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ABC MADRID 09-10-1955 página 7
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ABC MADRID 09-10-1955 página 7

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página7
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lie es soplar sobre ellos, Y hay una isla oto habitada por mujeres, que costea tnos. V otra, de gigantes, Y otra de hombres con rojos mantos con orlas de oro y negras cabezas de perro o lobo. Y en un cayo o islote lleno de palomas, cerca de la isla de San Juan Evangelista, vimos un hombre como nosotros, blanco, y con barbas, todo vestido como de nieve. Y pensamos si seria el preste Juan de las Indias: y otros dijeron que era una aparición de Santo Tomás, que dicen que fue a estas partes de las Nuevas Tierras a evangelizar, después de su viaje a la India. También había clérigos en la escalinata, de latín macarrónico, y misa de alba, y de huerta de higos agujereados por los gorriones y panales de miel, que chismeaban sobre el Corral de Comedias donde acababa de estrenarse el auto bíblico El Maná cuyos personajes eran Moisés, Aarón y el pueblo judio. Y familiares de la Inquisición, que olían de lejos a los herejes luteranos y a los cristianos nuevos; es decir, a los judíos conversos, que los sábados ni aun se atrevían a encender lumbre, y si caía un niño en el enlosado de la sala, no lo levantaban, porque secretamente seguían sujetos a su Antigua Ley y al descanso hebreo. Y hacían corro los hidalgos con más honor que vaca en la olla, de. barbas migadas y cruces de Santiago labradas en piedra en el brocal del pozo y en el escudo de la oasa con palomas, gallineros y establos para los bueyes de la labor. Murmuraban contra los flamencos que habían venido con don Felipe el Hermoso, y que parecía iba a mantener en sus puestos Carlos de Gante, como si no hubiera gente- -decía uno flaco y acecinado- -en Castilla para gobernar la tierra Y que nuestra señora doña Juana puede recobrar la razón. Y ella es nuestra verdadera señora. y en las callejuelas había moriscas y judias, más escotadas y con más vivos terciopelos granates y armiños de pincelada negra que las recatadas y enlutadas damas de Castilla. N u e s t r a s esposas- -comentaba don Lope- -arremeten siempre contra ellas porque son más tentadoras y apetecibles, como la fruta fresca en el verano. Y más provocativas, señor hidalgo- -reconvenía el iincenciado ensotanado- viendo en ellas el pecado de la carne, aunque entonces no alborotaba tanto, pues lo que importaba era el dogma. Llegó a la escalinata una hebrea de es- cote de nácar, ofreciendo un cesto de naranjas, pero eran mis redondas y jugosas, las que ocultaba en su corpino de teroiopelo verde, atado tensamente con negros cordones, y velado, esoasamente, con una seda que lo transparentaba. Y arribaron de la Posada de las Animas apremiando. (Pronto, un confesor, que se nos val- ¿Quién? -Don Fernando Fernández Todos quedaron perplejos y curiosos. Era el extraño moribundo del que ya se ha hablado. -Vaya... vaya... Y el padre Boix, franciscano, bajó de la escalinata de la tertulia. una mujeruca le guiaba. ¿Por dónde? -Por esta calleja; pasando la píamela, a la derecha, al lado de la casa que fue del Condestable. Entró en la posada. Unos burros en el pesebre con paja y una blanca bola de sal, bajo una parra de verdes racimos agrios. Había mantas por el suelo, y alforjas con listas de colores rojo, amarillo y morado, con borlas redondas como albaricoques, y con los flecos. ¿Dónde está? -Aquí, padre. Penetró el franciscano en la alcoba, bajando la cabeza por lo rebajado del dintel. Había un catre rusticó en el centro, con una manta sudada y un colchón estirado por el almidón. Una mujer de color cobrizo lloraba en el rincón donde la cal había saltado. El moribundo tenia un color de greda roja, de teja partida; la frente hacia atrás, huida. La nariz cercana de la boca, con un perñl de águila; los ojos achinados y el pelo lacio. Era un hombre maduro, pero avejentado. 1 padre Boix pensó: No es cristiano, ni judío, ni moro. Sus gestos eran de otro modo que los de los castellanos. Y también usaba ademanes diferentes. ¿De dónde eres? -Del otro lado del mar. Lo dijo trabajosamente. Luego se le alumbraron los ojos, como si los traspasara la luz del Trópico. Añadió: -De Cubanacán. Y la esposa, cobriza, aclaró: -De la isla Juana. ¿De Cuba? Fue una confesión fabulosa; más bien una evocación. La oscura habitación, con una palmatoria de una sola luz, fría de yeso, empezó a sonar como una playa soleada. Se llamaba Ouanabay; vivía en -Sí. Baríay, en la costa oriental de la isla. Y ella Quarlna. SI era de rasa laina Ella, Siboney. La había raptado en una exoursión guerrera. Los hombres de la raza de ella vivían en grutas donde gotea el agua continuamente, haciendo columnas de estalactitas y estalagmitas, que sonaban armoniosamente al golpearlas con los nudillos. -Son como las de vuestras catedrales -explicó- Pero- -y puso orgullo en la frase- no hechas por los hombres Dentro de las grutas había grandes lagos ciegos, con peces sin ojos; y un agua purísima, mineral, sin una sola planta, ni vida, ni animales, ni el más leve verdor de musgo. Ella adoraba una estalagmita en forma de dios, con cabeza desdibujada, ojos y boca. Cuando el primer rayo del amanecer entraba en la caverna, doraba la estalagmita sagrada y la traspasaba de un rosa traslúcido. Los siboneyes habían Inventado la hamaca, y este nombre era de su lengua. Parecía una barca que navegaba sobre el aire, atada de las ramas bajas de una ceiba sagrada a una palma de liso tronco blanco. El se añclpnó al cultivo del humo. Usaba una especie de y griega amarilla, en hueco, que se introducía por los agujeros de la nariz; y la planta, encendida en brasas, se aspiraba por el tubo que unía los dos ramales. Este objeto se llamaba tabaco los blancos dieron este nombre a las hojas aromáticas de la planta. Y ellos ya no quisieron decir su verdadero nombre mágico, que se ha perdido. Ni lo diría él, ante las puertas de la muerte. Comían Jutias que eran como unas ratas gigantes, mayores que las liebres de Castilla, que sólo comen el verde final de las hojas, y eran sanas y alegres. Y una raíz, llamada yuca de la cual sabían quitar, en sus metates de piedra, el veneno, para hacer el pan de casabe Adoraban a un dios llamado Furlcán, de cuya palabra ha nacido nuestro huracán cuando la hache aún sonaba y no había quedado hecha un esqueleto en la Gramática. Lo representaban con una cara redonda, con ojos grandes y boca, y una especie de flecha arriba dispara hacia la izquierda y otra abajo lanzada hacia la derecha, y en un costado una hacia arriba y la otra hacia abajo, para indicar el remolino del ciclón que barre el paisaje y comba a las palmeras como arcos de flecha en el momento de disparar. Vivían unas eternas vacaciones que du-

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