértices opuestos, del otro lado dé los Alpes y de la Roma Pontificia. Geníes, ciudades y regiones se dividirían unas en, favor del Emperador- -los gibeiinos- -y otras en partidarios del Papa- -los güelfos- Esta lucha caracterizará toda la política del medioevo, cuyo punto inicial arranca de la coronación de Carlomagno por el Papa, culmina con la humillación del Emperador ante el Pontífice en Canossá y se simboliza con la figura de Dante Alighieri, gibelino de corazón, que en su libro De Bffonarchía defendió el sueño del Imperio en los tiempos en que desde Roma se alentaba ya el nacionalismo de los tiranos italianos para desmembrar el viejo empeño imperial de Justiniano. Dante, al inmiscuirse en la contienda ideológica, arriesgó todo lo que un hombre puede perder por mantenerse fiel a una idea política. No hizo lo que los cobardes y acomodaticios, que encubren su pensamiento y rehuyen el riesgo de que, en las revanchas del futuro se les condene por su fidelidad a un ideal. Así, después del oscuro fin que aguardó á la invasión de Enrique VII- -coronado en Milán con la corona de hierro de los ¡ongobardos- los güelfos florentinos perdonaron a sus rivales vencidos. Pero de esa amnistía sólo un hombre fue exceptuado: Dante Alighieri. Desterrado de Florencia, su ciudad entrañable, Dante- -filósofo, cosmógrafo, político y p o e t a se refugió en el dulce consuelo de teología. Boccaccio salvó los primeros cantos de La Divina Comedia del saqueo de E la casa de Dante por las turbas güelfas. La suerte de esos autógrafos fue como el prenuncio del destino que a través del tiempo habrían de correr aquellos originales, que cuando estaban terminados, su autor enviaba al señor de Verona, el Can grande de la Escala, representante en Italia del partido del Emperador. En el torbellino de contiendas en las cue el Pontificado trataba de defender su poder secular para destruir las Ligas imperiales, mientras los electores germánicos, príncipes y obispos se esforzaban por mantener sus viejas prerrogativas, los aires revueltos de Florencia se llevaron para siempre aquellas huellas originales de su triste y desterrado poeta. Hoy, si se quiere encontrar un rastro que evoque la presencia física del autor de La Comedia habrá que subir por una de las más bellas calles de la ciudad, en la que al hacerlo se siente la sensación de que se está ascendiendo al Paraíso. Tal vez Dante aquí- -por los años de 1300- -pensó en- un camino como éste cuando creyó que ni Virgilio, sólo Beatriz, merecía acompañarle hacia el umbral de lo celeste y paradisíaco. Esta es la Vía San Leonardo, inmortalizada por los pinceles de Ottone Rossai. Por esta calle hay que ascender si se quiere entrar en la pequeña iglesia que da nombre a la Vía. Y vale la pena el viaje, porque sobre el barandal del viejo pulpito de la iglesia de San Leonardo, Dante puso sus manos, estremecidas de emoción, en uno de sus discursos pronunciados ante el pueblo de Florencia. Y de esas manos, borradas de la vida por oleadas de siglos y de tierra, no hay en toda la ciudad otra huella tangible. Antes de que el exilio le separase de la Señoría y de que la confiscación le obligara a renunciar a todos sus bienes, Dante fue rico propietario de Florencia. Tenía casas en la ciudad y unas tierras en los alrededores, donde crecían árbol ES frutales, el disfrute de cuj a sombra le llevó alguna vez a litigar con sus paredaños, Pero después de su muerte los bienes pasaron de mano en mano hasta perder, a través del tiempo, cualquier traza de su primitivo propietario. CORRJGEN EL ESTREÑIMIENTO 1 J k bargo, no se resignó mas a permanecer c o n esa estela borradal Y así trató de asignar una casa a Dante vivo y otra a Dante muerto. Fue a finales del 800 cuando un gusto arqueológico y académico alicortaba la gracia a la libre inspiración del arte. Bajo este signo, Florencia dedicó a Dante des raros monumentos. En Santa Crece el cenotafio labrado por los cinceles da Stéfano Ricci, que unió a su tumultuosa fantasía el rigor de un frío y deshumanizado clasicismo. Y en un ángulo de la ciudad la llamaba Casa de Dante Hoy todavía, cuando el curioso turista visita la ciudad puede descubrir un viejo edificio de ladrillo, falsamente medieval, junto a una torre gibelina, que pasa todavía por ser la verdadera mansión del poeta. Fantasía disculpable sólo por el dsseo de inventar una nueva manera tíe evocación del genio florentino. Pero desde hace tiempo los investigadores coinciden en fijar la residencia de Dante en el viejo Palacio de los Eiisei, que debería alzarse entre Calimela y Orsanmichels, cerca de donde hoy se conserva todavía un angosto callejón denominado precisamente De los Eiisei Sí. No hay huella material de Dante en Florencia. No eíyste entre sus muros ni una sola reliquia de su vida. ¿Dón o están los apuntes, los borradores, las p- imeras notas en prosa y verso de aquélla ingente obra literaria? Leonardo Bruñí, el sutil humanista, leyó en el siglo XV aquellos autógrafos de letra fina, estrecha y alargada que hoy están ya dispersos o perdidos. De Dante pleitista, de, fensor de sus derechos en pequeñas contiendas vecinales, no queda un documento con su firma. Tampoco de su vida oficial de ciudadano y de magistrado guarda Florencia un solo testimonio es- crito. En los documentos que aún subsisten, el nombre da Dante Alighieri ha sido arrancado o borrado. Para encontrar en toda Italia algo que baya estado de verdad en contacto material con el poeta, será preciso volver los ojos a Ravenna, donde sp conserva la urna sepulcral de sus cenizas, o a Florencia, junto al viejo pulpito en el ¡ué Dante, elegido prior de la ciudad en el año 1300, pronunció su primer discurso político de hombre de gobierno. Mas, ¿qué vale- esa huella física que hoy buscan los eruditos como si ella impostase más que esa presencia impalpable de quien hoy llena, como un fantasma dé gloria, el alma entera de Florencia y de Italia? ¿Para qué querer perpetuar en la materia, empequeñeciendo su eco, lo que es ya espíritu inmortal? Hoy Dante es una rosa que se ha secado. Sus cenizas están en Raverma o acaso vuelan por el aire. Pero de él ha quedado lo mejor, lo más perdurable. Eso que nunca muere, cuando las flores se deshojan: el puro perfume, lírico y eterno, de la poesía. Pedro ROCAMORA E S A Florencia, sin em-

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