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ABC MADRID 27-12-1955 página 67
ABC MADRID 27-12-1955 página 67

Descripción

EL PELIGRO DE LOS MOLINOS DE CARTÓN E N el mundo infantil el misterio tiene más poder que la realidad. La vida se presenta como un calidoscopio animado, cambiante y luminoso. No, hay niños pesimistas, porque aunque estén enfermos sueñan con ganar batallas, mandar ejércitos, tripular aviones o trasatlánticos, y eso les hace sentirse poderosos. La niñez es como un encantamiento que puede durar ocho años. A esa santa edad el papel de estaño vale para hacer estrellas de plata; el cartón, castillos dentados de almenas, y la madera sirve para forjar espadas que pueden dar una muerte teatral en la lucha sobre las alfombras. Diciembre trae Intimidad al juego de los niños. La ilusión de formar un Belén les convierte en millonarios fantásticos que compran molinos de viento, rebaños de ovejas, prados verdes y hasta la luna y las estrellas. Este viejo que parece un personaje de Arniches vende molinos con nieve y todo. 1 niño casi no puede creérselo. De todos modos, las diez pesetas que acaso pida el vendedor pueden suponer para el chico una suma tan fuera de sus posibilidades, como si a Gregorio Prieto le ofrecieran a buen precio todos los molinos de España. Hacer un Belén es una pretensión ambiciosa. El muchacho ha de crear rios y montañas, casas iluminadas por dentro y, además, llevar pobladores para llenar los caminos que van al pesebre. ¿Qué era lo que mas nos divertía a nosotros, entonces? Si mal no recordamos, las tijeras eran nuestra vara mágica, y la goma de pegar, un poderoso material de construcción. Entonces, lo que nos gustaba mas era quizá, pegar estrellas de papel de estaño sobre la cartulina azul del cielo y colgar de un hilo la que guiaba a la caravana de Jos Beyes, una caravana de poemas de Rubén Darío que marchaba, convencionalmente, sobre los montes de musgo, traído del campo per nosotros. Hemos roto el cristal de la niñez y al asomarnos con inquietud a la vida, rompimos también, para siempre, el maleficio de la infancia. El horizonte ha cambiado totalmente ante nuestros ojos, un poco más oscuros, al conocer palabras nuevas, que sonaron en la conciencia como una sentencia, desde el momento en que fumamos el primer pitillo, sin saber que con él empezamos a quemar los contornos del Paraíso. Parece ser que la moderna civilización tiende a unificar las costumbres de los pueblos. Al menos, de veinte años a esta parte, ha ido laminando en tipismo. Esto es evidente y desalentador. Influencias que nos llegan como un viento fuerte por las fronteras quieren desatar el huracán sobre los Belenes para plantar en el solar árboles con papeles brillantes y objetos colgados de sus verdes brazos. Principios fuertes y bien arraigados nos hacen rechazar todavía esos atributos de paganismo, como lo es también la figura de Papá Noel, demasiado fría y despegada de nuestros principios. Hasta los christmas vienen a deterrar el género epistolar. Pero los vientos se calmarán y todo- ha de volver a su origen, porque siempre tiene razón y vence lo más fuerte. Estos viejos vendedores, con sus puestos al aire frío y bajo el cielo gris de diciembre, son los últimos soldados de la tradición, que se resisten a la retirada. En los veinte últimos años, el afán del modernismo na sido como una podadera que parece querer terminar con la sombra de la tradición española. Yo no defiendo por sistema lo que desaparece; ésa es la verdad. Ni censuro lo que se aleja de la línea, de unos gustos personales. Los pueblos se definen por lo antiguo y lo moderno, las virtude y los defectos. TM En la crónica todo ha de ser igualmente importante. Veo con aprobación que lo viejo se relegue, conservando lo antiguo. La tradición no se hace vieja; está por encima del tiempo. Un baile regional empieza a ser un tesoro folklórico cuando ya no es un baile vigente en las costumbres de un pueblo. Como las grandes obras de los filósofos, del arte en general, y como los vinos, el tiempo selecciona las cosas con un criterio inefable, y de ese modo ascienden a la inmortalidad. Los Belenes, además de obedecer a principios religiosos, son una nota costumbrista de diciembre y un motivo de ilusión para los muchachos que ya van siendo demasiado serios y avisados; como los pueblos empiezan a perder el carácter, adaptándose al ambiente general, troquelado, uniforme y anodino. Marino GOMEZ- SANTOS (Fotos San Bermejo)

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