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ABC MADRID 14-10-1955 página 23
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ABC MADRID 14-10-1955 página 23

  • EdiciónABC, MADRID
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P AAEL. I De nuestro corresponsal. ...y esas montañas a las que nos acercamos son las Hottentot- Holland. Detrás de ellas empieza el verdadero interior de África. Estamos a tinos 500 metros sobre el nivel del mar y apenas parece que nos hemos separado de él. A nuestros pies se casan dos océanos en una orgía infinita de verdes, azules y grises, que en esta hora del amanecer se coronan, como con celestiales pámpanos, de nácares y arreboles, nubes violetas y lejanos reflejos dorados. En el cielo, el lucero del alba y una luna nueva quejpalldece por momentos. La luna nueva suele reflejar raros estados de ánimo en el instinto de los negros. Y uno piensa que algo va palideciendo en la sangre prohibida al compás del cíelo. Llegamos a las Hottentot- Holland. En ellas hay baboons monos con cara de perro y bellos leopardos de preciosa piel y armónicos movimientos, como si ésta presintiese su destino sobre los ondulantes hombros de alguna guapa a la moda. También hay jirones de noche en sus cimas. Estas montañas Hottentot- Holland tienen mucha niebla histórica en sus quebradas y barrancos. Deben su nombre a que cuando los primeros holandeses se diseminaron por estas tierras, los pobrecitos hotentotes que con los más pobrecitos bosquimanos vivían por aqui, se fueron retirando hasta más allá de estos montes, que por servir de límite recibieron la citada denominación. Pero la razón del nombre duró poco tiempo. Porque los boers ampliaron poco después su zona de dominio, Y a partir de entonces convivieron con los hotentotes, asi como con los bantúes, que eran los negros superiores, cuya influencia iba desplazándose hacia el Sur. Convivieron, pero bajo la férula boer, porque en aquel entonces existía la esclavitud. Bien lo recuerdan estas casas de bello aspecto y graciosa arquitectura. Suelen tener un pozo de blanco brocal. Pero en el sitio del recipiente hay solamente una campana: la que llamaba a los esclavos de la lejanía. Estas campanas han debido marcar horas terribles. No hablo de las horas de dormir en las cuevas ni las más dramáticas del látigo o de la prisión encadenada, cuyo recuerdo aun puede verse en algunas paredes en forma de grilletes o argollas que ya penden sin uso. Me refiero a las tremendas llamadas de la compra y venta, cuando se separaban a los maridos de las mujeres y a las madres de las hijas. En ñn, estas historias de la época esclavista son ya agua pasada, aunque todavía mueva molino. En la tradición de muchos países hay estampas parecidas. Pero así. de pasada, estas cosas interesan más en su proyección sobre el presente. Y vistas las cosas de este modo se queda mirando estas campanítas cuando su brocal, henchido de silencio, se sitúa junto a una Iglesia protestante, con cruz y cipreses. de esas tan puritanas que se persignan con papel de fumar. Duele en la desolada memoria que estas campanas no llamaran alegres bautizos y a tiernas bodas, sino que sirvieran de compás al drama. Duele, SÍ, pero puestos a! relato ligero vuelve uno a su tiempo; a esta tierra de viñas y árPero todo es leyenda bajo la luna nueva boles, a estas montañas de hotentotes y que nace. La única realidad son los pueholandeses, a este cielo del que se borró la blos por los que pasamos, todos iguales: luna para dar paso a un sol que va hacia casitas con jardín para los blancos, la to- t su mediodía radiante. rre de una iglesia y una tienda que vende Este es el mundo de los llamados ba- de todo. Cerca, las villalatas de los nerones de la tierra Son los ricos de la gros. A veces, junto a ellas, las nuevas Unión. En sus