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ABC MADRID 29-12-1955 página 79
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ABC MADRID 29-12-1955 página 79

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página79
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El periquito del Rastro L Rastro, indudablemente, se ha modernizado en lo que cabe, pero sigue conservando su peculiar aspecto, sigue siendo un rincón típica y entrañablemente madrileño, canalizado por la Ribera de Curtidores hasta las Américas, que no son otra cosa sino panteón del hierro viejo. Quizá lo más interesante del Rastro no sean los cachivaches y las vejeces deslumbradoras de incautos. Tal vez los vendedores atraen más nuestra atención. Gente con mucha personalidad estos vendedores. No importa que algunos no hayan nacido en los M driles. El Rastro, en un dos por tres, los caracteriza, los hace suyos, los convierte en subditos de Cascorro, que es el rey del Rastro, un rey que porta a manera de cetro una lata que pudiera ser también la corona de la Ribera de Curtidores, Al Rastro acudo de vez en cuando a charlar con mi amigo Serafín Villén, que es, a más de poeta y pintor, mercader de antigüedades. En su almacén huele verdaderamente a siglo XVH, y Serafín, para contrarrestar aquel efluvio, siempre tiene valdepeñas a mano. Y la otra tarde allá estábamos copeando debajo de unas tallas de esas tan carcomidas, qué apenas dejan adivinar lo que fueron, y que son las buenas para hacer serrín secular, cuando Serafín me propone: ¿Quieres que vayamos a la Ribera a echar un párrafo con un periquito que habla que se las pela? Y fuimos. Llovía. La Ribera de Curtidores estaba desierta. A Cascorro le Importaba un pito el agua de los cielos, y eso que por su postura de salir de naja daba la impresión de que huía de la chaparrada. Pronto dimos con el albergue del periquito orador. El cual correteaba por el tapete de una mesa ante la que estaban sentados sus dueños, Mé lo presentaron. Se llama Pepito Cuenta siete meses de edad y pesa veintiséis gramos. Pepito no me hizo el menor caso. Estaba muy afanado mirándose en un espejo diminuto y agitando la cabecilla dé un lado a otro como hacemos nosotros para comprobar si estamos bien afeitados. Su ama, Rosita, me dijo que era muy coqueto y que le gustaba mucho contemplarse en el espejo. ¡Pepito gjarecfe, una devanadera. Daba vueltas y vueltas n torno de la mesa y, E de pronto, se paraba delante de uno de los presentes, como si le interesara lo que acababa de oír. Y, en efecto, le interesaba, porque se trataba de él. Habla cuando quiere, ¿sabe usted? -me informa Rosita- Pero no es un loro; no repite lo que oye. Habla, lo que se le ocurre. ¡Y tiene unas ocurrencias! Usted no lo va a creer, pero hay testigos. La otra tarde llegó una señora y estuvo viendo unos abanicos. Pepito andaba por aquí, como siempre. Mi madre y yo, ahí donde está usted, enseñábamos los abanicos, y la señora dijo: Me gustan mucho, pero no son para mí, son para unas amigas y ya las diré... Y n esto, va Pepito e Ínt e r viene; Mentiras. La señora se quedó de una pieza. Mi madre y yo no pudimos ü o n t e n e r la risa. ¿Quién ha dicho mentira? Pues, aquí, Pepito. ¿Pepito? Y miraba a todos lados. Pepito este sinvergüenza. Menos mal que le dio por hablar y la señora pudo cerciorarse que había sido él el descarado. A mí me tiene loca, porque nadie le ha enseñado a hablar. Me lo regalaron cuando tenía unos días. Pastora Imperio, que viene mucho por aquí, llegó el otro día con una amiga, andaluza lia y muy graciosa, y ésta, después de oír a Pepito dijo muy seria: Eso rio es un pájaro, es un espíritu. ¿Verdad que no, que tú no eres un espíritu, cariño mío? Y entonces. Pepito exclamó muy perceptiblemente: Cariño mío. Viva España y sus mujeres. Me quedé como la señora de los abanicos, atónito. Pepito posee una vos de hombre, muy viril y bien timbrada, y algunas palabras las vocaliza perfectamente. Luego añadió: Vamos, tú. t- Esto lo repitió varíss veces. Después: Enriqueta- -Enriqueta es la madre de Rosita- cariño. Y siguió: Viva España y sus millones. Y tras una pausa: Burro, eres un burro. Yo no salía de mi asombro. Rosita me contó: -Aquí, entre los vecinos de las galerías, hubo sus dudas de que si yo era ventrílocua y les tomaba el pelo. Y se liaron en una discusión y terminaron apostando unos con otros y se reunieron aquí una tarde y salieron convencidos, porque me aparté y Pepito habló sin parar. -JEs de lo que no hay- agregá Enriqueta- Los domingos, como viene tanta gente, no le traemos, le dejamos en casa; pero un domingo lo trajimos y andábamos atendiendo a los que entraban y Pepito echó a volar, y eso que vuela muy poce- y le cogimos cuando ya iba a salir al patio. ¿Y a que no sabe usted lo que dijo, y bien claro? ¡Ay, qué disgusto! Hace tres días tomé un taxi para venir aquí con él. Le llevamos en esa jaula, metida en una bolsa y tapada con un pañuelo. Mientras estaba pagando ai chófer, Pepito empezó a hablar. El chófer me preguntó: ¿Lleva usted radio? No, señor; es un periquito que habla. Y se lo enseñé. Y Pepito venga a hablar. El chófer decía: ¡Vamos, vamos, qué cosas, un animalito tan pequeño y las cosas que dice. Lléveselo, lléveselo, que no quiero pensar, que bastantes problemas tiene uno encima para pensar en cómo podrá hablar el demonio del pájaro! Me habían contado de otros periquitos parlanchines, singularmente de uno que habita en un sanatorio quirúrgico madrileño, y siempre me figuré que serían exageraciones, pero ante Pepito me pasó lo que al buen taxista que lo mejor es no pensar. ¿Será un espíritu? ¿Quién será Pepito ¡Vamos, vamos! Y subí Ja cuesta de la Ribera de Curtidores todo preocupado. ¡Vaya un periquito el del Rastro! Antonio DlAZ- CAfTABATE (Fotos Sanz Bermejo.

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