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ABC MADRID 28-09-1955 página 15
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ABC MADRID 28-09-1955 página 15

  • EdiciónABC, MADRID
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U Oata ooruistorlM, en la pltzs EL TREN QUE NUNCA LLEGO V IVIR en Oflate es deleite y gozo del espíritu, pura delicia. frivolidad y delicia se identifican falsamente en estos tiempo y la culpa, moderna culpa, hasta podría achacarse al slogan publicitirio de alguna bebida refrescante, si nos (tejáramos llevar hasta un postrer límite por una tensa e Incitante susceptibilidad. Nada mas contrario, sin embargo, que Ofiate y frivolidad. Lo deudoso de la villa guipuzcoana reside en su paz, en su aislado comedimiento, en su carencia absoluta de ruidos y de estridencias morales y físicas. Encima- -por uñé, carretera de caracol- -la Virgen de AfánaazU, lá Muestra Señora aparecida entre espinos, rodeada de un verde Inmaculado, de un verde purísimo, con el Niño en braioa haciendo pucherltos 1 cielo en demanda de lluvia estos meses de aciaga sequía. Cortejando al Santuario, el praderlo de üSrbiá convoca a la égloga pastoral. Serviría de campo de fútbol para los angeles aficionados. Sólo, que los balones de reglamento en este campo serian unos quesos minoritarios, densamente dorados, exquisitos, reducidos a un comercio familiar severamente estatuido y que se prolonga, a lo sumo, hasta las amistades de estirpe, dé la ciudad, amistades jerarquizadas, generalmente de san Sebastián. En (Míate mismo, su universidad, su añoranza carlista de Corte, su fian Miguel flamígero, su plaza grande mirando al frontón, sus paraguas, su camposanto: un cementerio bellísimo, cuyo emplazamiento estratégico. invita a una muerte tranquila, pausada, inviolenta. Una muerte como apetecía José Antonio, rodeado de aromas sacramentales Y su ferrocarril. En la misma falda del cementerio, el caserío de la Estación, escoltada por un horizonte de eipreses. Oftate es estación de término. Aquí se asaba una de las líneas más cortas que existen en la geografía ferroviaria del mundo. Tan corta, que con sonrosada pudibundez) técnicamente se la denomina ramal. SÍ, ramal de San (Prudencio a Ofiate. San Prudencio, enormemente solitario, siempre me ha parecido un lugar encantado en el bosque nemoroso: un bosque en el que los faros del tren eléctrico parecen en la noche- -una de esas noches donde apenas pueden asomarse las estrellas por miedo a despeñarse- -los ojos de un gnomo travieso. Si, un bosque en el que nada me extrañarla hubieran levantado BU casita los lew enanitos de Blanca Nieves. De San Sebastian o de Bilbao, camino de Ja hermana pequeña y linda de las provincias Vascongadas, Vitoria, se encuentra uno, de súbito, con San Prudencio. San Prudencio, empalmé. ¿Qué linea cruza en San Prudencio? ¡Ah, la de Oflate I Y en un tren blanco y azul, eléctrico, como de Juguete, se atraviesa Zubillaga- -Única estación del trayecto- -y se llega a Oflate. tjn profundo, latente sosiego, invade al efímero viajero, fue un regalo, uno de los muchos regalos 4 Ué hizo a España don Miguel Primo de Rivera. Pues hace muchos años llegó en ese mismo tren un príncipe: don Gonzalo, el Príncipe chiquito de nuestra Casa Real. Vivía en la estación de Oflate. su ama de cría, Gabina. Era una mujer alta, fuerte, dura, que apenas sabía hablar en castellano. Su marido trabajaba de empleado en el ferrocarril! entonces casi uñé sinecura, fil príncipe don Gonzalo fue A visitar a su ama de cria: tal era el sentido humanísimo y popular de la sangre real española. El acontecimiento para Ofiate no fue, empero, estrepitoso. Cargado de historia, de tradición y de cultura, habiendo sido Corte. Oflate recibió al Principe, come fl Una cara conocida transida de parentesco. Nuestro pequeño mondo de la Estación si Ib recibió con pasmo. Nuestro pequeño mundo de la Estación éramos cinco o seis chicos, hijos de empleados ferroviarios, que considerábamos en aquellos momentos a Oabina como la ntujer mal influyente del Universo. Loa pocos o muchos días que don Gonzalo pasó ett Ofiate no se me borraran nunca. Era Uno mas entre nosotros, con los mismos años aproximadamente, las mismas ilusiones, las mismas risas y peqUeñOB enfados. Ofiate, con su rígida placidez, nos parecía, sin embargo, más Corte que nunca. Toda su pasión- -pasión q u e llevábamos nosotros en la sangre- -era jugar a trenes, Quizá nos la Infundiese la presencia inmediata del eléctrico de San Prudencio, tan bonito, tan azul y blanco como un avemaria, tan correcto y pulcro hecho para el alma sencilla, pulida y señorial de los caseríos vascos. Y cuando llegó la despedida, tuvo todo de respetuoso silencio por nuestra parte y un poco de regia solemnidad infantil por la suya. Entonces intuí, con un ligero es- cozor interior de protesta, que la educación de los principes era dura y difícil, que les privaba hasta del placer de una lagrlmita. Pero en el mundo fantástico de los chicos de la Estación quedó grabada una promesa de don Gonzalo: la de volver al año siguiente con un tren de juguete, pero grande, con estaciones y todo: un tren en el que hasta los empleados se moviesen como los de verdad, como nuestros padres; un tren como el que tentamos delante y del qué vivíamos, pero sin otros viajeros que los que nosotros quisiéramos 1, un tren de absoluto uso privado e infantil, esto es, con la reserva del derecho de admisión, ¿Cómo iba a ser, si no, el qué trajera el Príncipe don Gonzalo? Llegaron y se fueron las primaveras y estíos, pero la cabeza bruñida de oro del Príncipe no volvió, Ni el tren anhelado, tampoco, Sin rubor confieso que ya casi adolescentes, aún soñábamos con el tren prometido por don Gonzalo... Pero sí, en cambio, llegó la noticia infausta, cruel: lelos, muy lejos de la Patria y dé Ofiate don Gonzalo habla muerto en un accidente de automóvil. Aquel pequeño mundo de los chicos fle la Estación sufrió Una sacudida emocional terrible. Un mudo mensaje se transmitió entre los componentes: al morir el Príncipe chiquito se había roto la esperanza Alimentada con dulzura, incluso en el umbral de Jos pantalones láñeos, del tren qué nunca llegó. Había terminado una historia pueril, pero viva, palpitante, tiernísima, escrita con flequillos de almas infantiles, incluyendo al Principe. Quizá no la hubiera conocido nunca nadie, Pero la noticia del doloroso accidente sufrido por otro Príncipe don Gonzalo, de la misma sangre que el nuestro, también en automóvil, ha poblado mi alma de recuerdos, y me he visto obligado, por una dulce melancolía, a contársela en voz baja a uno de los periódicos que mas fieles y leales han sido, y son, con su memoria con los suyos y con sus cosas todas. José Antonio RBVZLtAY AOUlRRB Su Alteza R l I infante D. Oonuto, 61 desventurado ohlquttlto de este r tfeulo. V 1

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