propiedades, un acre da casas hechas por el Gobierno para los natierra renta tranquilamente 1,000 libras al tivos. Todas Iguales, alineadas, tristes. Casitas sociales al margen de la vida. año. Y hay quien tiene 300 acres. Esta es la vida, cuando llega el fuego, Desde estas alturas se ven los pueblos formados por tanta riqueza. Son unos pue- llega para todos. La encantadora leyenda blos claros y brillantes, graciosos de he bajo la luna, sólo para unos pocos. Esta es la vida. Unas yeces está la luna chura, perezosamente tumbados sobre la claridad del paisaje que acecha enjoyada junto al lucero del alba y otras Junto a mente con sus pardos y azules, sus blancos las últimas luces. Y cada tiempo trae su y verdes. Junto a ellos están las villalatas idea. Me acuerdo de que cuando, recién de los negros: chapas, piedras, trapos... llegado, yo hablaba de la poca importanSe adivinan la confortabilidad y la mise- cia que tiene el color de la piel junto a ria. Pero puestos a adivinar es mejor fijar- las calidades del alma, la gente me decía: -Si, si... todos dicen lo mismo al llese en unas piedras ennegrecidas y uno inatojos calcinados. Son las huellas del gar. Pero al cabo de un año piensan de último incendio. Un incendio típicamente diferente manera. Lo recuerdo y es como sí sobre mi vida sudafricano que avanzó en un frente de cien kilómetros. Asaltó montañas, se des- cayese una luna nueva, ya sin lucero... colgó por barrancos, se deslizó por valles... Pero uno sigue ñel a su verdad; Y al final En vanguardia, enloquecidos, iban Ips ani- de esta primera jornada de viaje sigue temales salvajes, se me dirá que cien kiló- niendo un alma de amanecer. Y se acuermetros en un fuego es algo desmesurado, da de las cabanas nativas. Y de las camPero este es uno de los secretos de África panítas sobre el blanco brocal. Y de las en cuanto a distancias y tamaños; siem- argollas esclavistas. Y de la sombra adolescente y enamorada que ronda la magia pre son desmesurados. -Y esa es la montaña mágica- -Jne de una flor perdida a la que nunca llegan los incendios. Uno no varía más que en la dicen. Ya es la tarde. Es dulce en esta hora espuma; pero nunca en sus espirituales escuchar la leyenda de esta montaña, en la abismos. Llega el recuerdo de una copla: que, al parecer, vivió una bellísima muSi quieres saber quién soy, chacha haciendo el papel de princesa del soy el. lucero del alba bosque. A los adoradores que hasta ella por donde quiera que vity, llegaban les ponía como condición de amor que fuesen a coger una flor solitaria que vivía en la cumbre, allí adonde no llegaEs la vida. José SALAS Y GUIRTOR ban los fuegos. Todos morían en el empeño. Hasta que en cierta ocasión pasó por estos parajes un caminante perdido q u e ignorante de leyendas y de flores, no la requirió para nada. Y como siempre ocurre, fue la m u c h acha no requerida la que se enamoró. -Sí me traes la blanca flor de la cima seré para ti- -dijo la niña. ¿Y por qué he de ser yo quien suba? Sube tú y dámela. -Subiré- -dijo la muchacha- -i Y moriré. Pero antes tenme esta noche contigo. Al amanecer subió a la cima y nadie ha vuelto a verla. Mientras cae la tarde yo- oigo esta leyenda con el mismo ánimo con que en España se oyen los cuentos de caminos y las consejas de encrucijada. Pero como la posibilidad de una aparición no trae aparejada la idea de las N- ujas y sí la sombra de una adoleses I de abuncente enampr a d a, Esteen las baboon que, como en muchos lugares faz África, cuerpo montañas Hot ntot- Holl nd. Su canina miro entre las pri- da mono acaso dieron lugar a la yagas leyendas de y suantiguos dé loa meras sombras por navegantes, que aseguraban haber naufragado en tierras habitadas si llega. por hombres con cabeza de perro. (Foto South Afrioan Railway

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