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ABC MADRID 09-10-1955 página 9
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ABC MADRID 09-10-1955 página 9

  • EdiciónABC, MADRID
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ii i in. ii ii IIU ullLl ll lLII limLhUII l dfls C T drco Iris, puta asi aludió a las viOÍ drlrrflii. Y les describió uim coirWa do toros en IB pliL? a Mayor de Madrid, aerandando lEimMlnRUv mfrntc j poniendo cuernos a loa peqiiPilo. 1 Jabalíes amcrlcíino pnm lue IG comprendleran, y li vaiiiando h loa menudos venadoA a la altada de los coreelea, pues loa caballos (que relinchaban dtntro de la Mat j la HUBT cámbela dtl s o n d o vlnjei no bablan sido todavía desembaicados, Pero n la tarde, cuando el EOI ae vierto en fresas sobre la palmoA. de troncos del color de las patas de los elefantes, Xatahua sintió la Uamnda do la salva, de la mnnlEua fresca y olorosa. Se despojó de su Jubón, de au calzones, df su camisa; arrójd su sombrero y saltó, desnudo de nuevo, ofrecido a la brisa T a la lluvia, dpscalio. sllcnctofo, aobtp las hojaj. y volvió para siempre con lo suyos. HIÍO para l InüÜl el Deflcubjimlento. Ouanabay quedó toda su vida en Castilla. Se convirtió en c labrador Fernanda PemAndea, V hasta te 1 E otorcú lueeo un don por haber sido hilo de cacique. VITleron cerca de ValLadoUd. a umu dos leguas de camino, entre chopos y sembrados, en una casa campesina, con hoces y candiles coleados de la blanca pared de cal, Y su comida ej- an cordero y papos con ore- Jas de cerdo, Y bfibian vino, y de postee, RCcltunas. Tuvieron varlDS hUosn ya caatellanoa, y que murieron aln conocer el mar. Tenia veinte afloa cuando UcEaron las canoas con alas y llevaba mus de v? Ente por tierras de Castilla cuando la muerte le asaltú- Había Ido? n la procesiones, en los días de ñesta del pueblo, a veces con el pendón o llevando sobre el hombre Cdcndc le dolia 1 octOGonal vara de laa andas) a la Vlreen píillda, llorando Ifinrlm s de cristalt con siete cspadaí ele plata sobro el corazón, vettLda de luto, en VBlc n. entre un olor a panal de cirio y flores Conoció la r u n t a la rumia de los bueyes, la natA de la utare de las v a c el arado, que era como una espada Que hiere a la tierra; el trigo, el pan, la nieve, la ohlmcnea y la lefifl ardiendo sobre los raorilloB con cara de esíüiRe. Y conoció ai frío y a enero: vló que de pronto al Xlo se helaba y se íiuedaba Inmóvil, ¡Ven! -gritó a Guarlna. iMIra; el río M ha muerto I Muchas veces sintió la Llamada de laa frutas carnosas, redondas, femeninas: del mar tibio del Caribe. Del canto del enlu lado totl y del musical sinsonte entro l u palmas de la madrugada. ¿Nos vamos, Isabel; dl o Guarlnaí- -y dulclflcnbo su voi con este nombre nativo. Soüñba con quitarse sus mantas de Invierno. BUS bufandas, el corpifto de ella, y deanudarse y correr por el císped cBmtralda sobi? la tierra roja, p- edoss, bajo la sombra atul de los cactbos o del árbol sac a d o de la ceiba, e máa primitivo de los Arboles y que vive muchos slgloa. Quería escapar hacia aquella playa, donde era Imposible ImftElnar a la Muerte. Se prolonífiba la aaonla. Isabel trajo queso, con fiu suero salado del sabor amareo de una ola de marr- y un vaso de vino para el padre, tan espeso, gue le puso, en el contraluz, la mano de amatista, y manchó el vaso dcspuáa de bebido. Pero a las trce de la madruL ada. cuar do la Inevitable afila m i s íu Ruadafia y se agravan todos loa enfermos, empezó la confeílón. Y Femando PemAnde? castellano, ya crlí tUino vlejn, ahijado del Rey da Caafl 11 B, olvidó al desnudo Guannbay, las frutas entre redes y las Caracolas, para confesar pecados que no creía que lo eran an- tea da la llegada de los tres Brandes naVÍDfl, Murlfl a las cuatro. Leí rodearon sus hilos con mía trajes de labradorea; y su eaposH: todos con cirios encendldos. Le cerraren los ojos que hablan vJsto a! sol radiante del Trópico, la luz de oro de Cubanacán y el aüe de las p a a s con el ciclón, Y lo amortajaron- -a él. tan desnudo- -con el hábito de San Francisco, A la malsana slsulente. el padre Boix tenia Tuucho que contar, en la soleada escalinata de la Ifflesifl de San Pablo, a los soldados de las Ruerraa de Italia, a lo (clérl gos asistentes a loa autos sacramentales, a los iildalíos celosos de perBamlhOfl, ríeos de escudos, P n pobre de owechM T vendimias. ¡Quiere lu reverencia contamos quién fut el muerto de la Posada de laa Animas Escuchen vuestras mercedea: CaitUla. generosa, abrid su Cielo a un antlEUq paeano, a nulcn apadrinó, nada menos que el Rey don Femando, nuestro eefior, ¿Cómo tal nhUado muríó en tan ruin lutrar? -HabSa venido da sus tierras al mercado y sintióse aquí enfermo, ¡Pero quién era? -uno de los descubridores de Europa, El prímcr indio de la Isla Juana o Cuba, que V 16 a las carabelaj de Colón, y que vino con el Almirante y fué presentado a loa Reyes. Y largamente hahlÓ el padre Bol do toda la luminosa evocación do Ouanabay, y- -hábil orador de pulpito- -reservó para el final la eran sorpresa. -Me hacló de una tradición de sos ticn- M, MEÜn la cual, dejando la Isla y naveeando h a d a el Norte de ella, se llega a unas costas en l s cuales brota la fuente llamada anCaríLn que da la eterna Juventud a quien bebiera de BUS frescaf a as. Atusóse los biso tes un anciano hidalgo, al ofr la noticia, y como pasara por la Bla? a una hermosa hebrea de rasgados ojos oecuroa. henchido corpifio y graciosas caderas, deswndiendo de la escalinata, comenzó a setrulila. ¿Cuál es el nombre de eae caballero? -preguntó, burlonamenle. el confesor. -iJúmase Ponce de León. Todos vieron cómo se perdía por una sombreada calleja aquel viejo vlsorOfiOt qUe. soflando en la fuente de SanEnrAn fque vuElvB rojos loa morados labios de los anclanoa iba a conquistar la Florida. Y ea asi cómo pafla encontró en Amórica au eterna Juventud. A. d P. (Ilustraciones de EsplandiúJ

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