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ABC MADRID 21-10-1955 página 17
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ABC MADRID 21-10-1955 página 17

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página17
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acompañaban Hurtado de Mendoza y un aragonés afincado en la ciudad: Ricardo Arredondo, pintor, sobrino de un canónigo de la Catedral, de quien heredó una pequeña renta, que le permitía vivir sencillamente, entregado al placer de la pintura y de Toledo, sin apremio ni preocupación de carácter económico. Algunos otros amigos de allí o llegados de Madrid- -Qlner, Cossío, Arturo y José Ramón Méllda- -iban con él a veces. En ocasiones, la caminata era a los suburbios y los alrededores. Al atardecer, gustaba el novelista de contemplar la ciudad desde algunos puntos de mira elegidos cuidadosamente: la explanada del Alcázar, las almenas de la Puerta del Sol o la pladta que hay ante la maravilla gótica de San Juan de los Reyes. El sol se desangraba sobre la vega y ponía un último temblor de oro en la torre de la Catedral. Don Benito, gran silencioso, hacia aún más profundo su silencio en aquella hora en que Toledo, supremamente espiritualizado, se preparaba para entrar en el misterio de su noche. Era el escritor un apasionado visitador de conventos. San Juan de la Penitencia, Santa Isabel, Santo Domingo el Real le encantaban. Ante este último- -escenario de la becqueriana leyenda de Las tres fechas -pasaba horas y horas, aspirando el hondo silencio de la plaza, registrando el paso- -tan de tarde en tarde- -de algún transeúnte. Constituía para él un placer vivísimo escuchar la música conventual. Un día de Jueves Santo se emocionó al oír en uno de aquellos conventos un fragmento de Traviata Conseguía a veces que las monjitas de San Juan de la Penitencia le dejasen tocar en el ór- Ingano de campaña del cardenal Cisneros, oantaba a Oaldós conallí conservado. Le mostraban reliquias y templar, de de la Puerta del Sol, esta recuerdos. Compraba confituras hechas por perspectiva toledana, 600 la Puerta d Bisagra, la Izquierda, y el hospital de Afuera, a la dereoh manos monjiles. V, siempre, una sensación de misterio se alzaba en él, al contacto con aquella vida recóndita de los conventos to- suena con un eco anticipado de la eterai- que daba a estos coloquios resonancia paledanos. La monja claustrada- -ha escrito dad, fue una obsesión en el gran novelis- tética. Su obra está llena de figuras monMarañón- que surge como una visión en- ta. Acaso en la vida real de su familia jiles, que rodea siempre da un halo de tre las celosías, y cuya voz parece que re- hubo algún episodio que lo explicaba y profundo respeto. Sus rebeldías anticlericales, mas de palabra que de corazón, te detuvieron siempre ante la monja. Conoció a fondo 1 maravilla artística e histórica de la Catedral. Le impresionaba asistir en ella a los Oficios da Semana Santa (hay sobre esto en alguno de sus libros sensaciones y emociones que, aunque referidas a un personaje, son en realidad del propio novelista) Muchas veces, estaba ya al amanecer ante las puertas del templo, esperando a que las abriese Mariano, él campanero. Se hizo un excelente amigo de éste, y llegó a conocer todos loa matices y significados del toque de campanas. Cuando llegaba el día del Corpus- -otra de las fechas en que Oaldós venia a Toledo- el escritor no se perdía el soberbio espectáculo de la procesión. Sabia perfectamente los sitios desde donde mejor se podía contemplar el paso del cortejo religioso. Uno, singularmente- -entre las calles de la Feria y del Hombre de Palo- permitía admirar en toda su belleza la custodia labrada por Enrique de Arfe: en. aquel lugar, el sol de Castilla ae quebraba en un, prodigio luminoso sobre el metálico sol creado con el primer oro que llegó de América. Este amor a Toledo no se le fue nunca del espíritu a Oaldós, cuando estaba lejos de la ciudad, en su asa de Madrid o de Santander. A sus labios asomaba continuamente el verso de la Raquel de García de la Huerta: Todo Júbilo ea hoy la gran Toledo. Tenía consigo una enorme cantidad de fotografías toledanas, que gustaba de repasar y comentar. Un banco de flan Quintín en Santander, había sido hecho con trozos de azulejos por él recogidos en sus paseatas por la Judería. Y es que, como Gregorio Marañón dijo con certera frase, su pasión toledana era su misma pasión española J. M. A pasaba D. Benito horas y hora n l eltuttr mftgnífleo di San Juan do ios Royos. (Fotografías del autor.

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