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ABC MADRID 08-11-1955 página 17
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ABC MADRID 08-11-1955 página 17

  • EdiciónABC, MADRID
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A BC EN ÁFRICA DEL SUR JOHANNESBURGO, LA DE LOS BLANCOS COLLARES ÓHANNESBUtf K (De nuestro corresponsal. f ara llegar a Johannesburgo hay que recorrer mucho Transvaal. Por buenos y rectos caminos, pero siempre arriba, basta llegar a los dos mil metros sobre el nivel del mar, en donde, por fin, se la encuentra. Se la encuentra como a las plazas de toros: radiante de sol y sombra. Porqué a las muchas claridades que la luz sin una nube ofrenda, esta la oscuridad de los negros, cuyo número sobrepasa al de los blancos; porque bajo la mucha claridad del aire, colmado de colores, están las minas colmadas de oscuridad. Esta altura de dos mil metros da sueno y cansancio hasta que se adapta uno a ella. 81 a ese sueño de la altura se añade el mareo de los colores girando en la vida vertiginosa de una ciudad a la americana el cansancio se agudiza de tal forma, que lo de sentirse abrumado deja d ser una frase para convertirse en una realidad. Y así la memorias de Johannesburgo se con vierten fácilmente en las de una ciudad sonada; sonada mas que vista o entrevista; reflejada en los largos y densos lagos de una intimidad medio dormida. Yo habla estado ya en Johannesburgo. Fue cuando el traslado de la población negra desde sus barrios a las nuevas zonas edificadas por el Gobierno. Gomo además de todo lo dicho habla que levantarse al amanecer si se quería ser medio testigo presencial de algo que estaba conmoviendo a una gran parte de la Prensa mundial, ni que decir tiene que, aparte de sestear en los cines apenas llegué a escribir algo en las pocas ocasiones en que estaba libre mi mano, ocupada constantemente por el acompañamiento de continuos bostezos. Por todo ello, silo esta vez, después de unos días de aclimatación, he llegado a entender lo que es esta ciudad, a la que llaman el Chicago africano ¿Conoce usted Chicago? -me han dicho mas de una vez. -No. -Pues dése una vuelta por nuestras calles y hágase cuenta de que lo ha visto. Es completamente igual. Y yo siento una doble sensación de consuelo y alivio. De consuelo, porque se me borra la pena de no haber estado nunca en Chicago. Y de alivio, porque fácilmente compruebo que los amigos que. con entusiasmo y brevedad me definen a Johannesburgo mediante una comparación, exageran fuertemente. En realidad, no hay que ver varias calles. Basta con una sola. Y la razón es que todas son iguales. Calles rectas formando una inmensidad cuadriculada y uniforme, compuestas por ras- J cacielos que empiezan en una tienda y clmiento. Anormal, porque hace poco más terminan en una oficina, dentro de la de medio siglo aquí no habla más que fiecual los empleados toman sobre la mar- ras, indígenas y aventureros de metálica cha una taza de té con un bocadillo para leyenda. Y ahora, cuando ya tiene sus sustituir al almuerzo. De puro cuadricu- 800.000 habitantes en las volandas de los lada, la ciudad debe parecer, a vista de 2.000 metros sobre el nivel del mar, enpájaro, de altísimo pájaro sobrevolador cuentra tan estrecho el abrazo de su buede rascacielos, una especie de tejido visto naventura que no sabe como zafarse de con lupa. ¡Las Ventanas siempre iguales, él para seguir su desarrollo derramando multitudinarias y mudas, vacias y boqui- se por el ancho Transvaal. ¿Qué harán abiertas, contemplando el ir y venir ver- los municipes con la espesa tierra blanca tiginoso de unas gentes impersonales, que forma cordilleras junto a los rascaidénticas. cielos y aun entre los rascacielos? ¿Cómo Al cabo de un rato, empieza Uno a pen- harán saltar éste collar y el otro en el que sar que se trata de un mismo hombre y las cálidas cuentas son las apacibles y ende una misma mujer; y, sobre todo, de cantadoras villas, los jardines soberbios y un mismo negro, con gabán y pipa, y de las casas deliciosas que indican el alto niuna misma negra, con pañuelo n la ca- vel de vida de Johannesburgo? Yo no lo beza, incesantemente repetidos, multipli- sé. En realidad, no creo que nadie lo sepa. cados por unas repetidas y multiplicadas Lo que sé es que en esas condiciones calles. En las esquinas, las mismas luces, y vuelta a empezar: cafeterías, coches, gen- me echo a andar por sus calles que, como te de prisa, ventanas absortas En fin, digo, me Curan la pena de no conocer todo eso de la selva de cementó el trá- Chicago si es verdad que tanto se le pafago vertiginoso, la vida moderna, el rau- rece. Porque, al menos en urbanismo, la Igualdad es monotonía, Y la monotonía, do siglo XX, etc. etc. Dios mío, ¿era así Johannesburgo? aburrimiento. Si a ese aburrimiento sin ¿Responde esa imagen a la medió soñada, estilo se añade el que los colores ciaros de medio entrevista, entre bostezo y boste- las edificaciones se ven durante el día zo? Veamos, veamos... Yo recuerdo la es- manchados por el humo y el polvo, fácil tampa de una ciudad hecha de irregula- será considerar la consecuencia de senres rascacielos atalayada desde un llano tirse solitario en la turbamulta, triste en ondulado de pronto en leves colinas. Lo la grandeza, pobreton en la plenitud de primero en verse era una cadena de mon- la quimera del oro. tes blancos bordeando la ciudad y aun Cuando a las cinco de la tarde se desmetiéndose en ella, De este collar de blan- banda la gente hada sus casas, hacia el Vista a i a da I ludittf d JohUnnesburgo. cas montanas se da uno cuenta desde segundo de sus collares, parece que sé di otro circulo realmente encantador: el de rigen hacia la vida. Pienso que será fácil las villas y jardines traspasados de color escribir buscando simplemente las analoque forman la zona residencial de esta gías entre Chicago y Johannesburgo. Jociudad que no existía hace sesenta años. hannesburgo se me antoja como una muEstas montañas blancas que abrazan a jer, feúcha ella, aunque bien adornada de Johannesburgo son su riqueza y su marti- collares y circunstancias en los latidos de rio. Porque están constituidas por la tie- su moreno cuello. Pero un ligero temblor rra que se ha sacado para formar las mi- que hace tintinear el hielo de mi vaso me nas de oro. Y en ellas, en estás blancas pone a cavilar. Porque ese temblor ha llemontañas en las que ya nacen matojos y gado de sus entrañas. En una mina ha esavbolltos, se ha encontrado uranio en can- tallado un barreno, Y eso me hace saber tidades tan importantes, qué han venido a que, como en muchas mujeres feúchas, el revalorizar fabulosamente la quimera del interés reside más en su vida interior que oro... Pero digo también que son un mar- en sus adornos. Y que mejor será escribir tirio. Un martirio municipal y espeso. Por- sobre ello que sobre los blancos collares que estas montañas de ganga aurífera y que ciñen los latidos de su poderosa mouranio que ciñen a la ciudad y se aden- notonía. tran en ella, le impiden au anormal ereJosé. SALAS Y

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