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ABC MADRID 20-11-1955 página 29
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ABC MADRID 20-11-1955 página 29

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página29
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O sé quién dijo que hacerse viejo es ir dejando de hacer cosas. Conformes, pero yo pienso y digo, que hacerse viejo es ir sospechando cada vez más que no sabe uno nada de nada. Por ejemplo, yo que creía saber mucho de toros, que me tenía por un buen aficionado, por haber presenciado la brava fiesta sin interrupción desde mis verdes años infantiles a mis canosos años de hoy; por haberme leído y estudiado cuantas cosas se han publicado sobre toros, desde la obra maestra de mi admirado y buen amigo José María Cossío hasta la última gacetilla con vanidad de critica; por haber asistido a tientas, a herraderos y a otro sinfin de actos relacionados con los toros, pues empiezo a sospechar que no sé una palabra. Y empiezo a sospecharlo porque yo siempre he creído que una plaza de toros era un recinto al que se acudía para deleitarse presenciando cómo unos hombre con valor, gracia y sabiduría, en el arte hermoso y trágico de la lidia de reses bravas, realizaban las distintas suertes que conducen a darles muerte a estoque, o a rejón si el toro es a la jineta. Bueno, pues ahora resulta que no. Que una plaza de toros es el lugar destinado para gritar palabrotas sin respeto ninguno a nuestros semejantes, y para lanzar impunemente insultos atroces a unos profesionales, que lo harán bien o mal, pero nada más. Como todos los profesionales de las d e m á s disciplinas. ¿Qué le parecería a usted, señor albañil, o arquitecto, o camarero, o empleado, o médico, que al ejecutar usted mal, por ignorancia o por negligencia, su oficio o pro íesión, los que presenciaran el hecho empezaran a gritarle palabrotas ofensivas para la honorabilidad de sus más próximos ascendientes y colaterales? Ya sé que hay quien dice que ésa es la salsa de la fiesta. No lo veo la gracia, pero ¡en finí puede que la tenga si quien pone la salsa es un buen catador del guiso. Un buen aficionado, que por serlo tanto, por saber tan bien cómo se deben ejecutar las suertes, al realizarlas mal, se indigna hasta el energumenismo por amor a la fiesta y a la conservación de su pureza... Pero gritar por gritar, insultar por insultar, sin saber una palabra de toros, como APORTACIONES PARA ÜN NUEVO TRATADO DE N TAUROMAQUIA principal motivo de diversión al asistir a una corrida, me parece una estupidez. Claro que como uno empieza a sospechar que no sabe nada de toros, pues a lo mejor en el manual del buen aficionado figura el aprenderse todas esas palabrotas soeces, el gritarlas sin ton ni son y el aplaudir todas las coreografías cómico- bailables con que sustituyen hoy la mayoría de los matadores de toros la bella ejecución recia, artística y hombruna de lo que mandan los cánones. Otra de las cosas que yo creía, ¡infeliz de mil, era que a cada toro había que darle la lidia más efipaz que exigieran sus condiciones y características. Bueno, pues no. Por lo visto, a todo lo que salga por el toril hay que colocarle la faena prefabricada que trae desde la fonda el matador, le vaya o no. Pero colocársela poté las buenas o por las malas hasta que el toro se la aprenda. Y vengan pases y más pases. Y cuando el toro se la ha aprendido, pues claro no se deja dar un pase más. Y entonces el espectador, que estaba deseándolo; pues se pone muy contento al ver que por fin ya se ha terminado aquello. Demodo que ahí tienen ustedes un procedimiento, qué yo ignoraba, de tener contenta a la afición. Pues no digamos en la suerte suprema, en eso que se llama la hora de la verdad, lo- ignorantón que soy. Yo creyendo toda la vida que desde que se desmonta el toreo en la segunda mitad del dieciocho, en la lidia ordinaria hay que matar al toro a estoque. Bueno, pues no. Resulta que hay que matarlo a pica. A pica y a arandela. Suerte que vi ejecutar a la perfección en una de las últimas corridas, y que es causa de que yo escriba esta confesión de mi ignorancia en cuestión de toros. iConsiste esta suerte en encastillarse, pica en ristre, en la fortaleza de mi peto, qué es la versión casi inexpugnable y acorazada de aquel otro que se reglamentó, y con vagos pretextos de castigar el poderlo del toro y salvar la vida de un caballo, que es una birria y cuya obligación es morirse, emprenderla con el hermoso y bravo animal metiéndole en el cuerpo, repetidas veces, dos palmos de vara con puya y arandela, para que después de este asesinato, casi consumado, el espada se encuentre con un agonizante en vez de con un toro. Y ahora viene lo bueno; el espada, en vez de ayudar a bien morir al agonizante, que es su obligación, se dedica a tomarle 1 pelo fanfarroneando en las narices del moribundo una- faena de muleta de las que formarían época si el toro no estuviera a punto de desplomarse. Tan desplomarse, que para lograr de él una media arrancada hay que pegarle con el estoque como se pega a los burros con la vara para que anden. ¡Pues ahí lo tienen ustedes! ¿Qué tal? pues yo, tonto de m i entusiasmándome con la emoción y las plásticas maravillosas que se esculpen cuando un torero cita, para, templa y manda, toreando, que no es lo mismo que dar pases. O sea, haciendo que cada pase cumpla la misión que tiene en la lidia de ese toro. ¡Qué le vamos ha hacer! Una desilusión más. No sabe uno una palabra de toros. Prometo solemnemente no volver a presumir de buen aficionado hasta que me aprenda la nueva tauromaquia. P. BONMATI DE CODECIDO. (Dibujo de Antonio Casero.

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