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ABC MADRID 03-11-1955 página 9
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ABC MADRID 03-11-1955 página 9

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página9
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i Mujer española composiciones se expresa, sobre todo, la cadencia amplia y estilizada de su dibujo, y si Zuloaga no es un refinado co 1 irista, no deja de participar en el efecto total de sus cuadros la dura y esmaltada pasta de su materia, El arte, ha dicho Baroja, no es un conunto de reglas, sino el espíritu de las cosas reflejado en el espíritu del hombre y Zuloaga trataba de extraer de las cosas y de los temas su espíritu esencial, imponiéndoles el suyo propio. No hay realización artística más alta. Díganlo sus paisajes, sus impresionantes e inéditas versiones de la tierra española en cuadros construidos con una sobriedad y una economía de medios en los que estaban aprovechadas las mejores lecciones de Cézanne y Van ¡Gogti. Cuarenta años han tardado los pintores españoles en acercarse al precursor Zuloaga en esa visión del paisaje español, de austera sequedad y pétrea arquitectura en sus pueblos rocosos y en sus lejanías infinitas. Zuloaga supo ver a España, a u n a cierta España, al menos, cuya evidenciación plástica tenía entonces la virtud de un revulsivo eficaz en su aspereza saludable. Que no se olvide su lección, porque sigue siendo útil. Precisamente porque sus lienzos hieren nuestra petulancia- -escribió de Zuloaga Ramiro de Maeztu- fortalecen nuestras ansias de reforma. Con su cauterio estético los cuadros de Zuloaga contribuyeron a ese espíritu crítico del que se alimentaron varias generaciones de españoles, cuya obra pesará fuertemente en la historia de nuestra sensibilidad y de nuestro pensamiento. En las pinturas de Zuloaga, en lo que comportan de interpretación trascendente de España, encontraba Unamuno: Mucho de lo que queda y poco de lo que pasa. No lo olvidemos. Lo que pasa está condenado al olvido, pero lo que el artista o el pensador desentrañan en su inactual indagación o en sus simbolizaciones expresivas, quedará erecto y perenne, cuando sus detractores se hayan deshecho en polvo y ceniza. En esas interpretaciones zuloaguescas, tachadas hipócritamente de derrotismo pesimista, supieron ver los más perspicaces el chispazo revelador de una energía fecunda. Ante los cuadros de Zuloaga, allá por los primeros años del siglo, un crítico de lengua germánica, Julius Meier- Graefe, paladín del impresionismo francés y biógrafo de Van Gogh, advirtió escuetamente: España se despierta. Zuloaga, triunfador del éxito, profesor de energía, pareció querer ser fiel a la más esencial sobriedad ibérica a la hora de su muerte. El artista no había de ter- minar su vida en su confortable piso de París, ni junto a su Museo mecido por el rumor de los pinos y las olas del mar, de Zumaya, ni en su torre orgullosa de Pedraza, timbrada con las armas de los Vélaseos, sino aquí, en las Vistillas madrileñas y en la modesta casa de ladrillo de su estudio en el que pintó, ilusionado aún, durante sus últimos años, frente a la luz pura y a las azules lejanías que Velázquez inmortalizó en sus mejores lienzos. Allí murió Zuloaga entre sus cuadros amontonados, como un joven ilusionado de futuro, el 31 de octubre de 1945. A los diez años de su muerte, en este país de desmemoriados, tengamos la justiciera piedad de recordar la personalidad fabulosa y la obra digna y altiva del gran pintor español que fue Ignacio Zuloaga. Enrique LAFUENTE FERRARI

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